Aunque con significado similar, de forma contraria tiene una connotación de más énfasis. Yo diría, sacar la educación de la política. Dijo el presidente: “Yo creo, y llegó el momento, de que el país y todos los sectores políticos y todo el mundo dejemos la política en el sector educativo a un lado y nos enfoquemos en mejorar la calidad de la educación dominicana, porque esa va a ser la única forma permanente de un verdadero desarrollo social y económico que se pueda confirmar y sostener en el tiempo”. Lamentablemente la educación ha sido ariete político de la oposición o de los partidos que quieren connotación, todos a través del sindicato de maestros, la ADP. Si hacemos un recuento de la “Administración” de la educación criolla, en los últimos 30 años, da razones para entender el desfase entre ella y el crecimiento económico y aún el propio desarrollo del país. Las decisiones mayores en lo que a educación pública se refiere, esta signada por factores políticos. Que se analicen los simples distritos para ver la manera de “escoger” a sus directores, en donde prima la vinculación al partido de gobierno, el que sea, más que a la gerencia. Recordemos unos “concursos” amañados que fueron denunciados por los valientes que se atrevieron. El Ministerio de educación maneja la nómina más nutrida de empleados gubernamentales y administra más del 22% del presupuesto gubernamental, por lo que el Ministro más que saber de “clases”, debe ser un agudo gerente que logre sacar el máximo de rendimiento por el mínimo de inversión. El nombramiento del primer ministro de Educación del gobierno actual, ha sido señalado por algunos, como nefasto y fue una decisión política. La ADP, debe revisarse como gremio para ser solución y no problema, desafiando la autoridad del Ministerio y “enseñando” la indisciplina y la irresponsabilidad, como valores éticos. Vale el llamado del presidente para unir fuerzas de la sociedad toda, para exigir un rendimiento excepcional de la educación nacional. El Covid19, y la pandemia reciente, arrastró a la sociedad dominicana a una peligrosa separación por clases. Mientras el despilfarro de las clases por TV, ocasionó un retraso de 2 años a los estudiantes de escuelas públicas, mientras los colegios privados completaron sus programas, a pesar de las zancadillas oficiales. Eso ocasionó una peligrosa diferenciación del conocimiento, por clases sociales. El reto está echado: saquen la política y más aún la vernácula, la folclórica, la que exige llevar entre los “documentos de acreditación”, una carta del “partido” (el que gobierna), para poder ejercer la profesión de maestro. Y eso lo aceptamos como válido, aunque sea parte de la mediocridad como norma de vida. Por experiencia personal, identifico en muchos maestros, una marcada vocación de servicios más allá de la de simples transmisores de conocimientos. Las culpas de nuestras malas calificaciones en materia de educación, no corresponden únicamente a maestros. Es un sistema corrompido con muchos actores. Atrevámonos a romperlo