Muchos celebran los 600 jonrones de Albert Pujols. Tienen todo el derecho de hacerlo. Yo prefiero honrar al ser humano que acaba de lograr una hazaña de mucho peso en las Grandes Ligas.Es uno de esos pocos que prefieren el bajo perfil ante que el boato, lo colectivo a lo individual y su vínculo con Dios es innegociable. Hombre de familia y cristiano desde que se duerme hasta que vuelve a despertar, el hoy designado de los Angelinos siempre ha vivido aferrado a principios y quien una vez intentó vincularlo con sustancias prohibidas, tuvo que retractarse porque iba para la justicia.
Recuerdo el Clásico Mundial de 2006, cuando se proclamaba como uno más del grupo de estrellas, sabiendo todos que en ese momento no era segundo de nadie, pero ese ha sido su estilo. Nadie recuerda ver al tres veces JMV de la Liga Nacional en escapadas nocturnas. No se trata de condenar a quien lo hiciera, sino de resaltar a una persona que andaba con su familia la ruta completa.
La disciplina ha marcado su carrera. La seriedad con que ha asumido los compromisos que en su paso por el juego ha tenido que enfrentar.
No describo a un santo porque incurro en una falacia. Sin embargo, la honradez de Pujols es, hasta hoy, merecedora de un 10 de 10 y en un mundo de antivalores, siempre es bueno recordar que existen personas como él, que de la nada ascienden a la gloria sin olvidar de donde provienen.
Albert fue la elección 402 de la ronda 13 del sorteo de 1999. Hoy tenemos 600 razones para saber que los escuchas se equivocan y, por encima de todo, que Dios existe.
Mis respetos.