Agotada (?) la bibliografía apologista trujillista -más que otra cosa por razones de ley biológica, comienza a aflorar una suerte de apología reivindicativa sobre la figura política, literaria e histórica de quien fuera siete veces presidente, cuadro orgánico de la dictadura trujillista y partero de su engendro bonapartista 1966-78 (Joaquín Antonio Balaguer Ricardo), bajo el recurso oral, testimonial o de testigo de excepción, claro, sin obviar, intentos más conceptuales-académicos; aunque no por ello, menos anecdótico o de abierta filiación e identificación política e ideológica de algunos que otros intelectuales (émulos de otrora pares trujillistas autoproclamados “generación atrapada”).
Pero antes de seguir, debemos dejar sentado que, no sólo en el ámbito de la preservación histórica, sino en el campo donde más descolló el personaje la política y el ejercicio del poder- hace rato encuentra su discipulado más entusiasta y practicante en el arcoíris de partidos y sus líderes, al grado de elevarlo a “Padre de la Democracia”. Se habrá visto semejante negación y cuestionable contraste de una generación política que debió ser la antítesis absoluta y radical, a excepción de sus seguidores, de quien ejerció el poder a sangre y fuego y castró a toda una generación de jóvenes contestatarios que enarbolaban justicia social, libertades y utopías. Entonces, en algún momento, habrá que acometer la tarea histórica bibliográfica de someter al juicio frío y riguroso de la historia al centauro que refiriera Maquiavelo; o tal vez recrear al Fouché que tan lapidariamente describió y pagó -con su vida- Orlando Martínez.
Hecha la salvedad, volvamos a la sutil discursiva, apología, industria bibliográfica o de hemeroteca balaguerista que, a modo de crónica y testimonio, ensaya humanizar y reivindicar una figura que, aunque de algunos logros materiales -gran constructor- no deja de pretender pasar de contrabando, si hablamos de democracia, una siniestra de negación antidemocrática que incluso confesó que no había cambiado él -1986- sino “las circunstancias”; o aquella, para no dejar ilesos, “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”. Ambas auto-fotografías de su íntima convicción ideológica y conocimiento cabal de la sociología y la idiosincrasia de una pequeña burguesía que quien mejor la radiografió (como cientista), en su justa dinámica sociopolítica y pendular, fue su antítesis ética-moral y archirrival político del perínclito de Navarrete: el Prof. Juan Bosch.
Pero esa industria está en marcha, y como la de Trujillo, habrá que acostumbrarse a leer y escuchar -a excepción de aquellas sinceras y apegadas a la verdad histórica- sin sonrojo, aunque bien tapada la nariz, para no morir ante semejante empresa: la reivindicación histórica de un “déspota ilustrado”. Ojalá que esa industria bibliográfica o de hemeroteca-periodística, que apenas asoma, no logre su cometido ni sea tan rentable, como la que se articuló sobre Trujillo, ahora sobre su heredero político y alumno más aventajado.