Inicia el año escolar y la alimentación de los niños en la escuela puede representar un verdadero dolor de cabeza para las madres.
En el ámbito público ha sido institucionalizado un sistema de alimentación escolar, pero los niños que asisten a escuelas privadas mayormente consumen los alimentos de la “lonchera” preparada en casa, los más pequeños, o adquiriéndolos en cafeterías u otros establecimientos del recinto educativo, los más grandecitos.
Las madres interesadas en alimentar correctamente a los pequeños colegiales se llenan de dudas sobre qué ponerles
para desayunar o merendar.
Muchas veces buscan guiarse por los principios de una nutrición saludable pero no es raro que sucumban a la vida rápida, comodidad o caprichos infantiles y así llenen las loncheras de comestibles que aportan mayormente calorías vacías, con lo que progresivamente harán un flaco servicio al sano desarrollo de los menores.
La infancia es la época en la que se construyen los hábitos alimenticios que continuarán hasta la adultez y a éstos contribuye el ejemplo de los padres y la socialización también.
Es común escuchar a madres decir que se dieron por vencidas en la misión de preparar loncheras saludables para sus niños (prefiriendo cereales integrales o carbohidratos complejos, zumos naturales, frutas, frutos secos, pastelería hecha en casa) porque al ver las de sus compañeros llenas de sodas u otras bebidas azucaradas, carbohidratos simples, carnes procesadas, postres manufacturados, etc., sus hijos terminaban prefiriendo las ajenas y se negaban a consumir las propias.
Por eso es recomendable que los colegios fomenten desde las sociedades de padres y profesores, políticas unificadas de nutrición de los pequeños y se comprometan a llevarlas a la práctica.
Si estamos viendo cada vez más temprana obesidad, diabetes e incrementadas reacciones alérgicas o de intolerancia a alimentos, es como secuela de asentar hábitos alimentarios negativos en nuestros pequeños.
No solamente en la escuela. La comida chatarra o fast food ha devenido la elección por excelencia para almuerzos familiares fuera de casa en fines de semana.
Falta mucha consciencia sobre el daño progresivo del exceso de grasa y azúcar en todos los órganos, incluyendo el cerebro.
Por ejemplo, los niños con trastornos del espectro autista son particularmente vulnerables a un consumo alto de carbohidratos simples, en el marco de su problemática flora intestinal.
Estos niños, que significativamente tienen menos tipos de bacterias intestinales como Prevotella, Coprococcus y Veillonellaceae, que se encargan de la degradación de los carbohidratos y la fermentación y juegan un papel fundamental para que el resto de microorganismos intestinales funcionen de forma normal y saludable, también están más expuestos a bacterias patógenas que afectan a la función cerebral, como las Gram-negativas, que pueden provocar la inflamación del cerebro. Seguiremos con el tema.