Una panorámica al estado del teatro dominicano, desde la época colonial
Cuando nació el teatro, la vida no hizo mas que repetirse para hacernos reír o llorar, más de la cuenta y con nuestras propias vivencias.
La vida, que es el gran teatro, nos incorpora con roles que nos enseñan los padres, profesores, los libros, como el Quijote y hasta los animales. ¿Acaso no ara la sociedad con los bueyes que tiene? Para cambiar el guion impuesto, y en espíritu de rebeldía, es que el teatro se usó en el país como una voz extensiva de la del Padre las Casas o de Fray Antón de Montesinos.
Era la época de dominación española cuando se estrenó “El Entremés” de Cristóbal de Llerena (1541-1626). Para ese entonces era muy popular el entremés que era un acto breve en verso o en prosa. Don Cristóbal, que aparte de ser religioso, era dramaturgo y músico lo que no le sirvió de nada cuando presentó su obra para criticar a los españoles y defender a los indígenas. El había nacido aquí y fue expulsado de la isla por jodón y enchinchador.
Y para los mismos fines usó el teatro Félix María del Monte (1819-1899) al llevar a escena su obra “Antonio Duvergé” o “Las víctimas del 11 de abril”, donde denuncia el abuso de poder de Santana en su actitud de patán peón de vacas cuando ordenó el fusilamiento del patriota de la Independencia y sus compañeros, lo que luego repitió Gaspar Polanco con Pepillo Salcedo.
El teatro desde sus inicios, además de divertir, servía para elevar la conciencia de los ciudadanos. Así fue aprovechado por los trinitarios con el Movimiento Teatral La Dramática para pasar los mensajes políticos que les permitieran formar la nación y sacar a los haitianos que ocupaban la isla desde el 1922. No vacilaron los trinitarios en presentar las obras de Alfieri y Martínez de la Rosa “Roma Libre” y “La viuda de Padilla” a la que se le unió “Un día del año 1823 en Cádiz”.
Más luego Francisco Javier Angulo Guridi (1816-1884), hermano del también escritor Alejandro Angulo Guridi, siguió el camino de Del Monte apoyado por un ambiente propicio que solo hablaba del “Enriquillo” de Manuel de Jesús Galván.
Aunque oficialmente para 1865 ya los españoles no tenían ninguna fuerza al ser expulsados por los restauradores, fue muy difícil gobernar por la cantidad de caciques al frente de sus divisiones que dominaban pequeños espacios dispersos en la manigua. En ellos se inspiró Guridi para escribir su obra “Cachorros y manigüeros”.
Después de una breve incursión tanto de Ulises Heureaux Ogando (hijo de Lilis y Juana Ogando que estudió en La Sorbona de París) como de Salomé Ureña (esposa del expresidente Francisco Henríquez y Carvajal y madre de Pedro y Max Henríquez Ureña), el teatro se ve al fin recompensado con su reconocimiento e institucionalización al ser inaugurada en 1946 la Escuela de Arte Nacional (luego Escuela Nacional de Bellas Artes) cuando Trujillo tenía 16 años en el poder. Contra este poder se levantaron las plumas de los dramaturgos Franklin Domínguez, Héctor Incháustegui Cabral y Maggiolo aunque de manera muy sutil. Esta escuela fue dirigida por el español y republicano Emilio Aparicio. La primera obra que inauguró Aparicio, en la línea de denunciar la dictadura de Franco e indirectamente la del propio Trujillo fue “Prohibido suicidarse en el verano” de Alejandro Corona.
En la Era de Trujillo, cuando la adulonería y supremacía del tirano, que ya contaba con el bautizo de la capital con su nombre, surgió la idea de formar en el Teatro Olimpia el Cuadro Experimental de Comedias María Martínez para presentar obras de la “autoría” de la mujer oficial del presidente vitalicio y Benefactor de la Patria Nueva. De ese grupo surgió el propio Domínguez, Manuel Rueda, Máximo Avilés Blonda y Héctor Incháustegui. El dictador estaba en la cumbre y contaba con la aprobación del proyecto del Monumento “al hombre” propuesto por Mario Fermín Cabral y el más imponente del Caribe en competencia con el erigido a Martí que se convirtió en la Plaza de la Revolución en Cuba.
