El ataque terrorista perpetrado la noche del viernes 22 de marzo en una sala de conciertos de un centro comercial de la capitalina ciudad de Moscú, Rusia, a la fecha ha dejado un saldo de 137 muertos y más de 140 heridos.

La organización terrorista Estado Islámico reivindicó el atentado, demostrando que tiene células activas a pesar del asesinato de varios de sus líderes, ya que logró penetrar a un país como Rusia, cuyas autoridades políticas han proyectado el blindaje de la seguridad y la defensa nacional.

El asombro está determinado porque este tipo de suceso se asocia más con países occidentales y del mundo árabe donde el fundamentalismo religioso está muy arraigado, sin embargo, Rusia tiene antecedentes de esta naturaleza que se remontan al proceso de desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a inicio de la década de los 90’s, teniendo estos ataques connotaciones políticas y religiosas.

Y es que en la medida en que países como Ucrania, Bulgaria, Lituania, Letonia y Estonia, Georgia, Bielorrusia, entre otros de la zona del Cáucaso que integraban las 15 repúblicas constituyentes de la URSS anunciaban su independencia, en Chechenia inició un movimiento separatista que derivó en una guerra con Rusia que tuvo dos fases: entre 1994-1996 y 1999-2009, pasando por diferentes etapas de altibajos para los países involucrados, pero que finalmente terminó con Chechenia convertida en una de las 24 repúblicas federativas rusas, con sus propias características y particularidades, entre ellas, el predominio del islam.

Tal situación creó una sedición que se mantiene dentro de un segmento del movimiento separatista checheno, que ha accionado dentro de su área territorial y en otras zonas de Rusia.

Entre los hechos más importantes se citan las explosiones en zonas residenciales de Moscú, Buinaksk y Volgodonsk, que dejó un saldo de 300 muertos aproximadamente. El ataque se produjo tras la asunción de Vladimir Putin como primer ministro en 1999, lo que marcaría el inicio de su ascenso político. El Gobierno ruso responsabilizó a los rebeldes chechenos.

En 2002, terroristas chechenos lideraron la toma del teatro Dubrovka en Moscú, con más de 850 rehenes, de los cuales fallecieron 173, incluidos 40 asaltantes.

Asimismo, el asesinato del presidente Ajmat Kadírov, en mayo de 2004, con el estallido de una mina terrestre mientras se encontraba en el estadio de fútbol de la ciudad de Grozni, capital de Chechenia, a escasos 8 meses de haber ganado las elecciones con el 83 % de las votaciones, pero con la denuncia de la exclusión del proceso de los partidos separatistas y de la intimidación del ejército ruso contra los votantes.

Y en 2010, explosiones dentro de dos estaciones del metro de Moscú próximas al Kremlin y al Servicio Federal de Seguridad, que mataron a 40 personas. El ataque fue provocado por dos mujeres yihadistas del Cáucaso.

En cuanto al atentado del pasado viernes, las teorías conspirativas empiezan a surgir, algo común ante este tipo de sucesos, en el que se trata de buscar el origen, motivación, autores materiales e intelectuales, más en el complejo contexto en que se encuentra Rusia, en la cual hace una semana se llevó a cabo el proceso electoral donde fue reelecto el presidente Putin, que desde hace dos años lidera un conflicto bélico con la vecina Ucrania, por cuya frontera supuestamente intentaron escapar los presuntos responsables del ataque, quienes finalmente fueron capturados y están en fase de investigación.

Los señalamientos se enfocan en las debilidades de la inteligencia rusa para detectar y prevenir un incidente de tal magnitud, cuando la misma se ha granjeado una imagen de ser eficaz y sobre todo letal desde los tiempos del Comité para la Seguridad del Estado (KGB), una temida agencia de espionaje de la que Putin y parte de su equipo cercano de colaboradores fueron miembros destacados.

Sin embargo, el enfoque misional del hoy Servicio Federal de Seguridad (FSB) es la guerra de Ucrania y los planes de ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aunque esto no supone el descuido de otras áreas estratégicas, porque Rusia es un país que constantemente tiene varios frentes abiertos.

Las declaraciones de Putin, de que los presuntos atacantes “Intentaron esconderse y se dirigieron hacia Ucrania, donde, según datos preliminares, les habían preparado una ventana desde el lado ucraniano para cruzar la frontera estatal”, sugiere que el mandatario atribuye algún tipo de responsabilidad al Estado ucraniano, lo que puede derivar en una renovada ofensiva, con mejores condiciones del clima con el inicio de la primavera.

Lo acontecido compromete la imagen del país desde el punto de vista de la inteligencia, la seguridad interior y de la capacidad de respuesta del propio presidente Putin, pues este suceso enviaría un mensaje completamente distanciado de la imagen que el dignatario ruso se ha creado, de ser imbatible y tener un control cuasi total de las interioridades de lo que acontece dentro del país, en escenarios cercanos y otros más distantes, en momentos donde la lucha por el poder hegemónico y la despolarización cobran un renovado interés.

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