Hace más de 25 años que la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE) decidió asumir como causa la celebración de debates televisados de nuestros candidatos presidenciales, y luego de no haber podido lograrlo en el año 2000, lejos de dejar de lado esta iniciativa continuó sistemáticamente realizando una campaña de opinión pública para promover la cultura de debate, y ha realizado distintos debates a nivel senatorial y municipal, y uno presidencial en el año 2016 con todos los candidatos menos uno, el que en ese momento ostentaba la presidencia de la República y se perfilaba como ganador.
El hito de lograr que por primera vez un candidato presidente y favorito según la mayoría de las encuestas haya aceptado participar en un debate, y que sea en el realizado por ANJE, es no solo un merecido reconocimiento a la larga trayectoria de lucha por alcanzar este objetivo de esta organización, sino un logro importante para esta, y para el país, pues genera un precedente que hará más difícil que en el futuro otros presidentes candidatos, o candidatos punteros en las encuestas, se nieguen a participar bajo múltiples pretextos como había acontecido antes.
Debemos aprovechar esta oportunidad para que el debate no sea simplemente una emisión televisada tras la cual los seguidores de cada exponente traten de hacer ver a su candidato como vencedor, o que solo sirva para conocer cómo piensan los candidatos o cómo se venden y contrastarlos con sus ejecutorias, sino que debe ser ocasión para lograr compromisos más allá de las elecciones.
La República Dominicana ha avanzado en múltiples aspectos en las últimas décadas, pero es un hecho innegable que el principal obstáculo para seguir avanzando es la falta de voluntad para realizar reformas estructurales para desmontar problemas ancestrales o buscar soluciones efectivas a otros tantos que han surgido, o la falta de consenso para realizarlas en el sentido correcto.
El presidente y candidato Luis Abinader expresó recientemente que, si ganara las elecciones, lo primero que haría es llamar a “un gran acuerdo de unidad nacional”, invitar a los demás candidatos “a darle un chance a la República Dominicana” a hacer juntos “los cambios que por décadas hemos esperado”. Y precisamente el debate es una oportunidad para comprometer a todos los participantes a que si ganaran las elecciones impulsen ese acuerdo, y que si no resultan vencedores se comprometan a participar proactivamente para hacerlo posible, y para poner en ese escenario el tema de las reformas que todos sabemos deben ser realizadas, la fiscal, la educativa, la del sistema de seguridad social, la que solucione el sempiterno problema de las pérdidas en la distribución de energía y el insostenible déficit que estas ocasionan por las transferencias que debe hacerles el Estado, la descentralización, transfiriendo a los gobiernos locales, las competencias naturales de estos y los recursos necesarios; para hacer que se expongan propuestas sobre cómo solucionar problemas acuciantes como la crisis del tránsito, la cual necesita más voluntad y firmeza de hacer cumplir la ley igualitariamente, que de aprobar una nueva legislación como la del 2017 de movilidad y transporte, o de crear rimbombantes organismos como el Intrant, con pocos logros que exhibir.
El momento es idóneo para contribuir a que se ponga sobre la mesa que la tan anunciada reforma fiscal tiene que contemplar todos los aspectos, desde cómo equilibrar el presupuesto sin recurrir a endeudamientos excesivos, que quienes están en la oposición siempre critican, y sin tener que modificar todos los años en la ley que lo aprueba reducir la multiplicidad de porcentajes acordados por distintas legislaciones, como quienes estuvieron y están en el gobierno han hecho, a los ayuntamientos, el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Congreso… porque los números no dan. Pero también para poner en la ecuación la necesidad de racionalizar muchos de estos, como el caso del 4% a la educación que crece invariablemente sin exigir metas, y el sensible tema de la contribución a los partidos, que debe ser sometida a un riguroso análisis, porque democracia no es promover un gasto desenfrenado ni campañas interminables, ni alimentar rémoras que poco contribuyen a esta, y solo buscan seguir montadas sobre el presupuesto nacional.