Ahora que se habla tanto de Juan Bosch y de su innegable legado histórico, es interesante recordar lo mucho que se ha especulado respecto a cómo alcanzó la cima del liderazgo de su partido original, el PRD, y con ello una dimensión política nacional. En mi libro “El golpe de estado”, publicado originalmente en 1993, con motivo del treinta aniversario de su derrocamiento y reeditado cinco veces, refiero que todos los momentos estelares de la historia dominicana han sido de alguna forma matizados por el drama.
El ascenso de Bosch a la cumbre de la actividad política no estuvo del todo libre de elementos teatrales. Días después del asesinato de Trujillo, el presidente de Costa Rica, José Figueres, obtuvo de los dos partidos , el PRD y Vanguardia Revolucionaria, la firma de un pacto de unidad y lucha contra el régimen que había quedado bajo el mando de Ramfis, el hijo mayor del tirano, y Joaquín Balaguer, quien solo ejercía nominalmente la presidencia.
Figueres convocó en San José a los dirigentes de ambos partidos. Angel Miolán, secretario general del PRD, se hizo acompañar de Bosch, quien fungía de asesor de la organización. Por Vanguardia Revolucionaria lo hicieron Horacio Julio Ornes y Miguel Angel Pardo. Momentos antes de que Figueres los hiciera pasar a su despacho, Bosch le dijo a Miolán que estaban en desventaja por cuanto los de Vanguardia eran representados por su presidente y secretario general. Miolán, un hombre de rápidas decisiones, le respondió que ese no era un problema y acto seguido le ordenó ponerse de pie, levantar la mano derecha y jurar serle fiel al partido al quedar juramentado allí mismo como presidente. Miolán le dijo que él asumía la responsabilidad política por la decisión y que el asunto sería posteriormente discutido en el partido. Así de sencillo, en el antedespacho del presidente de Costa Rica, Bosch surgía como un líder nacional.