Es indudable que no estamos en el mejor momento de la educación, no solo en nuestro país o en América Latina, sino a nivel mundial. El caso criollo avergüenza profundamente porque llevamos una década invirtiendo miles de millones de dólares y no logramos salir de los últimos lugares.
La gravedad de la situación nos impacta en el desarrollo económico, la democracia, las artes, el comportamiento ciudadano, el integrismo religioso y la violencia intrafamiliar. Sin una buena educación todas esas variables seguirán retrocediendo y convertirá a nuestra sociedad en una selva invivible.
Solucionar este problema implica plazos de tiempos de décadas, debido a que mejorar la educación en un momento determinado, comenzando por los niños que ingresan a la escolaridad, demanda al menos 20 años para mostrar resultados significativos. Es indudable que se pueden hacer acciones remediales entre adolescentes y adultos -el caso conocido de la mejora de la educación de los agentes policiales- pero siempre sus frutos se expresarán en un tiempo dilatado.
La educación, a la vista de la evolución de nuestra especie, es la herramienta esencial en el proceso de humanización. Contrario a las demás especies guiadas por impulsos biológicos o con aprendizajes muy limitados, los seres humanos somos capaces de brindar a las nuevas generaciones el rico y variado repertorio de conocimientos adquiridos en los últimos diez milenios, eso es la educación de calidad.
La buena educación, aquellos que hemos tenido la oportunidad de recibirla, nos debe comprometer -como ocurrió con las sombrillas amarillas- en hacer todos los esfuerzos por cambiar de rumbo el retroceso educativo y comenzar a avanzar hacia una educación de calidad. En ese esfuerzo se juega el destino de nuestros descendientes y de la sociedad dominicana.
Desde las academias, las empresas, la política, las iglesias, la sociedad civil, todos debemos asumir responsabilidades en mejorar nuestra educación, que es en síntesis mejorar nuestra humanidad.