A lo largo de la historia de la humanidad, la división del trabajo entre hombres y mujeres estuvo influenciada -entre otros factores- por la fuerza física, la cual les otorgaba cierta ventaja competitiva a los hombres para ser los responsables de procurar el sustento de la familia mediante actividades que requerían su uso, como la caza. Mientras las mujeres se dedicaban a la recolección de alimentos y al cuidado de los niños; los hombres en su calidad de proveedores asumían un rol dominante en el hogar y en otras instancias de la sociedad.

Los roles menores asignados a las mujeres se fueron modificando, estimulados por cambios en la infraestructura económica y los efectos que estos iban teniendo en la superestructura, entendido esto último como las normas y valores culturales y sociales. Por ejemplo, con el desarrollo de la agricultura, las mujeres -además del trabajo doméstico y del cuidado del hogar- comenzaron a desempeñar un papel importante en la producción de alimentos.

Cambios de esta naturaleza -unidos a la lucha de las mujeres en defensa de sus derechos- se fueron reflejando en los roles sociales que eran desempeñados por ellas mismas. En nuestros días -con los cambios en los sistemas productivos y las innovaciones tecnológicas, entre otros- las competencias y habilidades han pasado a adquirirse a través de la educación, campo en el cual los hombres deben competir con las mujeres en un mercado de “competencia perfecta”; y en cual los hombres estamos perdiendo la batalla.

Este tema lo trata de forma magistral el investigador Richard Reeves del centro de pensamiento “Brookings Institution” de los Estados Unidos en su libro “Of Boys and Men: Why the Modern Male Is Struggling, Why It Matters, and What to Do about It”. Dicho trabajo presenta datos que demuestran cómo los hombres en los EE.UU. -y otros países como el Reino Unido, Canadá y Australia, entre otros- están rezagados en el rendimiento académico en casi todos los niveles, lo cual es demostrado por las tasas de graduación, rendimientos en pruebas estandarizadas y calificaciones por desempeño; en todas las cuales las niñas tienden a superar a los niños.

Por ejemplo, en todos los estados de los EE. UU. las niñas también tienen más probabilidades de graduarse de las escuelas secundarias a tiempo, son mejores estudiantes y obtienen un rendimiento significativamente mejor en las pruebas estandarizadas de lectura que los niños (y aproximadamente igual en matemáticas).

Además, afirma Reeves: “Las jóvenes tienen más probabilidades que sus contrapartes masculinas de obtener un título de licenciatura. Mientras en 1970 en los EE.UU. solo el 12 por ciento de las jóvenes (de 25 a 34 años) tenía un título de licenciatura, en comparación con el 20 por ciento de los hombres, lo que representaba una brecha de ocho puntos porcentuales; en el año 2020, ese número había aumentado al 41 por ciento para las mujeres pero solo a 32 por ciento para los hombres, lo que representa una brecha de nueve puntos porcentuales, ahora en la dirección opuesta”.

A lo largo de su libro, Reeves establece que este cambio va dejando a muchos hombres y niños en una posición de desventaja en varias áreas de la vida, con consecuencias negativas en su salud mental; a la vez que discute sobre la necesidad de implementar programas de apoyo que fomenten el interés y la participación de los niños en la educación, así como otros que ayuden a disminuir la situación de desesperanza que empieza a observarse en los hombres.

Las consecuencias de este fenómeno en el funcionamiento de los hogares de matrimonios de sexo opuesto están siendo significativas en este país. De acuerdo con el trabajo “For Women’s History Month, a look at gender gains – and gaps – in the U.S.” publicado por “Pew Research Centre” en febrero de este año- las mujeres ya superan en número a los hombres en la fuerza laboral con educación universitaria, representando ahora un 51% de los mayores de 25 años desde finales del 2019. Y que conste, que las mujeres aún siguen teniendo una mayor responsabilidad en el trabajo doméstico y del cuidado del hogar, y por ende, resultan más afectadas por eventos inesperados como el COVID que obligó a muchas de ellas a abandonar sus trabajos para poner una mayor atención a estos asuntos.

Pero todavía más, el informe de “Pew Research” indica que la proporción de mujeres que ganan tanto o más que sus parejas del sexo opuesto en los EE.UU. se ha triplicado durante los últimos 50 años y asciende a alrededor de un tercio de los hogares (un 29%); además de que hoy un 16% las mujeres actúan como únicas proveedoras económicas de la casa.

Si a esto agregamos que la deslocalización de las industrias de los EE.UU. hacia países con costos laborales más bajos iniciada a partir de los años 70 -especialmente en sectores como la manufactura que históricamente ha tenido una mayor concentración de trabajadores masculinos- ha llevado a la pérdida de empleos bien remunerados que eran tradicionalmente desempeñados por hombres que sostenían a muchas familias.

Esto ha influido que muchos hombres hayan desarrollado una nostalgia por el rol macho-alfa, que se ha manifestado -entre otras cosas- en el apoyo otorgado por los hombres a Donald Trump en las elecciones del 2016 y del 2020, en las cuales obtuvo alrededor un 63% y un 57% de los votantes masculinos en dichos certámenes respectivamente, y que hoy supera a Kamala Harris por unos 12 puntos en este segmento de los votantes; en lo que me permito calificar como un “voto de enojo”. Es la añoranza de tiempos pasados de un hombre dominante que no volverán.

A este malestar en los hombres algunos autores atribuyen que estos representen entre un 70% y un 75% de las muertes causadas por el uso de opioides sintéticos como el fentanilo -las llamadas muertes por “desesperanza”- y a que los hombres constituyan casi un 75% de los suicidios.

Aunque no conozco en detalle la situación actual en esta materia, puedo percibir tendencias similares en nuestro país; las cuales pueden causar aún mayores efectos negativos en el funcionamiento de nuestros hogares en una sociedad que es fundamentalmente machista. Por ejemplo una encuesta reciente de Enhogar (2022) demuestra que el porcentaje de hombres con cinco anos y mas que tienen 13 años y más de estudios es de 16% y en las mujeres de un 24%.

Dadas las circunstancias, como dijo Edmund Burke, el mayor error que se puede cometer es “planificar el futuro pensando en el pasado”. Si queremos crear hombres de éxito, hagamos que los niños y los jóvenes compitan con las niñas y las jóvenes en las escuelas, universidades y otros centros de aprendizaje, y que estos entiendan que deberán compartir el trabajo doméstico y del cuidado del hogar, ya que no son jóvenes con la mentalidad de sus madres las que tendrán como esposas.

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