Sergio Sarita es una institución en el ejercicio de la Patología en el país, pero en estas líneas nos presenta al ser humano detrás del microscopio
El doctor Sergio Sarita Valdez arriba al medio siglo de su investidura como médico. De este período de 50 años, lleva 48 como patólogo. Un tiempo largo durante el cual ha sido testigo de innumerables situaciones que han tocado profundamente su sensibilidad.
Oriundo de un campito de Altamira, llamado Quebrada Honda, es el primero de los 10 hijos procreados por los esposos Antonio Sarita y Gloria Valdez.
De niño fue inquieto y muy curioso. Siempre quería saber el porqué de las cosas, quizás por eso su madre estaba segura de que sería médico y de que su afán por saber y descubrir eran la señal inequívoca de un futuro hombre de ciencia. A los 16 años inició sus estudios de Medicina en la Universidad de Santo Domingo y tan pronto como recibió su título de doctor partió a los Estados Unidos, donde descubrió su vocación.
Regresó al país convertido en patólogo, una especialidad poco común para la época, pero que poco a poco y gracias a la utilidad de su ejercicio se fue convirtiendo en un aliado indispensable en la solución de casos que, por su rudeza y crueldad, estremecieron a la sociedad dominicana.
En la actualidad, el doctor Sergio Sarita Valdez continúa el ejercicio de su especialidad y contribuye de manera eficiente con la formación de nuevos patólogos.
1. De Quebrada Honda
Nací el 25 agosto de 1945, en un campo del municipio de Altamira, en Quebrada Honda. Recuerdo mi niñez con mucha alegría porque estaba en contacto con la naturaleza y el río me quedaba a 200 metros. No había nada mejor que irse a dar un baño largo al río, especialmente en verano. Mi padre se llamaba Antonio Sarita, comerciante, y mi madre Gloria Valdez. Cuando ellos se unieron debieron esperar para casarse porque ella era menor de edad. De hecho, nací unos meses antes del matrimonio y por eso hubo que legitimarme. Tanto mi hermana como yo, nacimos fuera del matrimonio. Mis padres se casaron en marzo del 1946.
2. Diez hermanos
En total, del matrimonio de mis padres nacimos 10 hijos, seis hembras y cuatro varones. Uno de mis hermanos, que era ingeniero químico, murió electrocutado en Monte Plata. Esa infancia se desarrolló en gran parte durante la Era de Trujillo, y esto quiere decir que había mucha disciplina. A las cinco de la mañana ya estábamos en pie. Esa fue una costumbre que nos inculcaron nuestros padres, porque había que ir a la escuela y donde nosotros nacimos no había escuela, había que caminar casi dos kilómetros para llegar a la escuela primaria. Esa casa, con tantos muchachos, parecía un manicomio, la suerte es que mi mamá tenía un nivel de tolerancia increíble. Ella se la pasaba escuchando quejas de que uno le hacía algo al otro y entonces tenía que administrar justicia. Nos enseñaba que los más grandes debían ayudar a los más pequeños y los varones tenían que cuidar a las hembras. La peor amenaza era cuando mamá nos decía: “No se preocupen que se lo voy a decir a su papá cuando él llegue”. Eso bastaba para uno tranquilizarse, claro, luego de rogarle que no se lo dijera a papá. Cuando mi papá llegaba en la nochecita había que pasarle un balance de lo que había pasado en el día.
3. A la clase…
Realicé la primaria en Quebrada Honda. No hice ni el sexto, ni el séptimo, porque en la Era de Trujillo, el que pasaba con notas sobre 80 le daban el Premio Ramfis, que consistía en exonerar a uno de realizar el séptimo curso. De modo que llegué a la normal a los 11 años. Realicé el bachillerato en un liceo semioficial en lo que ahora se llama Imbert, y que entonces se llamaba Bajabonico, porque en Altamira no había liceo. Iba a cumplir 16 años cuando vine a la capital a estudiar Medicina. Para decirte la verdad, la carrera de Medicina no la elegí yo, la escogió mi mamá. Ella fue quien me enseñó a inyectar, me dijo que yo iba a estudiar Medicina y que yo iba a cargar a la familia para la capital. Ella me lo impuso, pero digo que ella vio ciertas cosas en mí que le hicieron pensar que yo podía ser médico. A mí siempre me gustaba saber el porqué de las cosas. Yo era un niño preguntón. Precisamente, este año vamos a cumplir 50 años de graduado, porque nos graduamos el 29 de octubre de 1967.
