“¿De qué sirve una discusión sobre la posibilidad de alternativas, si no se puede realizarlas? ¿Por qué aquel que sostiene que no hay alternativas tiene el poder de destruirlas todas?”.
Franz Hinkelammert
Hacer política sobre la base de un pasado desconocido y de un presente incomprendido y “molestoso” es como construir casas sobre arena.
El debate de los candidatos presidenciales argentinos ha sido una experiencia única, triste y a ratos casi de ficción, además de que no cuadra con la Argentina que queremos. El espectáculo nos provocó una inmensa aflicción y no solo por Argentina, también por Nuestra América donde la cosa no va pintando para mejor: la ex presidenta de Bolivia está presa y el de Perú también; en Ecuador el presidente tuvo que renunciar para dar paso a elecciones legislativas y presidenciales; en Brasil aplicaron un “golpe blando” a Dilma; en Chile una constitución que solo anuncia malos tiempos está en la puerta de ser sometida a un nuevo plebiscito y en Nicaragua parece que las políticas públicas las visan los congresos de brujos (as). Los discípulos superaron al maestro.
En Argentina el candidato ¨libertario” hace campaña con una motosierra en la mano mientras el presidente Alberto Fernández declara que “resulta insostenible que alguien siga negando y justificando la dictadura genocida que torturó, asesinó, robó bebés a los que cambió su identidad, generó desapariciones y condenó al exilio a decenas de miles de argentinas y argentinos”. Estas declaraciones del presidente expresan la conciencia de que hay una línea roja que no puede traspasarse, pues si eso ocurriese quienes escribirán los libros de historia serán los cómplices de los torturadores y de los criminales. Hoy los protectores de los que lanzaban argentinos al mar dictan cátedras de nacionalismo, libertad y democracia. En fin, los ahora llamados libertarios se proponen concluir el trabajo de destruir a la Argentina que no terminó Menem.
El filósofo vasco Daniel Innerarity aborda desde sus análisis algunos temas de los que casi no nos ocupamos pero que pueden resultar de gran ayuda cuando se están moviendo todos los altares. Nos alerta, entre otros imperativos, de la necesidad de que empecemos a abandonar la idea de que la política se hace cada cuatro años, de que lo que hace falta es un barniz de “marketing” y que si todo va bien se podrá llegar a una posición en el Estado con el fin de gestionarla adecuadamente. O sea, maquillar para que todo siga igual.
Daniel Innerarity recomienda hacer una reflexión sobre tres aspectos. Primero, llama la atención acerca de que la política se ha tornado imprevisible. Digamos que nadie con las metodologías tradicionales pudo advertir del triunfo de Trump, de Bolsonaro, del Brexit o del triunfo en la primera vuelta de Kast en Chile. Ya no es posible contar con que el voto de los trabajadores va a ir a la izquierda y nadie puede hacer siquiera un borrador de lo que harían los progresistas en caso de triunfar en alguna parte. Todo esto ha llevado a que la política se transforme en algo tan inquietante como “… el hecho de que sea imprevisible cuál será la próxima sorpresa que la ciudadanía está preparando a sus políticos. Nadie sabe con seguridad cómo funciona esa relación entre ciudadanos y políticos que se ha convertido en una auténtica «caja negra» de la democracia.”
Su segunda advertencia es que no deberíamos subestimar la fortaleza de lo que aborrecemos: “Uno trata de ser objetivo y de argumentar sobre la base de evidencias, pero también los científicos sociales son humanos y tienen opiniones o preferencias, menos fáciles de contener cuando estamos ante situaciones de especial dramatismo.”
Su tercera reflexión es que necesitamos nuevos conceptos para entender lo que está pasando. “¿Qué significa el término establishment cuando todos los políticos han hecho su carrera despotricando del establishment del que proceden y al que siguen representando?” Se necesita incorporar nuevos conceptos o definiciones que algunos usan de manera francamente irresponsable y se pregunta “¿no será hora de explicar que quieren decir cuando hablan de populismo o de conservadores?”.
Para la izquierda y el progresismo parece prudente abandonar su pretendida acción educativa moral y convertir en un ejercicio saludable el perdón a quienes incluso han dejado de ser izquierda. Lo que no se puede perdonar es a quienes hayan olvidado que son (o eran) políticos y que la política sigue siendo la única herramienta para hacer un mundo mejor.
Como la política no enfrentó a tiempo a los Kast, los Milei, los Bolsonaro, la Boluarte o los Bukele, es hora de asumir que estamos ante un gran desafío intelectual y cultural: el peligro innegable de que se nos niegue no solo el presente y el futuro, sino también el pasado.
La política debe ser entendida como la acción colectiva que busca el cambio social. El negacionismo se sostiene en la ausencia de política, puesto que de lo que se trata es de gestionar el sistema vigente con la parte del poder concedido y, peor todavía, aumentar sus características depredadoras.
Puestos en este trance histórico ¿Vamos a aceptar que los grandes cambios son asuntos solo de los siglos XIX o XX? Entiendo que no, que eso no es posible puesto que hoy el avance civilizatorio es mucho más urgente, puesto que se trata ni más ni menos que de un asunto de supervivencia de la humanidad, amenazada sobre todo por un sistema económico que destruye todo lo que nos hace humanos y humanas.
Es igualmente peligroso creer que los grandes peligros que acechan serán resueltos por los organismos internacionales. Tampoco dará resultados el aspirar a cuotas de poder sin ninguna incidencia importante en el funcionamiento de democracias decadentes. El tiempo de la democracia basada en el ágora electoral ya concluyó, de nada vale insistir en mejorarla. De tanto intentarlo ya sabemos que eso es estructuralmente imposible y que ya es hora de pensar e intentar un sistema político superior.
Por ello estoy convencido de que llegó la hora simplemente de empezar a andar. Los que se dicen alternativos harían bien en llevarse del diccionario de la RAE que define lo alternativo como las “actividades de cualquier género, especialmente culturales, que difieren de los modelos oficiales comúnmente aceptados”
Seguir entretenidos en la inercia nos acerca a un final cuya bandera tendrá un único lema: “La historia terminó”. Pero como eso no puede ni debe ocurrir empecemos a mirar a lado y lado para juntar a los iguales, en lugar de andar mirando tanto para arriba en espera de un nombramiento que solo se consigue luego de no hacer política.