Las teorías del filósofo y escritor Édouard Glissant nacen y se conciben a lo largo del siglo XX pensando en las Antillas, sin embargo, al día de hoy su valor es indudable a nivel global como herramientas útiles para repensar y reflexionar los conflictos y los problemas que afrontamos cada día en todas las latitudes.
Nacido en 1928 en el norte de la isla de Martinica, Édouard Glissant es, desde muy joven, un estudiante comprometido con la reivindicación de la libertad de las colonias francesas en las Antillas. En 1946, al terminar sus estudios en el Lycée Schœlcher (el liceo de la élite martiniquesa donde entra como becario y donde puede contar con la presencia, en el profesorado, de Aimé Césaire) viaja a París para cursar sus estudios de filosofía en la Sorbonne, al que seguirán también estudios de etnografía. Ya en París, entra en contacto con la négritude: conoce a los poetas e intelectuales que animan el movimiento y traba profundas amistades con algunos de ellos, entre otros, Frantz Fanon.
La primera estadía en Francia de Glissant dura diecinueve años, durante los cuales su trayectoria como poeta, escritor y filósofo adquiere una envergadura notable. Su pensamiento es dinámico y se concreta en múltiples direcciones. Participa en las actividades de la Féderation des Étudiants Africains Noirs y en la revista “Présence Africaine”; colabora con la revista “Lettres Nouvelles”, escribe poesía (Un champ d’îsles, 1953) y prosa (Le Lézarde, 1958, Premio Renodout) dando comienzo a una carrera literaria prolífica. Su trayectoria ensayística empieza a concretarse más o menos en los mismos años. En 1956 publica Soleil de la conscience – Poétique I, el primero de una serie de textos dedicados a delinear los referentes de la poética de las culturas coloniales antillanas. En 1991, con la publicación de Poétique de la rélation – Poétique III, el recorrido del pensamiento glissantiano da un giro sociológico y filosófico y plantea una “poética de la cultura” que se había entrevisto en Le Discours antillaise (1981) y que seguirá presente a lo largo de toda su producción posterior.
La base de la propuesta de Glissant es la de concebir la cultura a partir de las condiciones que la produjeron y repensar nuestra idea de cultura desde la Relación, es decir, desde una perspectiva que se plantea el encuentro con el otro. A este propósito, una de las conceptualizaciones más interesantes que encontramos en la propuesta teórica de Glissant es la que distingue entre culturas atávicas y culturas compuestas. Las primeras vendrían a ser aquellas que ubican su identidad en un pasado fijo, único, reconocido; las segundas, en cambio, corresponderían a aquellas culturas que están en continua progresión, que no tienen una raíz única y que, al contrario de lo que hacen las culturas atávicas, desarrollan sus raíces a partir del contacto con el otro.
El pensamiento de Glissant se amplía más allá de esta distinción que acabamos de ver; plantea el concepto de Relación, el de opacidad así como el de criollización. Todos apuntan a desarrollar una mirada abierta hacia el otro. En lo que concierne la distinción entre culturas atávicas y culturas compuestas, ahí cabe la reivindicación fundamental de que las culturas puedan nacer y desarrollarse por senderos diferentes y, finalmente, aportar valores, historia y conocimiento en un mismo nivel de importancia y reconocimiento. Ahora bien, ¿qué relación guardan estas definiciones con la investigación literaria? Desde cierto punto de vista, están estrechamente vinculadas. Al abordar el estudio de las producciones literarias de los espacios que se corresponden a una cultura ‘compuesta’, como por ejemplo lo es el espacio caribeño, vale la pena reflexionar sobre cuáles herramientas se utilizan y cómo se utilizan para evitar que categorías que no les pertenecen puedan perjudicar nuestra mirada. En lo que concierne los recursos de la expresión poética, por ejemplo, tenemos que pensar que oralidad y ritmo pueden adquirir una significación diferente según la perspectiva que se plantean los discursos en los cuales se utilizan. Es el caso del ámbito afrodescendiente. Ahí la oralidad (y los recursos que se relacionan con la ella) así como el ritmo, se plantean como un contra-discurso con fuertes vinculaciones político-sociológicas debido a que huyen de las normas formales que distinguen las producciones canónicas. Del mismo modo, la performance, la poesía dub, el spoken word, son manifestaciones de una nueva forma de concebir la relación texto-contexto, autor-público y de reflejar la realidad en el arte.
El análisis de las producciones artísticas y literarias que se salen de las categorías canónicas de la crítica literaria se presenta, entonces, como un reto para el investigador, pero al mismo tiempo representa una posibilidad para renovar la perspectiva crítica y para ampliar el campo analítico. Es, hasta prueba contraria, una ocasión para conectar con la totalidad del campo literario y registrar su vitalidad. Aún más, es una forma para conectar con las nuevas generaciones de poetas, escritores y también (por qué no) de lectores; comprender sus quejas, escuchar sus reivindicaciones y, finalmente, darles un espacio para expresar sus deseos para el futuro. A los investigadores se nos pide saber adaptarnos, desde el rigor de lo que nos exige la ciencia, a la realidad, para acompañarla y producir visiones de ella que produzcan conocimiento. Adoptar una actitud de Relación, como la que propone Glissant, puede ser la respuesta.