Como hemos señalado en trabajos anteriores, la situación sanitaria en nuestra joven República era muy precaria. Según escribió el Dr. Guido Despradel: “El paludismo y la disentería causaban más estragos en nuestras filas que las balas del haitiano”. Los combates más intensos se llevaban a cabo en el 1845 en la zona sur del país, en poblaciones como Comendador.
El ministro de la Guerra envió al Dr. J.A. Rossó, quien era médico de sanidad, y médico de primera clase del Hospital Militar, a que se trasladara a la zona y montara un hospital en Azua, creándose el primer Hospital de Sangre de la República Dominicana.
Para la instalación de ese hospital, el director del Hospital Militar, Dr. Juan Bernal, había enviado medicamentos, pero faltaban sábanas y demás enseres. El hospital se instaló en una casa edificada para esos fines. En agosto del 1845 y a bordo de la goleta San José, llegaron a Azua los esperados materiales, como sábanas y fundas. En el Hospital de Azua, laboraban los practicantes, Telésforo Volta y José Bernal, y los médicos Pedro Mestre y Alejandro Andújar.
Las campañas bélicas proseguían en toda la región y se estableció el cuartel del ejército en Las Matas de Farfán, pero los pacientes seguían siendo referidos a Azua. Hacia 1849, la Independencia Nacional estaba afianzada, y el cuartel general del Ejército se trasladó a Azua. En esos años prestaba servicios como médico en el Hospital de Azua el Dr. Juan Matías Canó y era practicante Bolmar Polanco. En abril de ese año, era enviado el ya Dr. Telésforo Volta, como cirujano del Ejército. Las campañas bélicas seguían y en el 1855, ante la invasión de Soulouque, el general Pedro Santana, quien dirigía el ejército dominicano, pedía al ministro de la Guerra que enviara: “aceite de palo, bálsamo de Maralt, hilos y bálsamo de Comendador”. Ante la falta de médicos, los jefes militares tenían que proveer algún tratamiento a sus tropas. De acuerdo a un escrito del Dr. Guido Despradel, presentado en el congreso médico del Centenario, otro caso se presentaba en el nordeste, en Guatiguano, en donde Francisco Caba, le pedía al general Domingo Mallol: “que le enviara medicamentos, pero también varias damezanas de romo, ya que le daba ánimos a los soldados y les hacía sudar la calentura”. En el 1856, y con las victorias en Cambronal, Sabana Larga y Santomé, seguía operando el Hospital de Sangre de Azua, que había estado prestando servicios a nuestra República en las tres campañas independentistas.
En la zona norte del país se estableció un hospital en Santiago de los Caballeros en mayo del 1846, en un local cedido por el ayuntamiento, pero más adelante, en el 1858 ese hospital de características militares fue trasladado a la fortaleza de San Luis. Según los datos recabados, tanto el Hospital de Azua como el de Santiago dependían en su funcionamiento del Hospital Militar de Santo Domingo, que enviaba los medicamentos, insumos y personal requerido. Por esta razón al completarse nuestras luchas de independencia esos hospitales de sangre fueron cerrados, y los soldados eran atendidos en los hospitales civiles o trasladados al Hospital Militar de Santo Domingo.
Los héroes de nuestra independencia tuvieron gran cuidado en ofrecer a los combatientes el mejor tratamiento posible en aquellos penosos momentos, y por eso se promulgó en el 1846 el Reglamento del Hospital Militar de Santo Domingo, para garantizar el óptimo funcionamiento de esas instalaciones, que servían a la población civil y militar. Y como hemos señalado en varias ocasiones, es de resaltar la entrega y vocación de nuestros médicos, desde la fundación misma de la República Dominicana.