4. Paciencia de Job
Mi padre tenía una paciencia que exasperaba a uno. Recuerdo que un día me fui a la escuela, que para esa época había que caminar ocho kilómetros. Entonces, ese día salí y me puse a esperar una bola de una camioneta que pasaba siempre, pero eso día, para desgracia mía, no pasó. Es decir, que se me hizo muy tarde y como quiera tuve que irme a pie. Mi papá se preocupó mucho y salió a mi encuentro. Nos encontramos a mitad de camino, y él sólo me preguntó: “¿Qué pasó? Yo le expliqué que estaba esperando la camioneta para irme en bola, pero que no había pasado. Entonces él me dijo: “Y usted es propietario de camioneta o tiene una camioneta alquilada. Mire, cuando lleguemos a la casa eso lo vamos a arreglar, porque usted se ganó una pela”. Esos fueron los cuatro kilómetros más tormentosos que yo viví en mi vida, porque mi papá nunca prometía nada que no fuera a cumplir. Yo habría preferido que ahí mismo resolviera. Mi papá nunca nos corregía delante de la gente.
5. En el Moscoso Puello
Cuando vine a estudiar a la capital, vine a vivir en la casa de una tía de mi mamá, por el lado materno. Para mi desgracia, a la segunda hija de ella, yo no le caí bien. No había pasado un mes, cuando le dijo a su mamá que no cabíamos los dos en la casa. Ella le dijo: “O yo me quedo aquí en mi casa, o él se queda en mi casa y yo me voy”. Entonces, la pobre tía me dijo: “Mi hijo hay un problema, usted y mi hija no se llevan bien”, yo le respondí: “cómo que no nos llevamos bien. Yo estoy de acuerdo con lo que ella diga”. Entonces tía me dijo lo que ella le había dicho y que lamentablemente tenía que irme. Era un sábado en la mañana y salí de la casa sin saber para dónde iba a coger, no conocía a más a nadie, pero la casa quedaba a tres cuadras del Hospital Moscoso Puello, entonces alcancé a ver el hospital y fui para allá. En ese momento escuché al director de la emergencia, el doctor Logingo Alcántara, que era el dueño de la Clínica Alcántara y González. Le expliqué que era estudiante de Medicina y él me miró incrédulo, porque yo era muy chiquito y flaquito. Le dije que me habían botado de la casa y que yo quería seguir estudiando Medicina. Entonces él me preguntó que si yo estaba dispuesto a hacer lo que me pusieran a hacer para seguir estudiando, y yo le respondí: “Lo que sea”. Él me dijo que a las ocho de la noche, el director del hospital, Julio Brache, estaría ahí, porque había una urgencia por conseguir un técnico de banco de sangre. Y me dice: “Yo te voy a presentar a ti como que tú eres el técnico del banco de sangre. No digas no a nada”. Cuando llegó el doctor Brache, me presentó como el técnico, y el doctor Brache dijo que era mejor para la noche, porque de día trabajaba la encargada. Eso era lo que yo quería. Ya tenía dónde pasar la noche.
6. Comunista
En el año 1963 sacaron del hospital a todos los estudiantes de la UASD, porque eran comunistas. Entonces, el doctor Alcántara me ayudó con un señor que se llamaba Julián Chestaro, que era capitán de la Policía Nacional, para que yo ingresara al Cuerpo Médico de la Policía. Ahí estaba cuando estalla la Revolución de Abril, y se repite la misma historia, recogieron a todos los estudiantes de Medicina, los tildaron de comunistas y los metieron presos. Pasé la Revolución en una solitaria, sin hacer nada. En el año 1967 me gradué de médico. Tenía buen dominio del inglés, me preparé para salir del país a especializarme.
7. Estremecedor
Un caso que me afectó mucho, fue cuando estando en Puerto Rico, me llegó al Instituto de Medicina Legal una niñita que su abuelo, dando reversa en la marquesina de la casa, le aplastó la cabeza con las ruedas del vehículo. Esa niñita tenía un parecido extraordinario con mi hija, la única que tenemos. Eso me impactó emocionalmente, a tal punto que hasta el sol de hoy yo no puedo dar reversa en un vehículo si no salgo del vehículo a mirar las gomas traseras. Eso me marcó de una manera muy fuerte.
8. Testigo
Yo siempre he trotado por el Mirador, y en una de esas madrugadas yo vi a unos hombres empujando un vehículo por donde estaba el puente seco de la avenida de Los Mártires. Lo vi, pero seguí. Cuando llegué a Patología, estaban llevando el cadáver de una señora, que era dueña de un negocio en la Ortega y Gasset. Supuestamente ella se había ido con todo y vehículo por ese puente. Entonces, el señor que fue a reconocer el cadáver, miró al suelo antes de fingir un desmayo. Ahí fue que yo aprendí cómo la gente aprende a simular. Él quiso fingir una gran impresión, pero antes de caer al piso, miró dónde iba a caer. Después se supo que era un asesinato y que ellos habían lanzado el cadáver en el vehículo.
