No fue solo Narciso, el del mito griego, el que se encontraba bello y perfecto

Son muchas las cosas que se desconocen de Tomás, pero a los tamborileños no les luce no saberlas. Claro, si cada vez que se habla de él se repite el tilitá de Yelidá.

En este mes de octubre, que son las fiestas patronales de su Tamboril entrañable, resalta su nombre en medio de celebraciones.

Como cada año, he hablado de Tomás a los estudiantes de la escuela Sergio Augusto Hernández Jiménez y al liceo Fredesvinda Halls de Collado en su Biblioteca, donde estuvo la estación de tren que él tanto visitó para ir a estudiar en la Normal de Santiago.

Aprovecho para compartir uno de sus escritos que mas me fascinan, por esa forma tan franca de decir las cosas, por esa actitud ante la vida, sin complejos. Porque Tomás y los pocos de su estirpe conocieron en plenitud la vida y así la vivieron. Ninguno de sus poemas tiene siquiera un dejo de cursilería melcochósica y rancia o empalagosa, hueca por demás y vacía por muchísimo más. Su poema es sincero y sus ensayos llevan el sello de su convicción plena de su verdad.

Y la caricatura lo puso a prueba. No es lo mismo verse descuartizado por la pluma precisa del trazo bistúrico en una juventud de jarana que cuando la masacre ocurre cuando de adulto se cultiva el ego, y se abona el orgullo de caras y caretas que no son cuando el artista penetra los laberintos de su psicología estudiando los surcos de tu rostro.

No fue solo Narciso el que se encontraba bello y perfecto. La vanidad hizo camino e invitó a tantos por su paseo poniéndoles gafas de borrachos coquetos.

Oigámoslo en su hermosa reflexión sobre las caricaturas que a él le hicieron desde Yoryi, Toni Bernard, a tantos para quienes posó con El Sena de fondo.

Es difícil encontrar palabras para definir la Caricatura. No sirve ni ella misma, ni carga o sobrecarga, ni fantasía… Con decir arte es suficiente. Eso sí, un arte vivo que nos arranca como mínimo una sonrisa o nos hace temblar el diafragma, un arte sin misterios ni falsa poesía coloreada, que nos hace descubrir, mientras más envejecemos, que son muy pocas las cosas realmente serias puestas en la balanza final, que es cuando nos percatamos de que lo único que ha valido la pena ha sido morirse de la risa. Dejemos a Tomás Hernández Franco, a quien hemos robado esta reflexión, que nos lo diga a su modo y con su gracia:

“MI CARICATURA Y YO

Hay una especie feliz de hombres desgraciados, que no tienen caricatura. Los moldeó la Vida en una hora bochornosa de sopor. Parece que nacieron todos en la hora digestiva de la siesta y en la aventura de los días se vieron obligados a ser clientes de fotógrafos amables, en los dramas estupendos de esos retratos con la mano derecha sobre la solapa de la americana y la izquierda apoyada, con los dedos tiesos, sobre la irremediable mesita de mimbre o el zócalo imposible de yeso.

Tomás en la exposición Tamboril de ayer y de siempre.

No se conocieron nunca porque nunca tuvieron caricatura. Se hicieron por dentro lo mismo que por fuera, hombres sin ángulos ni aristas. Uniformes como una llanura y empalagosos como almíbar de dulce casero. El hombre sin caricatura no es ni siquiera feo. Es fastidioso y unánime como un vaso de horchata banal y previsto como un domingo, equidistante de sí mismo en todo momento y seguramente su nombre es el mismo que trajo el almanaque para el día de su nacimiento. Milagrosamente, yo mismo, desde el día de mi primera fotografía, poseí mi primera caricatura maligna. Me la reproducen los espejos y la he ido reformando y adorando desde que los años y la Vida comenzaron a trazar nuevos rasgos de tinta china fresca. Para recordarme a mí mismo conservo las copias que los caricaturistas han hecho por el mundo. Gozo con esas interpretaciones de mí mismo y busco lo que falta de mi alma en todo eso. Se trata de buscar lo que falta allí donde todo sobra. Labor de paciencia y de sonrisa. Amo mis caricaturas y me inquietan los caricaturistas.

El caricaturista tiene una mitad de cazador furtivo y otra mitad sonriente de niño que quiere hacerse perdonar. Si hubiera otra mitad, que hay que crearla, esta fuera la mitad del talento. Jorge Morel tiene las tres mitades, pero esta última es mayor que las primeras. El día en que yo me viera obligado a explicar lo que escribo y lo que aprueba mi caricatura —todo lo que hago— aprendiera valientemente algún oficio útil y me alejara de la literatura. A pesar de todas las asechanzas, no es el caso de prever todavía el día en que la literatura me abandonará a mí. Como hembra que es, al fin y al cabo no he sido para ella más que un amante sin dinero, lleno de negligencia, pero eternamente lleno de un terrible buen humor que yo mismo he tomado a veces como una tristeza incurable”.

Esta presentación la hizo Hernández Franco a propósito de la obra de Yoryi. Expone con certeza y claridad el arte de la Caricatura en un pensamiento resumido y profundo. Se reproduce completo con el único afán de agraciar al arte y la literatura. La publico con el orgullo del reo que encuentra al defensor , allá en el calabozo profundo de una torre como nicho, titulado, CARICATURA. El abogado es Franco -¿de Lucifer?- quien desempolva la defensa. En el dorso es receta de la alegría, vieja poción mágica buscada desde que Matusalén sintió el peso de los años.

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