Mi recuerdo más lejano de ella era cuando muy joven impartía clases de matemáticas a mis hermanos mayores en el Colegio Duarte, por lo que pude ser testigo de excepción de sus comienzos en la educación, ámbito que no abandonaría y constituiría su razón de ser. Desde sus inicios en el magisterio, se notaba su reciedumbre de carácter, su persistencia en los proyectos y la perfección que procuraba para sí misma y para aquellos que la rodeaban, actitudes que le acompañaron toda la vida desde las ideas que defendía, hasta su forma impecable de vestir.
Sincera hasta el extremo, nunca anduvo en medias tintas, era todo o nada, siempre estaba clara en lo que quería y cómo conseguirlo, poniendo como ejemplo para los demás su gran capacidad de trabajo. Tenía la perspicacia de descubrir el talento en las personas, aun antes de que ellas mismas se percataran de ello, no exigía nada que ella misma no hubiera hecho antes, daba seguimiento a cada proceso, desde que era solo un sueño, trabajando a cada paso y después alcanzar la realidad, cuando ya tenía su visión puesta en otro. Nunca confundió humildad con debilidad, ella era ella en toda su extensión, una mujer luchadora, persistente e indoblegable; si se había formado un criterio o tenía una convicción, lo mantenía, podía provocar emociones, pero nunca indiferencia.
Llevaba a la PUCMM en su ADN y la conocía al dedillo, allí creció, pudo desarrollarse y desempeñó variados cargos desde el primer escalón en el cuerpo profesoral, para luego dirigirlo como vicerrectoría académica; era una hechura de sí misma, sin abolengos ni privilegios, supo ganarse a pulso cada peldaño al que impregnaba su impronta y sello personal, dándole el brillo de su personalidad. Aun si no se compartiera su pensar, era respetada y admirada por todos, sabía ser exigente, pero también cálida y cercana; respiraba y exudaba universidad de la que estuvo pendiente aún alejada formalmente porque siempre estuvo cerca y era el referente preciso de consulta en las grandes decisiones por su experiencia y sabiduría en una institución que la formó y a la que ella también moldeó como su casa, su espacio y su plataforma de vida.
Aun con la enfermedad tocando las puertas de su salud de manera insistente, no se distrajo con sus embates, luchó con gallardía como tantas otras batallas que pudo haber enfrentado. Su mente no se detenía y sus juicios de valor eran tan ciertos y firmes como el primer día, genio y figura hasta el final. No corresponde despedirla, solo decirle hasta luego, como ella podrá haber parecidas, pero no iguales.