En nuestro recorrido por Europa, el arte fue siempre de los principales atractivos, pues cada ciudad conserva pinacotecas interesantísimas, en las que nos encontramos con obras puntuales como “El Grito” de Edvard Munch, expuesto en la Galería Nacional de Arte de Oslo, Noruega, conjuntamente con otras notables piezas del artista.
Cabe destacar que la referida pintura, a pesar de ser la más famosa de Munch, cuenta con otras tres versiones, dos de ellas correspondientes al Museo que lleva el nombre del destacado creador, ubicado también en la ciudad de Oslo y, la otra, se encuentra en una colección privada. No obstante, con el fin de compensar de alguna manera al público por el éxito alcanzado por la obra desde su puesta en escena, el artista decidió realizar una litografía que permitió reproducir la imagen del cuadro de forma masiva al ser incluida en los principales medios de difusión de finales del siglo XIX.
“El grito”, en tanto obra cumbre del expresionismo, en verdad hay que tenerlo de frente, cada espectador podría contar su propia versión en relación a las emociones que transmite aquel paisaje ondulado donde asombra la expresión del rostro de la figura central. Sin embargo, existe una magia que poco a poco te va atrayendo hacia el interior del cuadro. Es una sensación que te hace incluso suponer que levitas por los fiordos noruegos y que intentas buscar respuestas sobre lo que pensaba Munch al momento de llevar a cabo la pieza.
Son esas embarcaciones casi imperceptibles en las “tres cuartas partes” de la composición, lo que conforma la proporción dorada, estructurando así el entramado pictórico. Todo ello permite además la proyección de un triángulo escaleno que se recrea entre las dos figuras en negro al fondo a la izquierda, la imagen del ser angustiado en el primer plano y las referidas embarcaciones que, a mi juicio, aun en su cuasi presencia, soportan la desesperación humana que revela Munch, pues de avanzar por ”las profundidades”, les espera un viaje inhóspito. Esto se aprecia en la parte superior derecha de tonalidades oscuras que, al degradarse, anticipan un abismo.