En el minuto 82 y pico Rivaldo Correa recibió un pase y la mandó hasta el fondo

La luna estaba de agua

-¿Voy o me quedo? – pensó William, que tenía más ánimo de ver los Yankees que coger pal fútbol. Al final se decidió y justamente llegando, empezó la llovizna fina, esa que moja más que un aguacero de mayo.

Ya el partido había empezado y los mocanos mostraban dominio absoluto del balón. Hasta el minuto 15 nunca pasó de la media cancha. Moca atacaba sin piedad, todavía con un juego limpio de pases y complicidades que impedían a los contrarios hacer nada.

Tres intentos de gol fallido anunciaron con precisión profética el final.

Pero no fue cuando el 10 puso de mojiganga al 30 del Cibao con un rejuego de pie y amagues para correr hacia la puerta casi solo. Avanzaba a ritmo de corredor de 100 metros, evadía al que se le interpuso y al 9, a quien le dio un empujón… miró automáticamente en 180° a su alrededor, el espacio estaba despejado, hizo un cálculo casi milimétrico, cuando se decidió a patear… y pateó tan duro, que hasta el portero puso cara de espanto. La pelota salió de la zapatilla derecha a 120 kilómetros por hora, un verdadero cañonazo que levantó a todo el mundo de sus asientos y que fue a parar al poste derecho de la puerta donde rebotó y salió fuera del campo, allá por la gradería, debajo de la pantalla.

Ese fue quizás el último aviso que anunciaba la derrota de Moca. Sin embargo, esta jugada los animó a perseguir el balón con mas insistencia con un gardeo casi cuerpo a cuerpo, y, allí, prácticamente a media cancha, cuando el 8 del Cibao iba a recibir un pase del 22, el mocanito 17 le dio un empujón que lo tumbó de cabeza y, aunque no le pasó absolutamente nada, se quedó acurrucado en la grama mojada, retorciéndose de un dolor que todos los fanáticos sabían que era fingido. Al cabo de los 30 segundos, se paró como si nada y el árbitro cantó amarilla al empujador. Se oyó de nuevo el pito para reiniciar el juego desde donde había quedado la pelota antes de la mueca del “herido”. A la primera patada arrancó la persecución. Tres jugadores de Moca rodearon al 11 con el fin de quitarle la pelota, que no podía ser para otra cosa, digo yo, que me distraía viendo un fanático meterse el meñique en la nariz, casi como un rito, esperando que el gol de su equipo ocurriera como algo indispensable para su existencia. El otro, como para hacerse el Pelé, batalló como pudo con la pelota entre los pies y aunque tenía cercanos a dos compañeros, no le dio el pase ni que lo mataran, hasta que uno le dio un codazo y otro le metió una patá en medio de la pantorrilla para ver cómo lo dejaba vuelto un gusarapo, pero el árbitro no vio ni cantó nada… que no fuñan y jueguen, pensó. Un deslice, como flecha, le quitó de nuevo la pelota a Moca y ahora sí se acercaban al portero mocano con la posibilidad de meter el primer gol cuando se oyó el pito insistente que indicaba que uno de ellos estaba mas adelantado que el reloj de Hipólito.

El medio tiempo terminó cero a cero. El público bajó a comer empanadas para romper la dieta de la semana.

La lluvia seguía y los asientos traseros fueron ocupados. Manuel se puso su chaleco naranja, Papi Pérez retrocedió dos pasos. Midence se encapuchó, Bellón se ajustó su gorra de sonero , doña Loly se acomodó con Lucas a sus pies en la última fila y a los jugadores se les iba la pelota mojada por cualquier dirección sin poder controlarla.

Aunque los mocanos dejaban caer la lluvia, como siempre, no pudieron jalar el balón a su cancha y a su favor. La desesperación por meter un gol los llevó a convertir aquel juego en una verdadera batalla, como de costumbre, diría La Lupe, una envidia para cualquier circo romano. Solo faltaban los leones que, probablemente, traigan al próximo juego. En cadencia de dos jugadores por el suelo y por minuto, siguió el reloj por la cuenta de los 78 minutos.

El portero de Moca quiso dar un pase de servicio largo y la pelota salio disparada a la grada izquierda, por un lado y, por el otro, su zapato derecho que voló por los aires.

La lluvia se fue por el mismo camino que vino, ese que llega a Roma sin falta y, la Luna, en refajo, iluminó el cielo.

Un pase largo se convirtió en un fly y dos cabezas contrarias la esperaban con un choque tremendo que los mandó al lago sobre la grama, lo que provocó un lío donde solo faltó la Digesett. Llegaron los camilleros, los ampayas desapartaban a los guerreros, el público no hacía caso y solo esperaban que siguieran matándose, acostumbrados al teatro. Al final salió uno cojo abrazado de dos enfermeros y el otro fue sustituido.

Cuando sonó el pito, ya la pelota corría delante del 30, desbocao, como “la jon dei Diablo”, dispuesto a meter el primer gol sí o sí, dos adversarios se le fueron encima para obligarlo a dar el pase que fue a parar a la cara del mocanito del raftafari, desde donde rebotó y salió del terreno.

Ya se jugaba el minuto 82 y pico cuando Juan David, del Cibao, bombardeó un pase a Rivaldo Correa que respondió con un puntapié de película, directo a la malla, para marcar, por fin, ¡UN MALDITO GOL!
Gooooool, se leyó en la pantalla con eco en Macondo, y el griterío, junto al “Combo de la Bulla”, rellenó el estadio.

Los 4 minutos adicionales se la pasaron los cibaeños dando pases y más pases, retrocediendo la pelota hasta el portero, se sonreían unos con otros, le sacaban la lengua cuando uno se acercaba mucho… estaban poniendo de mojiganga a los gladiadores amarillos que sintieron un alivio con el pitazo final. Era el domingo 6 de abril del 2025.
Ya saliendo, se oyó a Víctor decir,

  • Si Chaili tuviera jugando, le hubiéramo ganao 5 a 0. l

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