Estas anécdotas revelan el carácter del presidente Heureaux, y su cabal conocimiento del alma dominicana. Nos dice Blanco Fombona: “Lilís, infatigable trabajador, pasaba largas horas en Palacio, en su escritorio. Tenía ante sí una tableta de marfil donde anotaba con lápiz sus asuntos pendientes. Allí había escrito esta sentencia: ‘Ocuparse y no preocuparse’. Un pensamiento estoico, aunque no haya leído el presidente a Epicteto, a Marco Aurelio o a Séneca.
Una vez, refiere el autor (p. 58): “Cuando la revolución de Moya, el General Perico Pepín se refugia en la Fortaleza de Santiago. Llega Heureaux procedente de la capital y lo alienta: No se preocupe, Pepín, la que triunfa es la última bala; pero hay que estar disparando hasta que sale”.
Lilís permitía que sus funcionarios se enriquecieran, pero “no le agrada que se ostente el dinero mal habido en política. Critica a aquellos de sus servidores que llevan vida de lujo y despilfarro, despertando la crítica de la ciudadanía. A esos les dice: No hagan gritar a la gallina cuando la despluman”.
Heureaux aseguraba que solo “la juventud puede salvar a este país”. Y agregaba: “Yo he tocado a todos los políticos de la República, como ahora toco este escritorio, y el que no está podrido, está gastado”.
En una ocasión visitó a un amigo general en la provincia de La Vega, quien tenía mucho dinero e influencia y se casó con la joven más bella de la comarca, y Lilís fue el padrino de la boda. El recién casado “además de subido de color, era marcadamente feo. Oiga, compadre, díjole Lilís, el hombre debe saber tres cosas en la vida: saber ser negro, saber ser viejo y saber casarse. Compadre, esa muchacha es demasiado para usted”.
Al presidente Heureaux le gustaba hacer chistes con el color y la raza: “El que nace blanco (…) nace con su carrera hecha”. Una vez, “siendo presidente, pasaba a pie por una calle de Santo Domingo, deslumbrantes de blancura el traje de dril y el sombrero de panamá, que le eran habituales. Una señora al verlo dícele en alta voz a la vecina, aludiendo al color de Lilís: Fulana, mira qué nublado. Lilís, sombrero en mano: no se preocupe, señora, que ese nublado no cae, va de paso” (p. 72).
La independencia cubana le debe un importante apoyo a Lilís. El país tenía relaciones formales con España, pero el presidente sentía “devoción por la causa cubana”. Solía decir: “España es mi esposa, Cuba, mi querida”. Y aportó protección y dinero. Sin su apoyo quizás Martí no habría salido hacia Cuba acompañado de “la mano de valientes”.
La famosa anécdota de la entrevista, en que acordó entregar el dinero “indispensable, complementario, que requería la expedición”, es narrada con ciertas diferencias entre Blanco Fombona (BF) y Rodríguez Demorizi (RD) (Martí en Santo Domingo), pero cualquiera de las dos que haya sido la frase utilizada por Lilís, lo retrata: “Nadie sabe, y el presidente Heureaux menos que nadie, ni de esta entrevista ni del resultado de nuestra conferencia” (RD, pág. 123); “Lo que ha hecho por ustedes Ulises Heureaux no debe saberlo el presidente de la República” (BF, pág. 73).
Diría Robert Roque: No era fácil el presidente Heureaux.