Es evidente que el candidato Abel Martínez se proyecta como la última novedad política-electoral del sistema de partido tradicional en nuestro país. Esta apreciación lleva implícitas dos verdades ostensibles: a) que nuestro sistema tradicional de partidos está en crisis -antes crisis-descrédito de sus cúpulas o jerarquías (salvo algunas excepciones); y b) el fracaso del “Cambio” que vendió el actual aspirante a reelegirse, pues, además de pésima o pobre gestión pública, golpes en el pecho de otrora conspicuos promotores -mayoría periodistas-bocinas y miembros “sociedad civil”- y promesas incumplidas, su partido -el PRM- ha sido filtrado por personeros del crimen organizado en su objetivo político-estratégico de asumir control directo en los poderes públicos -llámese, en primera fase, Congreso y poder municipal- bajo la sombrilla del financiamiento confeso de campaña. Nada nuevo -en materia de financiamiento o “aportes” a candidatos-políticos; pero jamás a esos niveles de penetración y acceso directo a los poderes públicos.
Visto desde esa catastrófica realidad, Abel Martínez se proyecta como el “último mohicano” que le queda al sistema de partido tradicional y, al mismo tiempo, como un relevo político-generacional que podría motorizar una reingeniería o metamorfosis positiva en la línea de dejar atrás el prototipo de liderazgo de poses y discursos para ofertar otro de gerencia efectiva; y, de alguna forma, hacer mutar el sistema de partidos y el perfil del nuevo liderazgo.
Esa perspectiva, que encierra mucho, es parte vital de lo que se juega la sociedad dominicana en el contexto de la actual coyuntura política-electoral que, a propósito, luce rara, atípica o tan incierta. Porque para nadie es un secreto que estamos ante un punto de quiebre, inflexión o colapso político-institucional sin precedentes.
Y en el fondo es un gran dilema, pues por ciertos egos políticos y de fijaciones se ha dado una dispersión del voto opositor -con tres ofertas presidenciales- a tal punto que lo que ha sido un fracaso o retroceso -el “Cambio”- podría prolongarse y con ello agudizar la degradación política y, por vía de consecuencia, generar ingobernabilidad en medio de un vecino-país colapsado que, en cualquier momento, haría, incluso, arrastrarnos a un conflicto migratorio-fronterizo de choque, perspectiva que creemos debería ser eje central de la agenda-debate nacional y lo que está en juego en este proceso electoral, además de la penetración de actores-capos-delincuentes en el sistema de partidos tras el control de los poderes públicos (una especie o símil, aunque parezca exagerado-especulativo, de lo que pretenden Jimmy Cherizier -Barbecue- y Guy Philippe en Haití).
Como vemos, el panorama luce de cierre y de ceguera a la vez, pues lo que debió darse, de cara a mayo-19 próximo -la unificación obligada de la oposición mayoritaria en torno a un solo candidato-, se nos presenta como una probable prolongación de los derroteros actuales; o, en caso contrario, la posibilidad de una segunda vuelta o “tierra de nadie”, en la figura de un candidato gerente efectivo -Abel Martínez- o la de un expresidente -Leonel Fernández-.
Desde cualquier perspectiva, el escenario actual o estado de cosas, resulta de suma preocupación pues todo nos conduce a pronósticos reservados o casuísticas impredecibles, en fin, Abel Martínez es la única novedad o salvaguarda de un sistema tradicional de partidos en crisis o que agoniza.