Como bien afirma Barberis (p. 11): Los estudios jurídicos están viviendo un auténtico giro ético, es decir, los juristas parecen ocuparse cada vez menos de reglas y cada vez más de principios y valores: en resumen, de ética, entendida como el conjunto de todos los valores prácticos (morales, políticos, jurídicos…).
Por estas razones el estudio de la ética adquiere cada vez mayor importancia en la teoría y en la práctica del jurista.
En la Grecia antigua hasta Sócrates (Siglo V a. de C.), el estudio de la ética era incipiente. Los filósofos llamados “presocráticos” investigaban, razonaban, esencialmente, sobre la realidad física o natural.
Es con Sócrates y los Sofistas que esta disciplina filosófica, que centra su reflexión en la moral que los seres humanos desarrollan en su vida social, pone al hombre como centro de la reflexión y se formulan, lo que Victoria Camps llama: Las primeras preguntas.
Sin dudas, en estas discusiones contenidas en los diálogos platónicos, entre Sócrates y los Sofistas, se pasa “del mito al logos”, es decir, de la explicación mágica y fantasiosa a la argumentación racional. Por eso los Sofistas (maestros de virtud o de sabiduría) enseñaban retórica, argumentando que cualquier forma de conocimiento es relativo y haciendo énfasis en el “poder del lenguaje para justificar cualquier opinión o punto de vista” (Op. Cit. P. 21).
Para Sócrates la virtud es “una mezcla de fuerza (para vencer las dificultades, los peligros) y de acierto para saber qué es lo mejor que puedo hacer en cada caso”. Para él “la virtud tiene que ver con el saber, con la razón (y no con la rutina, la imitación, el capricho momentáneo o la tradición que repite las opiniones de nuestros mayores). Ser virtuoso es tener el razonable conocimiento de lo que es una buena vida” (Savater: 29-30).
De su lado, las enseñanzas de los sofistas pertenecían al ámbito de la “doxa, de la opinión, y no de la verdad” (p. 21), por esto opinaban sobre ética, en el entendido de que “las normas morales son “nómos”, convenciones, en definitiva, opinables, que caen en el ámbito de la “dóxa” (p. 23). Esto, partiendo del supuesto de que la moral no es natural o perteneciente a las “leyes naturales”, sino que es convencional, fruto de un contrato o de un pacto.
Para Protágoras, las bases de la moral son universales, reduciéndolas a dos virtudes fundamentales: el sentido moral y la justicia (“aidós y diké”).
En sus orígenes la ética es “el pensamiento sobre la vida excelente o la vida virtuosa”.
Históricamente, según Victoria Camps (Op. Cit. P. 12), el comportamiento moral ha sido objeto de reflexiones para los filósofos, quizás por dos razones:
1ro. Por el destino y fines de las personas en la vida, su razón de ser y sentido. ¿Qué es vivir bien? ¿Qué es la buena vida?
2do. Por la convivencia. ¿Cómo regular la vida en común respetando al mismo tiempo la autonomía del individuo?
Esta última preocupación muy vinculada a la política, es una de las categorías éticas más discutidas desde Platón: La justicia y la política.