Dicen la ambición también tiene su lado positivo

“La ambición sana o luminosa nos impulsa a intentar hacer las cosas mejor, a ser perseverantes y a no darnos por vencidos frente al primer contratiempo u obstáculo”, afirma Julio Bevione.

“La ambición sana o luminosa nos impulsa a intentar hacer las cosas mejor, a ser perseverantes y a no darnos por vencidos frente al primer contratiempo u obstáculo”, afirma Julio Bevione.

La definición dada a la palabra ambición es, en gran medida, la responsable de que la utilicemos muchas veces para definir a algunas personas despreciativamente. Y es que su significado según el diccionario se traduce en el deseo de poseer riquezas, fama y poder.

No obstante, la ambición es lo que nos mueve y motiva día a día, el deseo de superarnos y llegar más lejos, lograr nuestros objetivos que para algunos puede resultar imposible; pero para el ambicioso todo es posible con determinación, esfuerzo y dedicación. Suele confundirse con la avaricia; sin embargo, una persona avariciosa podría dañarse a sí misma o a los demás para conseguir lo que desea.

La historia señala como ejemplo de ambicioso a Napoleón Bonaparte, que quería extender su poder desde Francia hacia el resto de Europa. “Cuando digo que soy ambicioso algunas caras me observan con desconcierto. Hay una idea de la espiritualidad que parece estar divorciada de la ambición. Lo cierto es que la ambición es una característica del alma. Nos hemos quedado en una vieja caricatura un poco aburrida de una persona que vive su espiritualidad”, así se expresa el periodista, escritor y motivador argentino Julio Bevione abordado sobre el tema.

A su entender, la ambición es el deseo profundo de ir más allá de lo que consideramos cómodo o alcanzable. “Incluye una voluntad que surge espontánea para hacer lo que debas o sientas hacer, más allá de algún discurso interno que te detenga. La ambición, en sí misma, es un recurso y cada uno lo usa según su conciencia. La ambición es un recurso del alma para impulsarnos a seguir viviendo las experiencias que se nos presentan, a vivirlas en plenitud. Entre mis ambiciones están la de profundizar lo que más pueda cuando busco una respuesta, no solo desde lo intelectual sino por la conciencia que ésta puede abrirme, en poder ser cada vez más tolerante con quien mi ego se niega a aceptar, en buscar la manera más acertada para llegar al corazón de las personas con quien la vida me da la posibilidad de cruzarme o en aprovechar cada momento que el día me ofrece”, dice.

¿Cuándo la ambición nos suma y es luminosa?
Nos suma y es luminosa cuando nos lleva a profundizar en quien soy y en lo que puedo ofrecer. Cuando la uso para darle más brillo a mi vida. Y al brillar, ofrecer a los demás eso que ahora tengo.
Desde nuestra reducida visión humana, acostumbrados a mirar el mundo y valorar lo que tenemos por sobre lo que somos, nos quedamos atrapados en la idea de una ambición relacionada con lo externo, a lo que los demás pueden ver y nosotros podamos mostrar. Pero la verdadera ambición es silenciosa. Es potente, porque no podemos detenerla, pero también es luminosa porque nos suma y suma a los demás, sin quitar nada a nadie ni competir por la porción más grande.

¿Es bueno controlarla?
No controlemos nuestra ambición, pero pongámosla al servicio del alma. Sabremos reconocerla porque nos traerá un deseo imparable de brillar aún más sin que ningún miedo nos distraiga. Porque lo que el alma da, no se limita por las cosas del mundo.

¿Cuándo la ambición nos resta?
Cuando es egoísta y lo que busca es sumar para mí en función de restar a otros, o para compararte.

¿Cómo podemos poner nuestra ambición al servicio del alma?
Todos tenemos, por ejemplo, anhelos, estas ideas que brotan como un impulso y ocupan nuestro pensamiento. Esos anhelos son del alma, lo sabemos porque no sentimos presión ni estrés al pensarlos, sino que hay gozo, alegría y deseos de ponerse en marcha. Ponernos en función de esos anhelos es una manera de poner la ambición al servicio del alma, de la vida. El opuesto de la ambición, en estos casos, es el miedo al riesgo, a perder, a que nos critiquen.

¿Qué pasa cuando alguien no tiene ambiciones en la vida?
Todos las tenemos, si estamos medianamente sanos, y hay pocas excepciones a esto. Solo que consideramos que no somos ambiciosos cuando no buscamos lo material. El verdadero ambicioso no se queda en lo material, busca la esencia detrás de lo material.

Háblenos de la ambición con lo externo.
En un tiempo donde nos sentimos vacíos, buscamos llenarnos con lo externo. Meta imposible de cumplir porque lo externo nunca llenará lo interno. Pero como creemos que sí, y nunca llegamos a sentirlo, buscamos más y más… esa es la ambición externa.

Y la ambición con lo interno…
Su opuesto, una persona que busca disfrutar lo que tiene y no acumular, porque eso le impediría disfrutar. Alguien que se compromete a ofrecer sus dones y no negocia con los miedos. Una persona que se desarrolla y sabe que su único límite puede ser él mismo y sus creencias. Esos son ejemplos de la ambición en su mejor uso.

¿Se nace ambicioso?
La ambición es parte de la estructura de la conciencia, viene con nosotros, nunca muere. Pero como nosotros tenemos libertad, la usamos según el estado de conciencia que tengamos en ese momento.

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