A 70 años del primer enero de la salida de El Caribe (3 de 3)
Hoy concluimos estas entregas sobre personajes populares. Todos, distintos, todos auténticos, ricos en creatividad, expresiones, humor y anécdotas; algunos trascendieron los límites de la zona donde operaban, trasmitiendo su peculiar impronta por todo el país.
César, el hombre orquesta
Este icónico personaje canta, baila, toca la guitarra y, por si todo esto fuera poco, también toca las maracas colocándoselas en los zapatos. César era capaz de bailar un merengue, del mismo modo que una guaracha, una rumba o un son; cuando no estaba del todo conforme con él mismo, taconeaba fuertemente, y de esa manera añadía un nuevo instrumento a su “orquesta”. En la avenida Mella, por el Mercado Modelo, en clubes nocturnos y hasta en bares del centro de la ciudad, nuestra “orquesta ambulante” llevaba alegría, provocaba que los transeúntes se detuvieran a contemplar su peculiar arte.
Enrique “el huésped permanente del Congreso
Para este simpático y diligente personaje cuya estampa era muy familiar en las arcadas del Senado y en la Cámara de Diputados, los períodos legislativos resultaban altamente beneficiosos, no porque Enrique ocupara una curul, ni porque tuviera negocios con los legisladores, sino porque la amistad que tenía con ellos se resolvía en buenos pesos los días martes, miércoles y jueves cuando concurrían a sesiones los senadores y diputados. Este singular personaje descubrió un buen día que la “amistad” con gente de buena posición podría ayudarle mucho a resolver los problemas que le atormentaban. Para ello se apersonó al Parque Colón, sitio de afluencia de muchas personas importantes, y uno de esos martes en que estaban reunidas las cámaras se quedaba en las puertas del Senado y desde allí comenzaba a saludar, esbozar sonrisas, a guiñar significativamente los ojos, y no tardó en hacerse “amigo” de muchos legisladores. Así también se trasladaba a la Cámara de Diputados , y desde entonces la estampa de Enrique por las inmediaciones del Congreso, era tan familiar como la estatua de Cristóbal Colón.
Otro aspecto interesante en nuestro personaje, según expresaron las personas de su confianza, que Enrique tenía unos “amigos” muy valiosos en la calle El Conde. Los mismos, no eran de los que recibían el “saludo” de Enrique los días 25. Para él tenían mayor importancia, porque eran, según se afirmaba, los tesoreros del octogenario personaje. Allí llevaba cuanto recibía de sus “amigos” de las cámaras legislativas y de diversas secretarías de Estado.
Enrique manejaba su plata bien contada, aunque confiaba plenamente en sus “tesoreros”.
El “doctor” Selí
Aunque este “doctor” era capaz de trabajar en todas las ramas de la medicina, prefería, según detalló a nuestro reportero, “los análisis clínicos”. Entre sus experiencias más notables, “pareasentésica” refiriéndose a la Paracentesis, procedimiento, por él tratado. Además detalló que inyectar plasma de sangre para él era algo estupendo. “Yo soy un médico celebral” y que gracias a “su ciencia” salvó muchas vidas que consideraban perdidas. Hombre de pocas pretensiones; para él era mejor comer, echar sus siestecitas y un pasar buenos ratos con los “colegas” de los hospitales Padre Billini, del Morgan o del Instituto Anatómico, que andarse viviendo en grandes edificios o suntuosos chalets. El “doctor” Selí no aspiraba a tener más que un pintoresco bombín que le cubriera la cabeza, un smoking que algún “colega” tuvo la generosidad de obsequiarle, unos cuantos textos de medicina y un bastón que le daba aire de señor del bisturí.