Lo kitsch, lo lujosamente kistch, el mal gusto, el escándalo, la desnudez, y la mediocridad convertidos en paradigmas sociales ha sido el resultado de las peleas ideológicas entre izquierda y derecha en los años 60 hasta los 90 del siglo XX.
La caída del muro de Berlín significó el fin de un siglo donde convivieron el totalitarismo más detestable (Stalin, Hitler, Kim Il Sung, Fidel) con algunos de los mejores momentos de la música y del arte en el mundo.
Los que venimos del siglo XX sabemos que entonces vivimos en el mejor de los mundos posibles -ideologías aparte- donde los niños jugaban libremente en las calles, cualquiera podía darte a comer o te reprendía, éramos felices y no lo sabíamos.
Nadie vio venir esto. Nunca imaginamos que este deseado siglo XXI al cual queríamos llegar, sería el carnaval permanente de la estulticia, la exposición de todos los defectos humanos llevados a la escala de espectáculo y al nivel de categoría estética y de ascensor social. Tanto que el ministro de la Juventud se baja con un glorioso “teteo seguro”.
El escándalo, la exposición de los féferes, las danzas de las drogas, la que más nalga dé, la más sucia, la más soez, la que cobre más por sexo, la que más hombres se dé, el más macho, el más mal hablado, el más drogadicto, el más violento y hasta el más afeminado son los parámetros de la normalización del mal gusto.
Lo peor de todo es que, al ser rentable, al atraer el dinero de las marcas, al viralizarse en redes, ese maremagnum de lo ordinario, de lo fútil, de lo vulgar, se convierte en el salvador de las clases más empobrecidas. Y si antes los niños aspiraban a ser médicos o ingenieros, hoy aspiran a ser dembowseros, que es lo que les pone en la mano un Lamborghini.
El fracaso de las ideologías, el fracaso de las mentiras de los políticos, el fracaso de los proyectos sociales, el fracaso de tantas y tantas horas de discursos llenos de promesas (oh Fidel Castro), han traído estos lodos. Nadie ha sido capaz de sacar de la pobreza a las clases más necesitadas. Por eso aparece esta vengadora que nos pasa la cuenta: ¡venció la Mediocridad!