La respuesta a esta pregunta es muy sencilla. Si alguien la realizara, sin importar la cantidad de personas presentes en el lugar donde sea formulada, todos levantarán las manos para contestar: “Todos”, dirá cualquiera a quien se le dé la oportunidad de responder. Los demás aceptarán la respuesta.
Pensarán que nunca muere solo aquel que no llega a nacer. Sin embargo, la respuesta no es tan simple. Es verdad que la muerte física nos llega a todos, que el caparazón que envuelve nuestro ser, nuestra voluntad, nuestras pasiones, nuestros sueños y frustraciones, está destinado a envejecer, deteriorarse en el tiempo y desaparecer.
Con la desaparición física se apaga nuestra voz, dejamos un espacio que no podrá ocupar nadie más.
Dejamos un profundo vacío en nuestra casa, pero sobre todo, en el corazón de quienes nos amaron.
Morimos. Es verdad. Es además irrefutable. Cada cierto tiempo el mundo se va renovando.
Cada día nacen miles de seres humanos, pero también mueren otros tantos. La vida se va renovando y con ella la humanidad.
La muerte es una fiel compañera de la vida. A cada cual se le otorga un tiempo en la tierra y cuando éste se cumple, llega la hora de hacer el viaje sin regreso.
Nada de lo dicho anteriormente es innegable, como tampoco lo es el hecho de que todos tenemos personas que vivirán más allá de su muerte física. Vivirán en nuestros corazones, estarán presentes en cada una de las situaciones difíciles, en cada logro, en cada meta alcanzada.
Aunque ahora sea necesario cerrar los ojos para poder verlos, abrazarlos y compartir con ellos nuestras alegrías y penas.
Nunca mueren aquellos a quienes amamos, no pueden irse de nuestras vidas, estarán con nosotros hasta el último de nuestros días en este mundo. Porque una persona ya no esté entre nosotros, es imposible que con ella se lleve el amor que le dimos y que nos dio.
Es imposible que todo ese amor, respeto, admiración y agradecimiento que sembró en nuestras vidas se mueran con su cuerpo.
Es por eso, que solo muere aquel que no tuvo la dicha de sembrar en el terreno fértil de un corazón que le amará por siempre y le estará eternamente agradecido. l