“Rosalía es dura, muy dura”, dice mi colega. Puede romper formas y puede hacer lo que quiera porque conoce la estructura de las formas, y porque sabe música: es músico. Sabe crear, recrear y producir. Pero sabe sobre todo interpretar.
Estilo el suyo ecléctico, en el que mezcla fragmentos de aquí o allá, ritmos, tempos, insinúa, se lanza, dice.
Motomami es un disco raro en este pobre universo urbano, de grandes ínfulas, del cual toma herramientas, hilos que la llevan por rumbos ignotos, bases rítmicas del dembow y del reggaetón, baja la candela, el tempo, o los acelera, e inyecta clavo de olor, sensualidad del lirio, colorcitos del flamenco, melismas, detonaciones de ametralladoras sacadas de las máquinas de ritmo, disquisiciones de brújulas y otras filosofías.
Rosalía tiene Delirios de Grandeza. Ese bolerazo de 1968, único del disco que no es suyo, sino del guitarrista y cantautor Carlos Querol, grabado aquel año por Justo Betancourt, el mismo de la salsa “Pa’ Bravo yo”, en tiempos en que la salsa era mirada como miramos al dembow ahora.
Carlos Querol (Matanzas 1920, La Habana 1991) fue, probablemente tío de Justo Betancourt, comenzó su carrera musical a los diez años, pasados algunos tocó con “Patato” Valdés. Se le vio en los conjuntos Saratoga y de Senén Suárez, en la Orquesta de Antonio María Romeu, y hasta en Los Bocucos de Pacho Alonso.
¿Cómo Rosalía se empató con este tema? Es un enigma, que probablemente demuestre la sed de investigación de la joven artista española. ¿Habrá conocido a Justo Betancourt quien ya anda pasados los 80 años de edad, en Puerto Rico o Estados Unidos? ¿Por qué Rosalía decidió incluir este tema?
Interesa el tratamiento que le dio. Quitó graves, aceleró tiempo, adecuó la grabación original, la pasó por filtros (a los que somete la música, nunca su voz), para manipularla creativamente del modo que lo necesita.
La empatía y el respeto con que la artista se relaciona con ese bolero de los 60, es proporcional con sus deseos de abrir nuevos caminos en la música. Propone nuevos modelos en los que aporta brasa para ritmos poco dados a la creación de nuevos universos sonoros, que no sean lo machaconamente pegajoso del dembow. Y no hablo de mucha letra mediocre del disco. Pero, ¡dura, muy dura!