Ganar un premio de poesía siempre es una alegría muy especial para un poeta. Sobre todo si ese reconocimiento es en su país de origen.
Pero cuando el reconocimiento rebasa las fronteras de tu país y viene de un lugar como España, la Madre Patria, el premio adquiere otros ribetes y deja otros nerviosismos.
A Soledad Álvarez le acaban de pasar este año ambas cosas.
El Premio Nacional de Literatura y el Premio de Casa de América (que no el de Casa de las Américas, muy desdibujado en la nada), esa institución cultural situada a pocos metros de la fuente de la Cibeles, en el centro de Madrid.
La voz de Soledad -quien me dijo que está asustada por el premio-, es valiente, directa, fresca, femenina y auténtica.
Voz que también bebió de las voces prístinas de Raúl Rivero, Wichy Nogueras y otros compañeros de estudio en la Universidad de La Habana, donde ella se graduó de Licenciada en Filología. Y cuyas presencias se sienten mucho más en poemas como “Si nacieras llamándote Luis Pérez”.
Suyo también es este poema titulado “Declaración”, de hace algunos años, y donde se sienten ciertos acentos de aquellos años poéticos que se movían entre lo más conversacional con lo intimista, pero sobre todo donde las opresiones políticas se vivían como pan de cada día.
“Juro vivir mi vida
sin treguas
armada hasta la muerte
sin aflicciones ni miserias
con mis culpas y derrotas bien
lavaditas y aireadas vivir
sin torturadores o con ellos
pero sin pie para la traición
sin santos ni sobornos
sin traidores o con ellos
pero sin pie para la traición
vivir amor
aunque me rompa el alma
pasajera de desastres
ventrílocua de lo indecible
contrabandista de valijas rotas
de amores y contramores
aunque me toque la muerte
aunque me claven las uñas
vivir con lentitud o con demencia
con la luz o sus negruras
ahora y después
hasta ganar la batalla”.
Celebro el éxito de Soledad, que es de toda la poesía dominicana.