Agripino se impuso y fue aceptado como el rector único ADVITAN de la PUCMM
La historia de la PUCMM ha sido contada cuando esta tuvo su cincuentenario (1962-2012) en un hermoso volumen que le tomó a Dánicel muchas interrupciones de su producción poética, a la que se dedicó, como un desafío y casi como un testamento, al final de su existencia carnal.
La PUCMM, sin embargo, no es una sola universidad sino miles de recuerdos de las vivencias de cada quien, muchas veces con elementos comunes: edificaciones, espacio temporal, aulas, profesores, etc. Cada promoción, cada generación tiene sus características y no se puede desligar del desarrollo mismo de la ciudad y del país.
La PUCMM que me tocó a mí, en los inicios de los 70 coincide con el Santiago que, puntual y acertadamente, retrató Julio González y que publicó en un bello volumen: “El Santiago de los 70”. Para ese entonces la Universidad no tenía P como Pedro cuando fue al psicólogo y, probablemente, Santiago tampoco. Y si me preguntan si había guaguas, puedo decir que sí, aunque para mí no existían porque mi bicicleta no me hubiera perdonado semejantes chifles. Era el único que iba a fuerza de pedales, pero de vuelta me bastaba un pedalazo y llegaba a mi casa con velocidad de sobra.
Las guaguas eran para mis compañeros santiagueses y otros pensionados de los pueblos cercanos que se montaban perfumados, bañaditos, vestidos de domingo, con zapatos sin cordones que los tígueres llamaban de monja; bien peinados por sus gatos caseros. Las niñas, presentables como si fueran a una fiesta de navidad o a misa de domingo de ramos. El que salía del liceo se las arreglaba para irse a la capital a romper brazo o a que se los rompieran o a soltar en banda los estudios.
Era obvio que la UCMM ofrecía una alternativa universitaria que no todos podían costearse por más que fuesen asiduos devotos de San Quintín o seguidores de sermones dominicales o peregrinos confesos y comprobados al Santo Cerro que les fortalecía la devoción y comprobaban que a los indios, narrados en las historias, se les devolvían las flechas contra los españoles y la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Los edificios repartidos en el campus daban la ilusión de estar en una universidad extranjera y la presencia de Luis Midence lo remachaba. A él se le sumó John y el Filipino, dos entrenadores norteamericanos que intentaron hacer el equipo de “Track and Field” propio, como en cualquier campus de California. Solo que en la UCMM el estudiante no tenía, incluyendo las excepciones, experiencias deportivas secundarias y ahora, pepillito, solo se dedicaba a cursar su carrera, graduarse y adiós, que ningún dueño de almacén iba a mandar al niño a sudar y regresar a la casa estrujao. La quietud del campus era un tesoro y es así como los arquitectos lo concibieron. Cuqui Batista era del equipo de Monseñor Polanco Brito para que los edificios fuesen perfectos, lo que es su especialidad, en eso de distribución de necesidades y volumen disponible.
El mural de la cafetería, de Orlando Minicucci, irradiaba una fuerza y nos elevaba casi a la calidad de los murales mexicanos que Vasconcelos supo dirigir y que nuestro becado metió en su carterón de cartero, pa’ na, porque al final, lo borraron sin que el pintor dijera ni JI.
Había, a grosso modo, cuatro grupos de estudiantes importantes: los de ingeniería, devotos del Dotol Suárez, Rincón, el Chemi y Soto Bello; las muchachas de Trabajo Social y/o Educación y Secretariado; un tercer grupo de greñuses que venía del Isa con sus afros tardíos y con David Martínez (hermano del padre jodón de la frontera) a la cabeza con sus botas desamarrá de obrero militante y como el gato del cuento. Un cuarto grupo lo constituía el de los abogados futuros, o la horda de D’Artagnan, que estudiaban por la tarde y que mantenían un periódico mural (una vitrina) para publicar avisos de interés docente, ¡nada de política, Jum!, y una caricatura semanal de algún profesor que yo hacía por deporte, por amor al arte y pa’ fuñir la paciencia y que me ganó mi candidatura a Nobel.
