El presente año arriba a su final, y el 2024, o al menos su primer semestre, estará básicamente marcado por la competencia electoral, y lamentablemente la calidad del debate es muy pobre, y los actores políticos sin importar que sean viejos o recién conocidos, lo único novedoso que exhiben es el uso de las redes sociales y plataformas, pero mantienen las mismas actitudes de demasiado énfasis en la imagen personal, con un discurso muchas veces hueco o de simples promesas o críticas, sin adentrarse en los temas que deberían ser el centro de la discusión por ser fundamentales para los dominicanos.
La República Dominicana manejó bien la crisis de la pandemia, y ha logrado la recuperación económica e incluso un repunte notable de uno de sus pilares fundamentales, el sector turismo, tiene estabilidad política y social, y su democracia frente a las situaciones que están presentes en la región, la hacen junto a Costa Rica uno de los mejores ejemplos. Sin embargo, así como lo cortés no quita lo valiente, exhibir cifras, logros y características que puedan ser aplaudidas, o estar mejor que los vecinos, no elimina que como país tenemos múltiples problemas sin resolver que cada vez se hacen más acuciantes, y grandes desafíos que han surgido, o que se acercan y siguen sin soluciones visibles, a pesar de que se anuncian desde hace tiempo. Basta mencionar los siguientes.
La situación del caos en el tránsito no puede seguir sin atención, es un problema mayor que comprende muchas debilidades transversales, falta de cumplimiento de la ley, impunidad, discrecionalidad en el ejercicio de la autoridad y las sanciones, falta de políticas efectivas y de coordinación, corrupción, y un mal de fondo, carencia de un transporte público eficiente y confiable; pero de tanto no hacer nada y de que muchos hayan intentado resolver un problema colectivo con remedios individuales, tenemos un parque vehicular excesivo y en continuo aumento, en el que transitan vehículos que no están en condiciones de poder hacerlo y no se les da de baja, un porcentaje importante de vehículos y conductores ilegales, que no tienen placa, chasis, matrícula, ni licencia, conductores que están por encima de la ley, un número cada vez mayor de motorizados dispuestos a infringirlo todo con tal de llegar primero bajo la insignia de una empresa que los contrata pero no asume responsabilidad alguna, y un cuerpo de agentes de tránsito cuya única forma de actuar es entorpecerlo más y anular el accionar de semáforos donde los hay, o que esperan bajo la sombra para imponerles a unos cuantos multas por hacer un giro prohibido que lleva años haciéndose, mientras otros pasan en frente de sus narices violentando luces rojas, y cuantas disposiciones tenga la ley, sin que les pase nada.
El tan anunciado cambio climático es una realidad patética que muchos aún se empeñan en negar, o simplemente cierran los ojos, porque piensan que mientras vivan podrán seguir haciendo el mismo uso irresponsable del planeta sin tener consecuencias, pero existen y ya se sienten, los repentinos y copiosos aguaceros que provocan inundaciones y muertes nos dan la voz de alerta, sin embargo, no se nota un cambio de conciencia ni un firme compromiso de emprender las acciones necesarias.
Hace 20 años que comenzó el sistema de pensiones bajo la Ley 87-01, y a pesar de una mucho mejor gestión y regulación de este en Chile, creador de nuestro modelo de capitalización individual, las consecuencias de la llegada de la edad de retiro y las bajas pensiones, hicieron que ese país se viera sacudido por una ola de protestas que aún mantiene a esa sociedad en conflicto y sin consenso, como evidencia el segundo intento fallido de reformar su Constitución, lo que debería hacernos ver que este este es un peligro anunciado al que debemos prestar atención antes de que se nos acabe el tiempo.
Mientras el liderazgo político se limita a alzar sus voces comparando precios de productos, a denunciar como malo o promocionar como bueno todo lo que el Gobierno hace, o a reivindicar algunos que las cosas sí andaban bien con ellos mientras intentan jugar a la desmemoria, los ciudadanos deberíamos estar exigiendo propuestas, pero no sacadas de la manga sin ningún tipo de fundamento ni estudios de factibilidad para pasar mañana un nuevo fraudulento contrato, sino ideas concretas que puedan ser discutidas, analizadas y valoradas. Se nos acaba el año 2023, y ahora debemos apostar a que no se desperdicie el 2024, iniciando acciones dirigidas a afrontar los problemas fundamentales, y a asumir con responsabilidad los desafíos que tenemos por delante.