En Santiago el teatro se presentó en las salas de cine de los hermanos Palmer que estuvo ubicado en donde fue construida la Escuela Rafael Ramos (San Luis con Restauración esquina noroeste). También sirvió para la presentación de obras de compañías extranjeras (casi siempre españolas) tanto en el Teatro Colón (antes de convertirse en cine) ubicado en la calle Sebastián (30 de marzo) por donde está la entrada de La Sirena y en el Teatro Ideal que estaba detrás del Club Unión, una casona de galería colocada frente a frente a la Iglesia Mayor dirigida por Trina de Moya y que luego sirvió para construir la escuela Colombia (Benigno Filomeno de Rojas), hoy ICA.
Tuvo mucha importancia la presencia de la actriz y educadora mocana Divina Gómez. Sabiendo que con Diluvina no llegaría lejos, se puso Divina y casi de una manera divina aportó el teatro a la trilogía con la música de Margarita de Luna y la pintura de Yoryi para dar origen a la Escuela de Bellas Artes de Santiago.
Brilló divinamente en “La Casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca cuando se presentó en el Teatro Arena Hispana de New York ,así como en la película “La máscara del Zorro” de Johnston McCally. Por sus aulas pasaron muchos actores antes de que llegara Villalona con to’ y afro a imponer el “realismo socialista” soviético.
En efecto, el regreso de Moscú de Rafael Villalona le dio el necesario impulso al teatro en Santiago, principalmente porque este le dio un protagonismo al actor en sí y eliminó las formalidades, cursilerías y superficialidades del teatro de la corona que nos dominaba desde que Colón pisó tierra, o arena.
Con la fundación del Nuevo Teatro y la inauguración de “Los ojos grises del ahorcado”, Villalona probó ser un alumno aventajado de la Escuela de Bellas Artes de Divina Gómez al igual que su esposa Delta Soto. De esa experiencia surgieron Augusto Feria, Ángel Haché y Félix Germán, entre otros.
Cuando se inauguró el Centro de la Cultura en 1979 no había más que un edificio nuevo de cajeta, pero vacío, sin una sola silla, salvo las butacas de la sala que fue nombrada Héctor Incháustegui Cabral. Este era el teatro perfecto para las inquietudes de Villalona, que no perdió tiempo para inaugurar el T.P.C., Teatro Popular del Centro, que muchos confundían con el STP , un aceite que tanto Méndez y Adriano Abreu usaban y anunciaban para sus carros de carrera de la época.
En Santiago, como las modas, ha habido muchos grupos de teatro. Algunos persisten con la fuerza que da la precariedad y otros desaparecen. Hoy ese salón HIC se encuentra cerrado después de haber pasado por el deterioro paulatino que resulta del descuido que lo llevó al cierre sin ser remodelado ni reparado nunca. Así hasta el Coliseo romano se arruina. Su historia merece una obra de teatro que quizás la misma María Ligia Grullón escriba desde su “37 por las Tablas”.
De ese T.P.C fue Víctor Checo, Elvira Taveras y el actual director regional de Cultura José Núñez sin ningún poder para remozarlo, aunque deseos le sobren.
Se imparte teatro hoy en la escuela de Ligia Grullón y en Bellas Artes, aunque cada centro universitario tiene sus grupos y sus directores: el del Cursa-UASD lo dirige Robinson Aybar, el de la PUCMM Sergio Acosta, Utesa por José Adolfo Pichardo y la O&M Yúnior Victoria.
La Escuela de Bellas Artes cuenta con un personal docente de primera línea. La dirección del teatro está a cargo de una joven entusiasta y de gran formación: Anny Samir. Además de las jóvenes Yisset Montero y Zuleica Cruz (ambas sustitutas temporales de José Aníbal Santana) contamos con el dinámico y experimentado Franklin Rodríguez a los que se les suman los veteranos Juan Grullón, Lincoln López y R. Aybar. Contamos también con la colaboración de la destacada y reconocida profesora Elvira Grullón. Josefa Liropeya se desempeña tanto en teatro como en música.
El corona virus se ha apoderado de todos los roles y aparece como el único personaje en la obra actual: “¿La Vida?”.