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Una pequeña obra no mucho más grande que una postal convertida en icono del surrealismo. Funde realidad e imaginación y está repleta de símbolos fascinantes e inquietantes. Con “La persistencia de la memoria“, Salvador Dalí logró que su mundo interior se convirtiera en el mundo interior de todos y que sus obsesiones nos obsesionaran a todos.
Te cuento un poco más de la que los entendidos del arte consideran es la obra maestra del genio catalán.
La persistencia de la memoria
“La persistencia de la memoria” es un óleo sobre lienzo que Dalí pintó en verano de 1931. Desde 1934 se exhibe en el MoMa de Nueva York. Primera sorpresa, es muy pequeño, mide 24 x 33 cm. Compáralo con el Picasso y el Magritte que se intuyen a la derecha de la foto.
Apenas es más grande que una hoja Din A4. Incluso, tuvieron que completar el espacio rellenando el vacío del marco.
Pues esta “minúscula” obra en tamaño condensa toda la esencia del Surrealismo y del mundo de Dalí. Formas y objetos reales, o al menos reconocibles, que conforman una escena irreal, onírica. El lugar es real, la zona del cabo de Creus, donde creció y vivió Dalí.
“La persistencia de la memoria” está representada por un mar en calma y un paisaje milenario, desértico. Que parecen haber detenido el tiempo. Como decía el propio Dalí: “Mi paisaje mental se parece a las rocas proteicas y fantásticas del cabo de Creus“.
En este caso, el paisaje podría ser el de la cala de Portlligat, la vecina Cadaqués… O cualquier rincón de esa costa sinuosa, repleta de calas y rincones apartados. En la actualidad están un poquito más masificadas. También parece ser (o no) que la sombra que se proyecta sobre la arena es la del Puig Pení, un monte de 600 m de altura muy cercano a Cadaqués y Portlligat.
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El mundo onírico de Salvador Dalí
“La persistencia de la memoria” es también conocida como “Los Relojes blandos” porque, como en los sueños, la noción del tiempo se deforma, se derrite. Según dijo Dalí, la inspiración le vino una tarde de verano mientras observaba un plato de camembert fundido.
¿Y qué tiene que ver el queso con el paso del tiempo? Pues todo (en el subconsciente de Dalí). Sus pinturas siguen el método paranoico-crítico: “basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de los fenómenos delirantes”.
Traducido: la capacidad de la mente para percibir vínculos entre cosas que racionalmente no están relacionadas, como el queso y el tiempo. Dalí estaba muy interesado en las teorías freudianas y el mundo del inconsciente. Ese inconsciente se desata durante los sueños. Los relojes derretidos simbolizarían el paso del tiempo, que durante el sueño parece detenerse. Igual que la persistencia de los recuerdos (la memoria), también detiene, a su manera, el paso del tiempo.
El único reloj “sólido” está lleno de hormigas, insectos que Dalí asoció con la descomposición y la muerte cuando de niño las vio devorando el cadáver de un animal. Permanece boca abajo, el inexorable paso del tiempo estaría parado en el sueño.
Mientras que el reloj blando a su lado tiene otro insecto, una mosca, ¿Tal vez nos quiere decir que el tiempo vuela? ¿Tal vez nos estamos pasando de sobre interpretarlo todo? De todos modos, fíjate en la curiosa sombra que parece la silueta de un superhéroe con capa.
Otro de los elementos llamativos de la obra es la extraña cabeza que yace en el suelo. Parece ser una representación de la persona que sueña, con su gran ojo cerrado. Es un autorretrato del propio Dalí.
¿Dónde habremos visto esta forma antes? Ah, sí, en una roca del panel del Paraíso del tríptico “El Jardín de las Delicias” de El Bosco.
Pero Dalí utilizó esta forma en otra de sus obras más conocidas: “El gran masturbador“, de 1929.
Nacida del amor…
Y, finalmente, otro dato no menos importante. “La persistencia de la memoria” surge en un momento clave en la vida de Dalí. La obra ve la luz después que conoció a la que sería su musa y el amor de su vida, Gala, por aquel entonces casada con el poeta Paul Éluard. Poco después tuvo lugar un acontecimiento que marcaría un punto de inflexión en la vida de Salvador Dalí: la ruptura con su padre, quien le recriminaba su vida disoluta y era contrario a su relación con Gala.
Pero este revés no afectó a la producción pictórica de Dalí, sino todo lo contrario. La persistencia de la memoria sería apenas el inicio (sublime por demás) de cuarenta años más de caprichosa producción y de cultivar el personaje irreductiblemente endiosado y exhibicionista que le haría famoso, hasta su muerte en 1989.