Los juicios de Jesús representan la máxima mofa de la justicia, pues a pesar de que no se le encontró culpable de los cargos que se le acusaba, fue sentenciado a morir por crucifixión.Cuando Judas Iscariote señaló a Jesús con un beso, y los soldados y la turba llegaron, el maestro preguntó: “¿A quién buscáis?”, a lo que los soldados respondieron: “A Jesús el Nazareno”. Entonces Jesús dijo: “Yo soy Jesús”. Y prosiguió: “Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”.
Acusaciones religiosas
Jesús fue llevado ante el Sanedrín, y acusado por Caifás de los siguientes cargos:
Blasfemia, por haberse declarado hijo de Dios y también Mesías, a pesar de que sabía de las enormes dificultades políticas, sociales y judiciales que tendría.
De ofender al sagrado templo de Jerusalén, ya que amenazó con destruirlo y reconstruirlo en tres días.
También de mago y exorcizador, por haber curado enfermos, revivir muertos y expulsar demonios.
Pero de todos los cargos el que más pesaba era el de blasfemia, que para ese entonces se castigaba con la muerte. Las acusaciones eran, básicamente, que él se hacía llamar el hijo de Dios, que era el rey de los judíos y que podía destruir el templo y levantarlo en tres días. Jesús nunca negó los cargos.
El juicio a Jesús fue ilegal desde el principio mismo, pues se celebró de noche y la ley judía decía que todos los juicios en contra de los criminales tenían que celebrarse durante el día.
También, el juicio fue en la casa de Caifás, cuando la misma ley señalaba que solo eran legales los juicios que se hacían en salas públicas. Y además estaba prohibido que el Sanedrín llegase a un veredicto el mismo día en que se celebraba el juicio, y en este caso el veredicto se pronunció de inmediato.
Acusaciones políticas
Los juicios ante las autoridades romanas comenzaron con Poncio Pilato. Los cargos llevados contra Él eran muy diferentes a los cargos de sus juicios religiosos. Él fue acusado de incitar a la gente a una revuelta, prohibiéndole al pueblo pagar impuestos, y proclamando ser un rey.
Además, quisieron entramparlo al acusarlo de que había incitado al pueblo a no pagar los impuestos del imperio, a lo que Jesús respondió: “A César lo que es de César, a Dios lo que es de Dios”, con lo que desmontó la acusación, también castigada con la muerte.
Pilato no encontró razón para matar a Jesús, así que lo envió a Herodes. Herodes ridiculizó a Jesús, pero queriendo evitar la responsabilidad política, lo envió de regreso a Pilato. Este era el último juicio, por lo que Pilato mandó a azotar a Jesús, tratando de aplacar la animosidad de los judíos. La flagelación judía era un castigo terrible y posiblemente consistía en 39 latigazos.
Al tener que tomar la decisión de condenarlo, Pilato dijo que no veía culpa alguna en Jesús. Se dice que momentos antes, la esposa de Pilato le había pedido que lo dejara libre, pues tenía tres días con pesadillas horribles y presentía que algo horrible iba a suceder.
En un esfuerzo final por soltar a Jesús, Pilato ofreció que el prisionero Barrabás fuera crucificado y Jesús liberado, pero fue en vano.
La aristocracia dominaba el Sanedrín
El Sanedrín, o suprema corte judía, que durante el Imperio Romano lo componían tres grupos: la aristocracia sacerdotal o saduceos, la aristocracia laica y los escribas o intelectuales del grupo de los fariseos. La aristocracia sacerdotal, apoyada por la nobleza laica, estaba al frente del tribunal. Los saduceos eran liberales, mientras que los fariseos eran conservadores y, en su gran mayoría, plebeyos con mucha influencia sobre el pueblo. Además del Sanedrín estaba Poncio Pilato, el quinto prefecto de la provincia romana de Judea.