Cuando en las pantallas de la Sala Lumiere proyectan los escalones rojos que ascienden desde el fondo del mar, hasta el cielo, sabes que estás en el Festival de Cannes.
Los que van a Cannes se dividen básicamente en dos bandos: hay quienes le caen atrás a las fiestas, otros a las películas. Soy de los segundos. No importa que te hayas acostado a la 1:30 o a las 2:00 de la madrugada viendo una película. Al día siguiente te levantas a las 7:00 de la mañana… decidido a ver otras.
Este año la prensa se las vio más difícil. Además de contar con la acreditación, había que sacar tickets para ver las películas que te interesaran o pudieses alcanzar.
Y algo peor: los tiktokers, esos genios que puede que ni siquiera hayan visto “El acorazado Potemkin”, pero son adorados como dioses llegados del más allá, tuvieron en la alfombra roja los poderes que jamás ha tenido la prensa. No solo de entrevistar a quien le viniera en ganas, sino de hacer y deshacer a su antojo.
Mientras tanto, a la prensa no le es permitido siquiera que se haga una selfie mientras sube por la escalinata de la alfombra roja. Si lo intentas, pasa algo. Yo lo hice. Probé a hacerlo para poder escribir estas líneas.
Ocurrió en una tanda de las 9:00 de la mañana, en el Teatro Lumiere.
Cámara lenta. Como una escena de “Billy El Niño”. Música de Aaron Copland. Crescendo dramático.
Desenfundo mi iPhone 11 lentamente, giro 180 grados, alzo el celular como si fuese un Colt y cuando logro ponerlo a la altura de mi brazo extendido por encima ligeramente de mi cabeza, veo con el rabillo del ojo una sombra que avanza hacia mí por la izquierda.
Giro hacia la derecha levemente. La música se vuelve ahora casi lúgubre.
Se abalanza hacia mí un jovenzuelo diciéndome en alemán -no sé por qué- “Verboten” que según Google significa “Prohibido”.
Lo dice con desespero: “Verboten, verboten”. Y yo me digo qué tiene que ver esto con los tiempos verbales. Enfundé de nuevo mi Colt y me dije: “Eres menos que un tiktoker de m…”.
“Forbidden”, que en inglés quiere decir: “Olvidado”.