9. Afortunado
He sido muy afortunado. Primero, de haber nacido; segundo el haber nacido en este país y tercero haber encontrado mucha gente buena. Me siento demasiado satisfecho y honrado de ser dominicano. Como principio de vida yo sostengo, mantengo y doy testimonio de vida de que uno da un poquito y recibe muchísimo. Te aseguro que das un poco y en un momento determinado te regresa tanto. Una vez iba yo por la carretera de La Cumbre, nos pasó un señor a alta velocidad y yo lo que pensé fue que esa persona no conocía ese camino. Antes de llegar a La Cumbre nos encontramos con un accidente espantoso, había una persona sangrando con una herida en casi todo el cráneo, pedí aguja e hilo y lo suturé. Eso pasó. Ahora, no hace mucho, yo fui a sacar un acta de nacimiento para renovar mi pasaporte y había una fila grandísima, y un señor mayor me llamó y me preguntó qué yo estaba haciendo ahí. Le expliqué y me pidió los datos. Se fue y al poco rato llegó con las actas de nacimiento. Le pregunté que cuánto le debía, y me dijo: “El que le debe soy yo”. Me sorprendí y le pregunté que quién era él, y me dijo: “Yo soy el hombre que usted cosió en La Cumbre”.
10. Buenas referencias
Tan pronto uno se hacía médico tenía que hacer la pasantía. Uno no sabía adónde iba a ir a parar. A mí me tocó Monción, en Santiago Rodríguez, y cogí para allá. La maternidad de Monción quedaba frente al ayuntamiento, y la que es mi esposa trabajaba en el ayuntamiento. Yo siempre la veía pasar para su trabajo y un día le pregunté al director de la maternidad que quién era esa joven, y él me dijo que era una muchacha humilde, pero de muy buena familia. Una tarde fui a su casa y le dije: “Yo estoy soltero, ya tengo un tiempo viéndote pasar y me han dado muy buenas referencias tuyas. Tengo una propuesta seria para ti”. Ella me dijo que no nos conocíamos, pero comenzamos a tratarnos. Y para el 31 de diciembre ya estábamos casados. Ella se llama Idalia, aunque yo le digo Dalia. El 31 de diciembre cumpliremos 50 años de casados. Tenemos una hija.
Instituto Nacional de Patología
“Llegué a Estados Unidos y vislumbré qué era lo que aquí hacía falta en cuanto a especialidades y me di cuenta que aquí hacían falta patólogos. Me gustaba mucho investigar, pero me asignaron a Pediatría en el Hospital Cook County de Chicago. Cuando entré al servicio vi un niño que no podía respirar y le pregunté al doctor que por qué se presentaba esa dificultad respiratoria, y él me dijo: “Mira, aquí lo que hacemos es tratar de resolver el problema, aquí no andamos averiguando porqué, aquí le damos medicina para que se ponga bien. Si lo tuyo es averiguar por qué, entonces lo tuyo es Patología. Te voy a recomendar para enviarte a Patología”. Así lo hizo. Ahí pasé cuatro años. De ahí vine a Puerto Rico, dos años y medio; regresé a Chicago, y en el 1981 vine a establecerme a República Dominicana.
En el año 1985 apareció muerto el banquero Héctor Méndez. En ese entonces, Hatuey Decamps era secretario de la Presidencia y la oficina de abogados de Vincho Castillo afirmaba que ese era un crimen de Estado. El caso es que la oficina de abogados se llevó de un informe de un médico legista que decía que Méndez había sido asesinado a palos y elaboró toda una tesis alrededor de la muerte a palos, pero no había sido así. Él había muerto a tiros. Entonces pidieron la exhumación del cuerpo y se demostró que había sido a causa de heridas de bala. Ahí comenzó la gente a darle valor a la realización de la autopsia y a solicitarla en determinados casos. En el año 1986, vuelve Balaguer al poder y aunque no estaba de acuerdo con la comisión de patólogos que se había formado a raíz del caso de Héctor Méndez, tuvo que dejar que continuara sus labores, porque ya la población la había asumido. Fue así como surgió la idea de crear un Instituto Nacional de Patología Forense. Tengo 50 años como médico y 48 como patólogo”.
Observación
“Llegué a Estados Unidos y vislumbré qué era lo que aquí hacía falta en cuanto a especialidades, y me di cuenta que aquí hacían falta patólogos”.
Recompensa
“Doy testimonio de vida que uno da un poquito y recibe muchísimo. Te aseguro que das un poco y en un momento determinado te regresa tanto”.
Cambio
“Me gustaba mucho investigar, pero me asignaron a Pediatría en el Hospital Cook County de Chicago, después me asignaron a Patología”.