La inteligencia artificial ha sido foco de atención por la revolución que genera y, sobre todo, por los dilemas éticos que plantea
¿Puede un robot sentir como un ser humano? ¿Algún día las máquinas superarán al hombre? ¿El masivo uso de robots restará empleos? ¿Las máquinas podrán decidir por nosotros? ¿La inteligencia artificial podría rebelarse contra el hombre? ¿Deben los robots que ocupan puestos de trabajo pagar impuestos?
Son algunas de las preguntas que se hace la sociedad ante el rápido desarrollo de la inteligencia artificial y su incorporación a la vida cotidiana, pese a que lleva décadas acompañándonos, ya que es usada desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado.
Los robots serán más inteligentes que los humanos y, de hecho, en muchos ámbitos ya lo son, opina el científico Ben Goertzel, creador de la androide Sophia, quien además cree que en los próximos veinte años se vivirá una verdadera explosión de la cibernética.
Esa revolución ya es objeto de estudio en la británica Universidad de Oxford. Anders Sandberg, doctor en neurociencia computacional y miembro del Instituto de la Humanidad en ese centro investiga cómo adelantarse desde el punto de vista ético, social e incluso político a una expansión de las inteligencias artificiales más rápida de lo previsto.
Como muchos otros científicos, Sandberg cree que se debe garantizar que la cibernética sirva realmente para ayudar al mundo.
Y siguiendo este principio, la inteligencia artificial ha encontrado áreas de desarrollo en temas como la detección precoz del cáncer, la lucha contra la desforestación, la mejora del transporte público, la optimización de la agricultura y el suministro hídrico o la educación.
Algunas empresas ya han demostrado que puede ser un buen aliado para los aficionados a la práctica de algunos deportes, la domótica, el aprendizaje de idiomas e incluso para los amantes de la cerveza. Pero su generalización también encuentra problemas. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo asegura que hasta el 43 por ciento de los empleos del continente están en riesgo por estas tecnologías.
En África, hay analistas que creen que la implantación de robots, al ser mano de obra barata, dificultará la lucha de la población contra la pobreza.
El periodista estadounidense Andrés Oppenheimer va más allá y en su libro “¡Sálvese quien pueda!”, habla del “tsunami laboral” que traerán los autómatas en apenas cinco años.
“Va a ser una transición brutalmente rápida y mucha gente se va a quedar fuera de juego”, advierte. “La aceleración tecnológica es tal que la gente no va a tener tiempo de reinventarse”, reflexiona el periodista, quien también reconoce que, a largo plazo, tal y como ha demostrado la historia de la Humanidad, “la tecnología siempre ha creado más trabajos de los que ha eliminado”.
Hay otros analistas que estudian cómo debe repartirse la riqueza generada por la implantación de androides en empleos hasta ahora desarrollados por personas y plantean propuestas como el establecimiento de una renta básica o un subsidio universal.
Otra opción sería el denominado “dividendo robot”, que trataría de destinar una parte de los ingresos estatales obtenidos en este sector a un fondo para repartir entre los ciudadanos.
En cualquier caso, en este ámbito todos parecen estar de acuerdo en que hay que compatibilizar el uso de robots con el mantenimiento del empleo, como ya intentan hacer países “altamente cibernéticos” como Corea o Japón. Pero sin duda, donde más preocupa el desarrollo de la robótica es en el sector armamentístico.
El secretario general de la ONU, António Guterres, alarmó en un discurso reciente sobre el peligro que plantean los llamados “robots asesinos” y la guerra cibernética.
“Digámoslo como es: la perspectiva de máquinas con el criterio y el poder para acabar con vidas humanas es moralmente repugnante”, dijo Guterres en la ONU tras analizar algunos de los avances militares y tecnologías que empiezan a usar grupos terroristas y redes criminales.
Estos desafíos necesitan, según instituciones como la ONU o la Unión Europea, que el hombre no pierda el control sobre la cibernética. O como plantea el Parlamento Europeo, que los robots del futuro estén equipados con un “botón de la muerte” para desconectarlos si amenazan la vida de un ser humano.
También la creación de un “estatus jurídico específico” de “persona electrónica” con “derechos y obligaciones” que se aplique al menos a los robots más sofisticados.
La paradoja es que, incluso para poner en práctica alguna de estas iniciativas, será preciso la ayuda de alguna variante de la inteligencia artificial.