Albert Pujols escaló ayer una especie de atalaya que le separa mucho más del resto en cuanto a la armada latina se refiere y le concede más rango dentro de los principales garrotes en los registros de la MLB.
Alcanzar los 697 jonrones no es “paja de coco” y mucho menos en unos últimos años de torbellinos y situaciones poco favorables.
Sumido en una primera mitad de contienda para el olvido, Pujols nunca bajó la guardia, lleno de fe como Abraham, y el cierre de campaña es ahora para la historia.
Y no cualquier tipo de relato.
Ayer dejó en su espejo retrovisor a Alex Rodríguez por el cuarto puesto en la lista de cuadrangulares y sus motores cuentan con el combustible para unirse a la exclusiva compañía de los 700, donde solo tienen acciones George Herman (Babe) Ruth (714), Henry Louis (Hank) Aaron (755) y Barry Lamar Bonds (763).
Sus palos han ayudado a los Cardenales, que le han manejado a la perfección y merecen ese reconocimiento, a pesar de unos meses iniciales de panorama plomizo.
Ahora, con la escuadra muy avanzada en su meta primordial de ganar su división, lo ideal es que juegue en la mayoría de los 21 partidos restantes. Eso ha sido ganado por el dominicano, no es una concesión.
El béisbol siempre se las trae. El mayor éxito de Alberto ha sido contra lanzadores zurdos, a quienes literalmente no les deja bajar el pie cuando ya la pelota va lejos.
Contra los derechos ha sido mucho menos eficaz, pero sus dos planazos recientes, el de empatar y superar al señor Rodríguez, fueron contra diestros. Esa es la pelota, damas y caballeros.
El cierre de la temporada de Pujols galopa imponente ante el festejo de millones de fanáticos que le hacen la reverencia de rigor al criollo, insuflado a una potencia insospechada en su estación de despedida del negocio.
Los grandes hacen eso al decir adiós y en su agenda se incluye derrumbar los pronósticos en contra, como el de un servidor que pensó en julio que lo más conveniente para él era retirarse en el Juego de Estrellas.
Claro yerro mío y todo el reconocimiento para Alberto Pujols. Hay que dársela porque la tiene. l