Cuando Fray Bartolomé de las Casas relató el cruento encuentro del colonizador español con los amerindios de la isla de Quisqueya o Haití, se inicia una historia que no ha podido buscar un punto de avenencia y permanece en el tiempo. A decir de Las Casas: Los españoles entraban en los poblados y hacían pedazos a niños, viejos y mujeres embarazadas. Apostaban entre ellos para ver quién con un cuchillazo abría al medio un hombre, o le cortaba la cabeza o le abría las entrañas. Elevaban largas horcas de trece en trece víctimas, en honor y reverencia a Nuestro Redentor y a los doce apóstoles. Traían leña, prendían fuego y los quemaban vivos. Mataban a los líderes quemándolos a fuego lento para que los alaridos de sus desesperados tormentos ahuyentasen sus almas. Yo vi todo eso y muchas otras acciones de hombres inhumanos, sin piedad y bestias feroces, extirpadores y enemigos del linaje humano.
Desde este escenario se inicia una vida paralela estatal provocando que los pueblos dominicano y haitiano compartan lazos de una larga y resistente potencial solidaridad. Aunque la independencia de 1844 creó una relación ríspida y que el manejo de la intelectualidad de ambas naciones se empecinó en tratar de crear límites en los vínculos profundos que caracterizaron a los habitantes de la Isla que no tenía frontera en 1492, justo en el momento en que sufrió los embates del colonialismo. Los cacicazgos – estructura socio/ administrativa y disposiciones territoriales de la sociedad taína fueron grandemente alterados convirtiéndose en el factor principal de enfrentamiento entre ambos grupos humanos.
La República de Haití, independiente desde 1804, empezó a gobernar en toda la Isla en 1822. Ello no se hizo a través de una ocupación violenta. El lado Este, que había estado en poder de España y de Francia, se había independizado a fines de 1821, se autodenominó Estado Independiente del Haití Español y luego se afilió a la Gran Colombia impulsada por Bolívar, nunca pudo encender un discurso de convivencia pacífica. En muchísimos puntos, la población y grupos dirigentes del Este se adherían a una anexión con Haití. Todavía hoy nadie entiende la intención real de José Núñez de Cáceres, ni por qué construyó la posibilidad de que Jean Pierre Boyer iniciara el período del Gobierno Haitiano en Santo Domingo. En ese momento, el régimen de Boyer fue derivando en excesos de poder y abusos tanto en el Oeste como en el Este. Lo que se conoce como la guerra domínico-haitiana llevada a cabo en cuatro campañas entre 1844 y 1856, en realidad no fue una guerra que enfrentó a los pueblos, más bien fue una guerra obedeciendo a caudillos.
Haciendo una mención del historiador Franklin Franco Pichardo, él explica que era imposible que el Ejército dominicano recién constituido derrotara con tanta ventaja al Ejército haitiano en las primeras batallas de 1844, siendo que aquél era más numeroso, mejor entrenado y armado. Para argumentar sobre el caso, Franco Pichardo afirma que: la soldadesca haitiana en realidad no tenía ninguna convicción ni voluntad de hacer esa guerra, arrastrados simplemente por sus jefes y los intereses de éstos. Los dominicanos, por su lado, eran motivados por el objetivo de la independencia. Ya un año antes, en 1843, el presidente Boyer había sido derrocado en la sublevación del Sur de Haití: el rechazo al régimen imperante atravesaba toda la isla.
En una de las clasificaciones de la Independencia Haitiana que hace el profesor Juan Bosch la cataloga como social porque fue la primera nación independiente de América y la primera república negra del mundo. Esta realidad iba a servir de ejemplo para el desarrollo de un ideal de independencia ante España. A pesar del ejemplo para los ¨dominicanos¨ y el mundo, el concepto de “invasión haitiana” con el que se han justificado políticas que atentan contra los esfuerzos de integración en América Latina y que son violatorias de la dignidad y los derechos humanos. Es ideal aclarar que este manejo de mentalidad no es obra del pueblo dominicano, ni del pueblo haitiano, que convivieron y aún conviven en paz en muchos territorios y en las más difíciles condiciones.
Ante el manejo de mentalidades, los académicos, interesados y empresarios del odio y el miedo han construido un espíritu de resistencia que hoy mantiene de espaldas a dos grupos humanos que casi de manera doctrinaria le han creado una alternativa de separación conceptual que sirve como insumo mediático y económico que muchas veces vienen en paquetes inseparables y son fuentes de manipulación propio de sociedades dependientes y subordinadas, con oligarquías pequeñas y estrechamente fusionadas, supeditadas históricamente a las potencias.
La explicación más sencilla de esta vivencia de espaldas entre dos naciones vecinas la dio Francisco Henríquez y Carvajal en el informe que redactó a la cancillería dominicana en 1931, por petición de un gobernante como Trujillo, entrenado por el Ejército de los Estados Unidos, en donde explica que el odio en la República Dominicana contra Haití tiene un punto de origen histórico y también ideológico.
Henríquez y Carvajal informó: Lo que precipitó sobre nuestro país la gran masa de inmigrantes haitianos fue la realización parcial del postulado financiero que sirvió de base económica a la ocupación del territorio de la República Dominicana por las fuerzas navales norteamericanas. Ese postulado, no publicado, pero si perfectamente conocido, fue: “tierras baratas en Santo Domingo, mano de obra barata en Haití”. Y la conclusión: adquirir las tierras en Santo Domingo y trasegar hacia nuestro país la población de Haití. Ese plan empezó a ejecutarse, por un lado, con la fundación del gran central “Barahona”, y por otro, con la construcción de la Carretera Central; derramándose luego por todo el país agrícola, y en todos los oficios urbanos, la gran inmigración haitiana.
El origen de la inmigración masiva de haitianos a la República Dominicana, según Henríquez y Carvajal, tiene como punto de partida a la economía neocolonial de la ocupación de Estados Unidos. Es que la contradicción entre una inmigración traída como mano de obra barata y la idea de una ola invasora, deja de ser un asunto doctrinario para convertirse en una excusa para buscar partida económica al servicio de una potencia con doctrina de ocupante con un postulado de que en cada parte del mundo solo es necesario tener intereses.
A la realidad descrita anteriormente se suma el genocidio/masacre llevado a cabo por Trujillo en 1937 que tiene la condición especial de ser solo en la frontera, dejando la sospecha de que ni un solo ciudadano haitiano que trabajaba en los ingenios del Este del país, y de los sitios en donde habían enclaves azucareros, duda que se esclareció en 1939 cuando fue pronunciado un discurso en la Universidad de Santo Domingo por parte de Trujillo en donde pone de manifiesto un alto contenido nacionalista que lo único que provocó fue ahondar la denominado doctrina de defensa y supervivencia que solo ha provocado la idea manida de la haitianización como peligro para la nación. Así ha quedado en la mente de los dominicanos el discurso de Trujillo:
Si mis manos se han manchado de sangre, ha sido para salvar de la haitianización del país a la generación de ustedes. Dentro de cincuenta años, la ocupación pacífica del territorio nacional por parte de Haití significará para ustedes que los haitianos podrán elegir autoridades dominicanas, podrán poner y disponer, podrán mandar a Duarte y los trinitarios al zafacón de la historia y anular para siempre sus ideales y su abnegada lucha, los cuales no tienen ningún sentido para los haitianos.
Jóvenes dominicanos, en esa gente no se puede confiar, cuiden su país y con más ahínco después de mi desaparición del escenario político nacional. (…) No dejen que les invadan sus casas ni sus haciendas, ni su patria y mucho menos que se las arrebaten con argucias o con fuerzas.