Hace días escribí en mi muro: “Como ciudadano y como abogado he conocido casos tristes, donde los protagonistas de la justicia, incluso actuando de buena fe como suele suceder, se equivocan y causan graves daños a la moral y al patrimonio de una persona.
Hay una palabra que el que ejerce el derecho, desde cualquier ámbito, debe tomar en cuenta al momento de defender, enfrentar o juzgar, es la ’prueba’, la que ha de definir la medida a solicitar o la sentencia.
Y continué: “Es sencillo y hasta tentador acusar cuando se pueden recibir aplausos siguiendo la corriente o cuando el que va directo al banquillo no tiene recursos para defenderse. Seguimos nadando en un sistema inquisitorio, reconociendo que hemos avanzado en la aplicación de la justicia, en especial respetando el debido proceso”.
Luego me referí a los que huelen a prisión: “Todavía hay acusados que afirman que ‘demostrarán su inocencia en los tribunales’, cuando la realidad es que corresponde al Ministerio Público demostrar que son culpables más allá de toda duda razonable. Seguimos sin entender la ‘presunción de inocencia’ y lo expreso solo en términos académicos, no pretendiendo abarcar otros aspectos”.
En ocasiones el Facebook desata discusiones inesperadas y algunos me solicitaron que abundara sobre los principales actores de nuestra justicia penal, lo que hice a sabiendas de lo espinoso del tema. Inicié así: “Estamos mejorando, es lo importante, aunque gateando y no corriendo, como debería ser, como aspira una nación en crecimiento”.
Contamos con una judicatura donde la venta de “sentencias por batatas” es la excepción, resaltando que hubo momentos en que era la regla. Antes los jueces eran elegidos por senadores y era muy difícil que fueran independientes y tampoco eran sancionados cuando cometían faltas. Ahora ser juez es un trabajo estable y su labor la supervisan.
Contamos con un Ministerio Público con una razonable tercermundista dosis de autonomía por aquello de los fiscales de carrera, sin negar que se requiere revisar el mecanismo de elección en algunas de sus esferas; pero, de todas maneras, la influencia política allí ha disminuido en las últimas décadas, aunque algunos casos no han podido escapar de ese terreno.
Contamos con una mejor Policía Nacional. Hay mucha profesionalidad entre sus filas. Pocos casos se quedan sin resolver. A grandes rasgos ya respetan los derechos fundamentales de los ciudadanos. Hace falta mejorar las condiciones de vida de sus miembros, capacitarlos y modernizarlos.
Hasta ahí llegué. Recibí comentarios de todo tipo. El debate parecía eterno. Y esto es un logro, pues antes estos puntos eran tabúes para la mayoría y en el mejor de los casos solo provocaban inquietud en unos pocos.