Nadie puede negar que la formación en matemáticas, español y ciencias es fundamental para el desarrollo de una sociedad. No existe un pueblo del primer mundo que no haya invertido grandes recursos en la educación de sus niños, niñas y adolescentes en las áreas mencionadas. Pero, con adultos bien formados en sus lenguas maternas, las ciencias y matemáticas no necesariamente se alcanza un régimen de derecho, una democracia sólida y una vida ciudadana rica y libre.
Algunas dictaduras muy destacadas se precian de tener una población bien educada, pero sin un respeto mínimo a los derechos humanos, ni un régimen político basado en criterios democráticos y mucho menos la libertad para pensar y opinar. La educación cívica debe ser un eje central para formar seres humanos que construyan una sociedad decente y que a su vez demanden el respeto a sus derechos y se comprometan con sus deberes con la sociedad. El conjunto de los demás saberes teóricos y prácticos deben ensartarse en la formación ciudadana porque no se está amaestrando animales, ni programando computadoras.
La educación cívica es lo que verdaderamente nos humaniza y le da sentido al resto de los conocimientos que vamos obteniendo, porque aprendemos para servir a los otros, para ser entes sociales productivos y solidarios. Sin ese desarrollo a la orientación hacia los demás y sus necesidades los ciudadanos y ciudadanas tienden a cultivar la codicia y el egoísmo, se arrinconan en el individualismo y destruyen los lazos sociales que nos permiten vivir en armonía y seguros.
No es de extrañar que muchos de los imputados en grandes casos de corrupción y algunos funcionarios que se aumentan sus salarios de manera descomunal sin atender a la pobreza de sus compatriotas, provienen de una educación exquisita de calidad, en términos profesionales, pero por lo visto carente de los criterios éticos que los debería llevar a ser ciudadanos ejemplares.