Definitivamente, la evolución de la comunicación es un elemento determinante para la percepción del mundo e ingrediente central de la globalización. Por ella tenemos acceso a todo tipo de información y esto nos hace pensar que estamos comunicados.
Pero cabe preguntarnos: ¿En mi familia tengo buena comunicación?
Paul Watzlawick, investigador de la Escuela Interac
cional de Palo Alto y de las terapias sistémicas, define la “comunicación como un sistema abierto en que se intercambian mensajes mediante la interacción.”
Para comunicarse, los miembros de la familia deben interactuar en forma efectiva y asertiva, para desarrollar propósitos comunes a través del diálogo abierto, un ambiente de respeto, tolerancia, comprensión y cooperación entre sus miembros.
En las familias es prioritario desarrollar capacidades y habilidades para ejercer roles de forma adecuada. La forma como nos ocupamos de los hijos e hijas es una de ellas, y las habilidades a ser desarrolladas son los recursos emocionales y cognitivos para ofrecer respuestas a las necesidades de todos.
Al desarrollar la comunicación, la convivencia familiar se enriquece. Para lograrlo, es necesario conectar con los sentimientos del otro, logrando establecer una escucha activa, apreciando lo que se entiende, expresando lo que se siente, y apoyando al que lo necesita. Esto resulta de gran beneficio para padres e hijos ya que se fortalecen, tanto la autoestima como las relaciones familiares.
Otro elemento ideal es que padres y madres puedan contribuir a que niños, niñas y adolescentes logren desarrollar habilidades para resolución de conflictos y esto se logra por medio de la comunicación familiar.
Cuando los padres y madres se comunican adecuadamente, los resultados son hijos e hijas que respetan las normas, las figuras de autoridad y a sí mismos. Se sienten seguros y logran relaciones sanas en el entorno familiar, escolar y social.