Analiza las posibilidades de una auténtica creación artística y deplora que se reduzca el sentido de la originalidad
El mundo del arte tiene un cierto parecido al béisbol, que al final se alza con el espectáculo. De la misma forma que hay jugadores A, AA, AAA y “biligue” (big leaguer) ocurre lo mismo en el arte con la sola diferencia que para llegar a las Grandes Ligas hay que demostrar que se puede defender una posición del cuadro o de los “files” y responder con el leño. Si se es pitcher, tirar paquetes. En arte han legalizado los “garabatos”.
En el béisbol hay unos “scouts”, exploradores o escucha, que más bien deberían llamarse “vitucha”, porque su trabajo es ver, no escuchar a los jóvenes deseosos de convertirse en millonarios biligues. Y hacen bien el trabajo ya que difícilmente al que firmen, no dé la talla.
En el arte no hay escucha, pero hay padrinos “especialistas” en fabricar artistas. En la radio, el payolero te crea la fama para que sigas sobre ruedas… y con pezuñas.
A pesar de las numerosas facultades de Arte en las universidades y escuelas de Bellas Artes en el mundo, la juventud quiere fama de la noche a la mañana. Y justamente, por no tener una formación, se la pasa revisando revistas sobre decoración para ver los cuadros de las salas y los elementos decorativos para copiarlos. Esta práctica, antes de internet, se hacía por algunos avivatos que iban regularmente a New York y venían con propuestas “genuinas” a sabiendas que nadie les podría descubrir el fraude.
Las posibilidades de creación en el arte son infinitas y no es cierto que todo esté hecho, ni que todo esté escrito. En las universidades, se aprenden las herramientas para ser aplicadas en la creación de cada artista sabiendo con claridad que una cosa es arte y, otra, decoración y artesanía.
Por otro lado, tenemos el arte de la ilustración y la publicidad, necesaria para dar a conocer productos y estimular su consumo.
Hay que destacar en estos la obra de etiquetas de BRILLO de James Harvey y que Andy Warhol pagó para legalizar el plagio de sus ampliaciones. Al autor de las etiquetas de sopas Campbell también se le compró el derecho a plagio para darle un uso diferente.
En esta área de la ilustración son muchísimos los artistas dedicados al anuncio y a dibujar historietas. Uderzo del personaje Asterix, Stan Lee de Superman más un ejército de mexicanos, franceses, belgas, norteamericanos sindicados y productores de Marvel Comic, etc. Que una viñeta sea ampliada y llevada a una galería no le quita la autoría de su creador.
“En arte todo se puede”, reza un mito que no es de fósforo y esa sentencia afecta más a las artes visuales, por ser una aberración. ¡Que se atreva alguien a decir lo mismo en medicina o ingeniería!
Si las notas son los elementos para hacer música, hay que estudiarlas y conocerlas para poder hacer composiciones musicales y en pintura el manejo del color, el dibujo, el volumen, sombreado, perspectiva, son necesarios para hacer composiciones visuales.
La obra de arte, expresión del buen saber hacer que, desde siempre no necesitó de explicaciones porque la obra habla por sí misma, fue expresión libre del artista. Hoy día, ¡horror!, “el artista” debe explicar “su obra” antes de hacerla, o elaborar el “concepto” que tal organizador le pide.
Muriel Latow, decoradora de interiores sugirió a Warhol las latas de sopa y los dólares. Luego, en 1965, este se asoció con la compañía Campbell. Todo esto se inserta en un momento de la historia, en que la rapidez es primordial en los países industriales y/o capitalistas. Ningún dueño de galería puede permitirse patrocinar, ser el mecenas de un pintor que haga una tela por mes, “hay que vender” es el lema del comercio y Warhol le podía proporcionar 1,000 etiquetas ampliadas por día. Claro está que una cosa es una obra de arte y, otra, un pedazo de pizza.
“Los Estados Unidos son el país de la libertad”, el comercio está asegurado. De esta forma comerciantes dueños de galerías se gastaron una fortuna pagando a “críticos” que le garantizaran el golpe de Estado a las Bellas Artes. Irving Blum “convenció” a la National Gallery of Art de Washington y luego al MOMA. Con socios como los dueños de la Sopa y la Coca-Cola, nadie dudó de la “calidad” y “magnificencia” de la “obra” de Warhol.
Volvamos al BRILLO de Warhol y a las viñetas de Lichtenstein, ¿qué talento hay que tener para copiar una etiqueta y llevarla al 350 % y presentarla como obra de arte o copiar con el método de la cuadrícula todas las viñetas de una novela mexicana? ¿O poner un equipo a hacer serigrafías y luego simplemente firmarlas? ¿Mimetismo del arte, según Danto? No murió el arte, ni la Historia del Arte, aunque no se oiga mencionar más la palabra Fukuyama; el Comercio usurpó el Arte, lo que inició Duchamps con los bigotes de la Gioconda y el orinador de porcelana.