Contaba la Universidad con una librería, el Economato, capaz de fastidiarle la carrera a cualquier indeciso que le gustara la lectura. Las propuestas diversas de libros variados podían convertir a cualquier estudiante de ingeniería en un futuro poeta, escritor de novelas, o en un cocinero, pintor y hasta en un sacerdote con la cantidad de obras religiosas que se ofrecían.
Muchos fueron los estudiantes destacados, dentro de esa familia, que nos queríamos como hermanos sin competencia y de ayuda en los innumerables problemas de tareas que nos robaban hasta nuestras madrugadas. De mi entorno, sin ningún elemento especial para la selección mas que el recuerdo espontáneo, Jacobo, Tomás Peña, El Marciano, Máximo Suáez, Tito Olivo, el Cayo Ventura, Miguelina, Eddy Buttler, Rosa Julia, Rosalina Perdomo, William Cacasén y sus preciosas hermanas; Carolina Cepeda y su hermano; Carmen Liriano, El Tico de Costa Rica, Virgilio Muñoz, César González, Julito García el gordo vecino y campeón de judo; Bermán, mocano y guardaespalda de Midence que devino ampaya de pelota; Úrsula Schmitz la última Coca-Cola del desierto, los chinos Pin Sian, Mu Kien y Miguel, inconfundibles por su sabiduría milenaria por lo que nos llevaban una gran gabela; Lupita con su afro arrubiao; Amparo vecina de José Horacio Jiménez, Reni hermano de José Rodríguez y Josefina…
Casi todos los profesores eran apreciados por el estudiantado salvo uno que otro pretensioso y vanidoso que es imposible evitar porque no todo el mundo juega Belluga en su niñez y en la viña del Señor la variedad abunda.
A Agripino, como rector, los estudiantes no le perdonaban su origen humilde y campesino de los profundos surcos de su Sabana Iglesia lo que contrastaba con aquel proyecto, su obra, donde estudiaba la clase media alta, alta y altísima. La super alta iba al extranjero.
Agripino se impuso y fue aceptado como el rector único, AD VITAM, del centro de estudios que todavía, ya en retiro, seguía vigilando como si fuese el fantasma de la Ópera y asumiendo el rol de un gran mediador en diversos conflictos nacionales que él salvaba gracias a fórmulas que no son de este mundo. En este rol es Felito García quien mejor lo describe en una estrevista reciente de Isabel Guzmán para elCaribe.
La Rondalla Universitaria daba la cara en la representación musical, los Friordánicos hacían lo mismo con el apoyo de la rectoría en las artes visuales y que llegó a desarrollarse a tal punto que la gente hablaba de las artes de arriba, la UCMM, y la de abajo, Yoryi, Jacinto y sus secuaces. El teatro era responsabilidad de Rubén Echavarría con jóvenes que hicieron historia como es el caso del amigo Lincoln López.
El judo de Midence y los dos gatos que entrenaban en campo y pista más los equipos de softball de estudiantes y profesores representaban el deporte. Es decir que, aunque la UCMM en el 1972 cumplía 10 años, ya tenía un desarrollo considerable en relación a la escasa población interesada en el mundo de los estudios.
Dinápoles Soto Bello, más filósofo que físico o quizás por físico es mejor filósofo, manejaba como podía a grupos de estudiantes con lagunas y huecos formativos para que pudieran entender su lenguaje. Nunca nos habló de hoyos negros ni peligros que pudiesen molestar los cielos poblados de arcángeles según las otras cátedras religiosas y obligatorias que complementaba el querido Mayito Dávalos obligado a frenar, hasta con la emergencia, al llegar al capítulo del MATERIALISMO, que allí no se ocupaban de eso por más que se lo sacara en cara un joven llamado Aquiles de Pueblo Nuevo con cara del pitcher Satchel Paige y que luego se hizo ingeniero eléctrico en la UASD al mismo tiempo que era candidato a la FED por la Fuerza Socialista del partido de Narciso. Sin embargo, aunque sin acercarse mucho a los hoyos negros, el Dotol Suárez sí que volaba lejos en sus conferencias con las que llegó varias veces a la Luna tirando masa pa’atrás para conseguir mayor aceleración e impulso a sus cohetes dibujados por uno de sus alumnos que era mas aficionado al arte que a la ingeniería y que ahora escribe estas notas.
