Somos un pueblo con raíces profundas en África, pero no tenemos el mínimo orgullo de ello y acusamos de “maiditoj negroj” a los haitianos, “que sí son salvajes y africanos”

El 7 de junio de 1900, el presidente Juan Isidro Jimenes, con el decreto número 4002, le cambió al Puesto Cantonal su nombre por Peña. Se toma esa fecha como el inicio del pueblo, a pesar de que ya en el gobierno de Ignacio María González, de 1875, se le conocía como Puesto Cantonal de Tamboril.

Edro nació en Santiago, andaba como Pedro por su casa, allá en Tamboril, cuando visitaba a su abuela, en época en que la “Casa de Horacio” se caía a pedazos en sus propias narices, pero él no se daba cuenta y mucho menos los “intelectuales” de aquel rincón cigarrero donde crecía la guázuma, el jobo y el samán mucho más que el “moriviví”.

Su abuela no se perdía un sermón en la Capilla Santa Ana que le quedaba al lado y cuyos campanazos sonaban más que los de Hemingway, cuando este, borracho, escribía que Paris era una fiesta. Y justamente allá fue a parar Edro para que se cumpliera la profecía de la abuela que, Biblia en mano, le decía que iba a llegar lejos, muuuuuuyyy lejos.

En París, Edro andaba como Pedro, con un francés de empujones como el que enseñaba Madám Rosario Germosén y Guido Llenas, à l’école secondaire UFE.

Una tarde gris, como todas, Edro salió a comprar croissants y se topó, en la boulangerie, con un grupo de amigos: un cibaeño, un chino, un árabe, un mexicano, un jinchaíto de Moca, un chicano, un indio de Suramérica y una mademoiselle de las que salían exportadas de Mao. Yo, que fui a comprar “la baguette frais du jour”, oí cuando Edro le dijo al mexicano “tú sí ere sebo” porque no quería croissants. Me di cuenta que Edro era de Tamboril, porque solo en ese minúsculo municipio se usa esa palabra.

Pero ningún intelectual ha investigado el origen, lo que daría luces para identificarnos o no, con el mismo.
Desde que la migración se acentuó, a sabiendas que “la Capital es Capital y el resto platanal”, esta fue invadida por gran parte de la población desde todos los rincones y jurunelas. Los más pudientes se fueron a “lo paíse” que es New York, en el argot dominicano. Aquellos que llegaron a Ciudad Trujillo se les reconocía inmediatamente por la i del idioma que heredaron desde la colonia y desde portugueses y gallegos. A todos le engancharon el despectivo mote de “Cibao” o “cibaíto”. Por supuesto que, si usted era hijo de una profesora cibaeña que se pasó toda su vida tililá, tililá, tililá, corrigiendo a sus hijos “pa’que hablaran bien”, al llegar a Santo Domingo le decían licenciado, dotor, patrón y hasta ministro con su “don” de franqueador.

Más, en New York no. Allí, desde aquellos íconos pioneros de nuestra pelota, como Marichal, Felipe y sus hermanos Alou, Carty, y otros. No eran ni cibaeños ni dominicanos, eran simplemente “nigger”, el más despectivo término para todo el que tuviera la piel oscura y el “pelo malo”, traídos, a la cañona, desde África.

En Québec, todos los latinos son “mexicanos” que, para muchísimos, es una región de España. Todo el inmigrante que llega desde Marruecos, Argelia, Egipto, Irán, Irak, Turquía, Líbano es, inconfundiblemente, árabe.

Un pueblo con profundas raíces africanas

Nosotros, seamos capitaleños, cibaeños o de donde sea, bautizamos, ipso facto, a cualquier asiático, como “chino” o “chino molongo” aunque sea el peor insulto que le puedas dar a un japonés. Ahí, en ese saco, se meten los coreanos, tailandeses, filipinos…todo el que tenga los “ojos planchao”.

Es quizás, esa “maRdita maRdición” y manía discriminatoria y racista que nos llega desde la misma colonización, la misma de la que muchos “intelectuales” se sienten orgullosos porque “nos trajeron el idioma de Juana la Loca”, porque de Cervantes no pude ser, por un sencillo detalle cronológico. Y es que no basta con la defensa de “la pureza del idioma” para hablar de vocablos, validarlos y rechazarlos.

Somos un pueblo con raíces profundas en África, pero no tenemos el mínimo orgullo de ello y acusamos de “maiditoj negroj” a los haitianos, “que sí son salvajes y africanos”. El envío de tropas de Kenia ahora, lo requeteconfirma… “que se maten entre ellos mismos”.

Nos planchamos el pelo para parecernos a los blancos, en nuestra autoestima de sótanos, nos echamos agua oxigenada para ser rubios y, si podemos, nos desteñimos la piel y nos ponemos ojos azules. ¡ Samy Sosaaaaa!

La explicación sociológica y sicológica, va más allá del “intelecto idiomático” y, aunque sepa a cicuta, la discriminación tiene que ver con la cuestión de clases sociales. ¿Acaso no son bien visto los haitianos estudiantes, hijos de los millonarios, en nuestras universidades, o los chinos con cuaito que llegan a E.U., Canadá, España o el Polo Norte y los nacionalizan? ¡Al tiro!

En Tamboril ocurrió que la población se dividía entre “lo dei pueblo” y “loj lomero”. El “lomero” era una categoría más baja y era discriminado cuando bajaba a “echai día en cuaiquiei conuco”, o a comprar bacinillas, guayos, guaimamas, aparejos, molenillos, poncheras o terinas a la tienda de Bololo, pegao a la Iglesia o, cuando ya las tisanas no curaban y visitaban a Víctor y Minón en “La Fe” a buscar “sufaitiosoi”, “meicurio cromo”, “agua oisingendada” y “Mejorai”. A estos se les pagaba menos y eran objetos de burla.
Cuando los “lomero” de Seboruco (con “S” de salchichón, subiendo la carretera de Carlos Díaz) bajaban a Tamboril empezaron a ser identificados con el mote de “sebo”, como gentilicio despectivo de los habitantes de allí.

Un sebo pasó a ser equivalente a bruto, ignorante, burro, atrasao, sucio, jediondo, maca-tabaco, tonto, saitapatrá, analfabeto, loco viejo…hasta los que bajaban de La Cacata eran menospreciados y calificados de lomeros. Y eso, que La Cacata estaba “pegá poi loj lao de Ico”, al cruzar el puente.

Sebo es grasa animal y cebo, comida para animales.

El vocablo pasó de generación en generación y nos quedó como sello de identidad, aunque es único de Tamboril no creo que haya que sentir ningún orgullo por él. Por supuesto, Edro no podía ser de Navarrete ni de Higüey… poi sebo.

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