Aunque la mayoría de la gente de Jerusalén esperaba ver entrar a Jesús como el libertador que el pueblo judío esperaba para que echara al Imperio Romano, el hijo de Dios lo hizo de la forma más humilde y como nadie lo esperaba: montado en un burro y sin armas algunas.Sin embargo, sus seguidores lo recibieron literalmente alfombrando las calles con ramos de olivo y palma, cantando “¡Hossana, Hossana, bendito el que viene en nombre del Señor!”.
La muchedumbre que lo seguía estaba formada por hombres, mujeres y niños, cada uno con su nombre, su ocupación, sus cosas buenas y malas, y con el mismo interés de seguir a Jesús. Algunas de estas personas habían estado presentes en los milagros de Jesús y habían escuchado sus parábolas. Esto los llevó a alabarlo con palmas en las manos cuando entró en Jerusalén.
La Biblia cuenta que, aunque fueron muchos los que siguieron a Cristo en este momento de triunfo, asimismo fueron pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte.
Jesús entró triunfante a Jerusalén, y fue recibido por un pueblo que lo veía como al Mesías de liberación que venía promoviendo la liberación del hombre a través del amor y el perdón, y esta liberación se expresaba en la caridad, la creencia en un solo Dios y la promesa de una vida de igualdad bajo el cuidado del padre. El pueblo lo aclamaba y lo aceptaba como el Cristo Rey. No obstante, tras los muros de los palacios de Jerusalén, en su época esplendorosa por su desarrollo, los sumos sacerdotes y el Sanedrín veían que este hombre habría llegado a la ciudad para terminar de derrumbar un orden que se venía resquebrajando con su prédica y desafíos a la autoridad terrenal. Mientras esto sucedía, los sacerdotes judíos buscaban pretextos para meterlo en la cárcel, pues les dio miedo al ver cómo la gente lo amaba cada vez más y como lo habían aclamado al entrar a Jerusalén.
La tristeza de Jesús
Jesús sabía que ese pueblo que lo aclamaba con vítores no lo esperaba a él en su condición de hijo de Dios, sino como el Mesías que lo liberaría del yugo imperialista romano, por lo que estaba consciente de que días más tarde la mayoría pediría su muerte.
En ese sentido,sabía que el interés de los habitantes de la ciudad era propiamente terrenal y en consonancia con la cotidianidad y situación social de la época, donde las necesidades materiales de existencia y política definían al pueblo. Abrumado ante el cuadro, Jesús lloró por su pueblo, pues habría entendido que los corazones de sus habitantes estaban huecos, sin vida.
Pero, sin embargo, lo más importante para él era morir por todos los seres humanos y cumplir así lo escrito por otro profeta, Isaías: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”.
Domingo de Ramos para los cristianos
La celebración del Domingo de Ramos es una oportunidad para que los cristianos proclamen a Jesús como el rey y centro de sus vidas, es decir, como el guía espiritual y la esperanza de una vida nueva. Y es que el cristiano católico debe parecerse a esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo. Decir “qué viva mi Cristo, que viva mi rey…”.
El Domingo de Ramos es un día en el que el cristiano puede decir a Cristo que él también quiere seguirlo y lo sigue, aunque sufra y muera por Él, y los corazones y la mente se abren al rey de su vida y sus familias.
En la misa del Domingo de Ramos los fieles reciben las palmas
La misa de este domingo se inicia con la procesión de las palmas. Los fieles católicos reciben las palmas y decimos o cantamos “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. El sacerdote bendice las palmas y dirige la procesión. Luego, se comienza la misa. Se lee el Evangelio de la Pasión de Cristo. Al terminar la Misa, los fieles llevan consigo las palmas benditas a sus hogares. Una costumbre bien extendida es colocarlas detrás de las puertas en forma de cruz. Esto nos debe recordar que Jesús es el rey y el Mesías, y que todo cristiano está preparado siempre para darle la bienvenida en sus hogares. La Iglesia observa que es importante no hacer de esta costumbre una superstición, pensando que por tener la palma, no van a entrar cosas malas a los hogares, y que se van a librar de la mala suerte.