La ciudad tres veces santa, comenzó con la Cuaresma y va rumbo a la Semana Santa, momento litúrgico que miles de cristianos de todo el mundo viven con fervor, convirtiendo esta perqueña urbe en la capital del mundo
Las calles son las mismas durante todo el año, pero la mirada de los turistas y fieles cambia en Jerusalén durante la Semana Santa, llenándose de solemnidad, como también los sonidos entre las desgastadas piedras de la Ciudad Vieja y las vestimentas litúrgicas degradadas del morado penitencial al rojo pasión, en el punto álgido de la celebración más emotiva para el cristianismo.
El conocido como el Miércoles de Ceniza, un ritual más bien pagano en el imaginario colectivo vinculado al carnaval-el entierro de la Sardina, se vive con sencillez y cierto alborozo, porque abre las puertas a un tiempo de “purificación e iluminación” de cuarenta días, que recuerdan la estancia de Jesús en el árido desierto de Judea.
A espaldas de la ciudad santa, hasta las orillas de un menguante mar Muerto, no resulta difícil imaginar la dureza de la vivencia del nazareno y asombrarse ante su fortaleza, resistiendo hasta en tres ocasiones las tentaciones del diablo en los largos días y las frías noches del desierto Oriente Medio.
Domingo de Ramos, el comienzo
A pocos metros, la ciudadela que custodia la ciudad vieja y se yergue como epicentro de los lugares santos que de, acuerdo a la tradición cristiana, concentra en escasos metros cuadrados los pasajes que marcaron las últimas horas de la vida de Jesucristo, en una Jerusalén bajo el control del Imperio Romano.
“La Semana Santa comienza con un momento muy importante, el Domingo de Ramos”, cuenta de carrerilla el franciscano Artemio Vítores, quien a sus 70 años cumple ya 48 en Tierra Santa- incluida dos guerras y dos intifadas- y ha sido responsable de dar la bienvenida a peregrinos durante décadas.
Explica que a orillas del desierto y de la ciudad, Betfagué fue el lugar donde Jesús mandó a sus discípulos a buscar una burrita y, sobre su lomo,emprendió el viaje a Jerusalén, donde se celebraba en esas fechas el Pesaj, una de las tres fechas de peregrinación al antiguo templo que reunía a miles de judíos.
Esta celebración, que no es otras que la Pascua judía, se sigue conmemorando pero, al estar regida por el calendario hebreo, solo coincide en algunas ocasiones con la católica.
“Es muy importante porque marca de un modo solemne el inicio de la Semana Santa”, continúa Artemio, quien añade, que en esta popular procesión, el patriarca latino de Jerusalén y peregrinos de aquí y de allá suben para después descender el Monte de los Olivos, el Valle del Cedrón, y atraviesan la centenaria muralla de la ciudadela.
Entre “Hosanas (salves)” y “Alégrate Jerusalén”, el Domingo de Ramos aúna las voces y música de los miles que marchan juntos, bajo las sombras de sus hojas de palma o ramas de olivo, bendecidas en la misa de la mañana, en la festividad más alegre de una semana marcada por la aflicción y el arrepentimiento.
La corriente de energía se canaliza y se dispersa en la iglesia de Santa Ana, a pocos metros de la Puerta de los Leones, que rompe la fortificación a esa altura y no muy lejos de la basílica de Ecco Homo, donde el Evangelio de Juan 19:5 sitúa a Poncio Pilato diciendo “aquí está el hombre” apuntando a Jesú, ante una multitud que reclamó crucifixión, iniciada en ese punto.
“Hubo años en los que la procesión no se podía hacer. En 1933 se consiguió un permiso”, apunta el franciscano, sobre una decisión que llegó con el Protectorado Británico de la Palestina Histórica, entes de la creación del Estado de Israel (1948) y tras la caída del Imperio Otomano que controló la región durante cuatro siglos.