Duarte tenía 25 años de edad al fundar la Trinitaria con jóvenes de su generación. Luego, ciertamente, se impuso la “práctica” frente al “idealismo” de los jóvenes duartianos, y ha seguido siendo así, pero la juventud fue el motor que empujó los cambios.
En la actualidad la población joven disminuye peligrosamente en Europa. En China, una especie de maltusianismo estatal, sanciona a las parejas que tengan más de uno o dos hijos.
En América la población joven es mayor que en el viejo mundo y en Asia, y la tendencia es a aumentar el número. Somos un continente joven en todos los sentidos. Según la CEPAL: “En América Latina en su conjunto, en 1970 el 50% de la población tenía menos de 19 años, mientras que en el año 2000 esa fracción corresponde a casi 25 años”, los datos actuales deben de ser similares.
El país no es la excepción a este dominio cuantitativo de la juventud. Sin embargo, como sucedió con aquellos “muchachos” duartistas que nos legaron la independencia, nuestra juventud de hoy no impone sus ideas.
Pero la juventud siempre se renueva y empuja. Es posible embridarla, pero no para siempre. Esa fuerza natural y el manejo de los actuales medios de comunicación dan herramientas y poder a esta.
Al respecto, la literatura de motivación juvenil es vasta e incluye algunos textos hondos y perdurables que merecen salvarse del olvido, como “Ariel”.
Este libro, publicado en el año 1900, tuvo enorme difusión e influencia entre la juventud y la clase intelectual, tanto de América como de España. Su autor, el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), realiza una “defensa de los valores del espíritu”, o como bien afirma Pedro Henríquez Ureña, el libro demuestra “la importancia y los beneficios del arte, la necesidad de desarrollar el sentido de la belleza como una de las virtudes que hacen grandes a los pueblos y mejores a los individuos”, promueve además cultivar “el reino interior, (el) culto de las cosas elevadas y bellas”, para paliar el “trabajo de una vida forzosamente utilitaria”.
Próspero, ante la figura alada de Ariel, motiva a la juventud que le escucha: “Aspirad, pues, a desarrollar en lo posible, no un solo aspecto, sino la plenitud de vuestro ser”. Motivándolo a ser un hombre integral, tanto en la ciencia como en el arte o en la acción y las costumbres, donde no predomine una determinada disposición del espíritu. Le instruye, además, a no dejarse arropar por la rutina, a romper los moldes y a buscar la excelencia.
La mayor parte de “Ariel” es salvable, releerlo es prudente. Será una lectura-guía para buscar el rumbo correcto. Por algo debemos empezar. El arielismo propone fomentar y mantener de manos de la juventud, más allá de “todos los pesimismos vanos” y de las permanentes decepciones, la necesaria –y hasta ilusa- “sublime terquedad de la esperanza”.
Este artículo tiene 10 años de publicado, releyendo Ariel, lo recuerdo.