S iempre, por la razón que sea, las personas muestran alguna inconformidad con su aspecto físico y buscan alternativas de todo tipo para “solucionar” esas imperfecciones con las cuales se sienten insatisfechos.Constantemente se realizan cirugías de nariz, levantamiento, reducción o aumento de busto, implantes en los glúteos, reducción de cintura, aplanamiento de abdomen.
Hacen todo lo necesario para hacerse más atractivos y mejor si pueden lograrlo de forma rápida y sin tener que sufrir las rigurosidades de una dieta estricta, sin tener que someterse a largas y extenuantes rutinas de ejercicio.
Las extensiones de pelo, las uñas postizas, las correcciones de párpados, el blanqueamiento de los dientes y de la piel son recursos de los que echan mano aquellos que no se sienten conformes con su apariencia. No lo comparto, pero lo respeto. Tantos afanes por lucir bellas y bellos, pues este no es un esfuerzo solo de féminas, sin embargo, cuántas personas no quisieran tener aquello con lo que otros se sienten inconformes.
Así de pronto recuerdo algunas amigas y familiares de otras amigas, que por causa del cáncer han perdido el pelo, la señora que por un tumor debió ser sometida a una mastectomía y ahora usa rellenos en su brassier para suplir la falta de uno o ambos senos.
Pienso en aquel que víctima de un accidente perdió la visión, o una de sus piernas, una de sus manos, la facultad del habla, por algún accidente cerebrovascular. Pienso en la joven que nunca más podrá volver a caminar, o que una lesión le hizo perder la audición para siempre.
No es un pecado querer verse mejor, que a resumidas cuentas es sentirse mejor. Lo malo es no agradecer la dicha de contar con dos ojos para ver el mundo, aunque esos ojos tengan bolsas y ojeras, una nariz para percibir el perfume de una flor, aunque no sea perfilada, una boca para saborear y, sobre todo, para expresarse.
Es imperdonable no dar gracias cada vez que podemos escuchar la voz de quienes amamos y la música de nuestra preferencia. No es justo no valorar cada paso, cuando hay tantos que no pueden caminar. Es una ingratitud concentrarse en lo menos importante de nuestro ser, cuando el verdadero valor como ser humano radica en el alma.