De seguir esa lógica bastaría que los profesores de Bellas Artes le llevaran a sus alumnos copias de La Donna Velata de Raphel, Madame Récamier de Ingres, Mary Morton de Corot, Madame Trabuc de Van Gogh, La niña de la perla” de Vermeer, el retrato de Carmen de Toulouse Lautrec, etc. para que ellos le pinten un bigote a su gusto y ya. Resuelto el problema de la enseñanza de la pintura. Simplemente he aplicado la lógica que aprendí con el Chemy.
Veámoslo de otro modo: En un concurso de caballos de paso fino, Pedro se aparece con un burro. El jurado lo deja participar y encima lo premia. Los dueños de caballo arman un lío. ¿De quién es el problema, de Pedro o del jurado? Elemental, my dear Watson. Si a la bienal llega Juanita con un camión de escombros, algo que vio en Venecia, y el jurado se lo permite y lo instala en el concurso… el mismo caso. Un artista que se respete no permite que su obra, que le costó estudio y dedicación y “saber hacer” se coloque al lado de esos escombros bautizados con el elegante
nombre de “arte contemporáneo”. Como si todo arte no fuera contemporáneo en su momento de ejecución.
A la cabeza de los museos, de los centros de arte, se han instalado personajes que han validado la basura, la artesanía y los elementos decorativos al mismo nivel que las Bellas Artes. No hay ningún misterio.
James Steel Smith, como miles de ilustradores, se destacó en libros infantiles presentando la ciudad de New York con trazos claros y pedagógicos para que los niños la vean con facilidad y esas mismas ilustraciones aparecen ampliadas como la “genialidad” de alguien que no se ha empeñado en estudiar. Así sí es bueno.
Milton Glaser hizo la gráfica I. N. Y. en una campaña de rescate de la ciudad de la inseguridad y la delincuencia. Ese es un slogan genial, pero no pertenece a las Bellas Artes, sino a las artes gráficas. Evidentemente que por la gran difusión es posible que el original de Glaser cueste mucho dinero y hasta más que muchas obras de Bellas Artes. Igual, sigue siendo ilustración.
El genio y talento de Warhol no fue en la creatividad, en las Bellas Artes, fue su poder de convencimiento a los directores del MOMA de meter un burro en el concurso de caballo. Y Warhol no estaba solo, se hizo acompañar, lógico, de un buen equipo connaisseur d’art para que filosofara en defensa del “nuevo arte” y llenara las mejores páginas de las mejores revistas. Por supuesto que encontró adeptos: los del “mínimo esfuerzo” y máxima ganancia.
Esos críticos comprados se encargaron de “filosofar” y “teorizar” comparando “la obra” del nuevo “genio” con los grandes maestros de la Historia del Arte. Aparece la comparación de las series de Monet y las de Warhol, o el toque exquisito del punto de la i de BRILLO con los ojos de Las meninas de Velásquez. Todo un fraude, pero un fraude “legal”, muy parecido a los argumentos enarbolados para bombardear a Iraq o justificar los autoproclamados y usurpadores de hoy día en cualquier terreno.
Ese comercio vulgar jugó con la inteligencia de la gente sabiendo su inexistencia. ¿Qué puede hacer un grupito de gente culta frente a un ejército de ignorantes y vanidosos nuevos ricos? Nothing.
Imaginemos ahora una gran muestra de 20 “artistas” que, como Warhol, se “inspiran” en las etiquetas que copian para realizar las maravillosas obras: “una caja de pasta de dientes”, 3 etiquetas de latas de sardinas, 2 etiquetas de botellas de ron del más popular, una etiqueta de cerveza (la que más pague), etiquetas de marcas de arenque de Noruega, el logo del Partido Reformista gigantesco, el nido de la leche condensada, etc.
Por eso es injusta la evaluación a un pintor como Van Mageeren que tuvo tanto talento que se inventó numerosas obras y las hizo pasar por Vermeer. Él sí, podría decirse, que se inspiró en Vermeer, pero sin copiarlo, reinventándolo, como ha hecho, a su manera, Botero.
El filósofo Walter Benjamin hablaba de la reproducción técnica y del fin del modernismo. Danto también teorizó sobre los BRILLOS acomodando, justificando en un “se inspiró”, eufemismo que significa, plagió, copió. Si siguiéramos esa lógica, tampoco habría que ir a los museos, puesto que con ir al supermercado bastaría.
No se puede confundir el término ARTE como el “bien saber hacer” con el ARTE de las Bellas Artes. El arte de la cocina no quiere decir que un plato de mangú es una obra de arte, ni un plato de locrio o un dulce de coco. Hacer un buen mangú se requiere de “bien saber hacerlo” que no tiene que ver con las Bellas Artes ni que tampoco una regional de cultura se ponga a hacer festivales de locrios, moros o dulce “porque esto es parte de la cultura”.
Un joven cubano, Rafael Gómez Barros, aprovechando toda esta corriente confusa y medalaganaria, elaboró una propuesta con unas hormigas gigantes que él, repetitivamente o sea artesanalmente, reprodujo para llenar las paredes del museo donde expone. Volvemos al orinador de Duchamps, ¿Bellas Artes o Artes Decorativas? Volveré.