Del amor: El amor anhela la perfección de lo amado, pero sin coaccionar, porque aborrece las cadenas y las imposiciones. El amor evoluciona, no es estático, no toma asiento, madura paso a paso y esa transformación positiva le inyecta vida y esplendor. Todo amor motiva, provoca ganas de avanzar y de hacer; nos anima y fortalece para enfrentar las adversidades y nos nutre de suficiente ecuanimidad para asimilar los éxitos.

No hay amor sin discrepancias, porque el ser amado es diferente y, en consecuencia, la armonía de vez en cuando se quiebra, pero los tropiezos se convierten en experiencias que robustecen al amor. Los problemas se vencen por medio del diálogo; si conversando no se superan, el amor sabrá convivir con las dificultades.

El amor requiere paciencia y delicadeza; la rapidez y las asperezas lo corrompen. Nadie ama lo desconocido y solo el tiempo, que incluso puede ser corto, enseña las virtudes y las debilidades de quien ha de acompañarnos hasta el final de nuestros días o de quienes forman parte de nuestro entorno.

Si no hay admiración mutua es difícil que surja o se mantenga el amor. Todo amor requiere capacidad de comprensión, así respira y crece. El egoísmo es incompatible con el amor. La sinceridad y el respeto mutuo son elementos vitales en el amor. Quien ofende no ama. Tampoco ama quien denigra y maltrata a quienes rodean al ser que dicen amar.

El que ama valora el amor que entrega y el amor que recibe. Es de doble vía, es recíproco. Eso sí, no podemos negar que hay amores sinceros que no necesitan nada a cambio para alimentarse, como lo es el amor a un hijo o a una madre.

De la amistad: Dicen que nuestros amigos nos conocen en la prosperidad y nosotros a ellos en la adversidad. Cuando estamos “en buenas” los adulones aplauden hasta nuestros bostezos, pero cuando estamos “en malas”, no hacemos reír ni a una hiena. Por ello, valoremos toda expresión de amistad sincera.

La intensidad de la amistad no depende de la frecuencia con la que alguien comparte con el amigo ni tampoco de la distancia que los separe. Hay amistades eternas, aunque las personas se vean cada diez años y vivan en distintos continentes. Basta saber que el amigo está allí y que los dos están dispuestos en cualquier momento a escucharse, darse la mano y protegerse.

Un amigo fiel, como dice el libro del Eclesiástico, es una defensa poderosa; quien lo halla, ha encontrado un tesoro. Así las cosas, el que es incapaz de mantener y conquistar amistades debe revisarse, pues su aislamiento lo retrata como un ser egoísta y amargado.

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