Jorge Rincón y su cálculo práctico con una plana en el bolsillo de atrás para salir directo a sus construcciones, El Chemy y su cálculo metódico aprendido en otro planeta a través de un enlace que poco conocen: Mr. Mxyzptlk (miyexpilek) el enemigo principal de Supermán.
Aunque con nombre y vestuario de monja, de hablar dulce y pausado como si estuviese en un convento, Doménica Abramo Bruno enseñaba Química embriagadoramente, con el entusiasmo de una clase de cocina italiana. El “Piño” Portela escribía sus fórmulas químicas y cuando las borrabas, pensando que las había escrito dos veces, las volvía a escribir igual que al inicio sin errores y explicadas de manera fascinante y con una economía de palabras que parecían telegramas. Arzeno, que ni tenía las orejas largas, ni había visto en su vida un revolcadero, blandía su regla de cálculo como un perfecto mosquetero. Franco llegaba siempre cubierto, de arriba abajo, de una timidez que no podía ocultar detrás de su sonrisa nerviosa por donde salían sus explicaciones bondadosas de una Topografía, que, de no ser obligatoria, nadie la hubiese elegido. Apolinar con sus vainas literarias pretendían alejarse de una hermandad con el rector con unas declaraciones macondianas repletas de palabras prohibidas en los códigos morales de Pal-ul-don y en la Biblia, para convertirse en un verdadero profesor jodón, mucho más que sus jodiendas poéticas. Carlos Dobal, ángel y diablo, en realidad era un Dr. Jekyll que realizaba las grandes hazañas de un mundo de la galaxia Mitomanus donde siempre fue mejor que el malo de Fidel Castro a quien derrotaba montado en su corcel y gracia al poder de su sangre azul. Gregorio Lanz no dibujó nunca al Pájaro Loco pues era la reencarnación de San Mateo de quien predicaba sus versículos de memoria y agregaba otros, fruto de sus reflexiones y paseos por liceos, campos y barrios sobre una vespa azul celeste. El estudio y enseñanza de Materiales estaba a cargo de un profesor sin y con fortuna, Sixto, que no era ni grande ni chiquito, pero que inconfundiblemente todos lo llamaban “ei profesoisito”. Dorotea Morey y Asunción Midence conformaban el ala feminista de las matemáticas. Susy, más que Dorotea, calculaba más rápido que sus pestañeos relámpagos que siempre venían acompañados de una sonrisa de novia en luna de miel.
Wilfredo García logró, gracias sus conocimientos de Farmacia y Química, que el vinagre usado para revelar sus fotografías obtuviera la mayor calidad y contraste cuando no existía el Photoshop. Philippe Gatignon llegó de Francia con una juventud que lo confundía con sus alumnos a quienes les hacía gracia su encantador machaque de palabras por lo que fue bautizado como el profesor de Estatica, con acento en la i. Pedro Porrello, quizás no era villano, pero su mirada lo traicionaba y en su rol, en aquella película efímera estudiantil, él se convirtió en Perro Po, por lo que fue contratado de nuevo como flamante Secretario de Educación.
Julio César Quintana enseñaba un Cálculo que todos creíamos era inca y del desierto de Nazca, hasta que se supo que era sacado del Popol Vuh de los mayas guatemaltecos. La parsimonia papal del padre Oraá en la enseñanza del idioma, se hacía con una sabiduría que transmitía vía el mejor vehículo: el amor. El dr. Valdez que parecía un amarra-loco de algún manicomio dostoyevskyano, era de una gentileza “de dama”. El otro profesor de español apellido Bello y que se lo creía, conformaban un verdadero equipo de Grandes Ligas con especial empeño en no aburrirse la existencia y alegrárnosla al mismo tiempo que nos enseñaban.
La Biblioteca fue creciendo y se constituyó en un complemento de sabiduría exquisito.
Hoy existe un gimnasio, un campo de fútbol que alberga el ya sólido equipo del Cibao F.C., una piscina olímpica y otras facultades que, de haber existido en mi época, no hubiese apurado a Rocinante hacia la UASD, y allende el mar, y todavía estuviésemos estudiando la octava carrera como complemento a la universalidad de la Ucamaima.