La caballerosidad y la elegancia de Koufax le imprimieron otro estilo al béisbol
Aquel 9 de septiembre de 1965, Koufax retiraba a los 27 jugadores sin permitir ni un solo hit y sin dar una base por bola. Se anunció que había lanzado un juego perfecto.
¿Qué es un juego perfecto para un picher de Grandes Ligas?
Nadie podía imaginar que ese muchacho de sonrisa fácil, flaco y buen jugador de basquetbol de la Lafayette High School de Brooklyn iba a ser firmado a los 19 años con el equipo de los Dodgers de esa misma ciudad. Era el año 1953 y Sanford Koufax entraba a uno de los equipos de la pelota de los Estados Unidos de más prestigio. Ese año logró dos victorias y dos derrotas. Los duros en ese momento era los Mulos de Manhattan y sus rivales eran los Trolley Dodgers.
Sanford Braun se pasaba los días en la cancha, incansable, sudao, blanco como una garza, como hacía Víctor Polanco en la cancha de Tamboril, con una fiebre por el volibol, interminable. Es la misma fiebre, que no se quita, desde cuando la cancha de basquetbol de La Salle no descansaba con nosotros, Tomás Peña, Julito García, los Rancier ( Pablo, Wilson, Fede); Juanchú, Phili, Pupi, Fausto… en tiempos de la secundaria.
Sanford se volvió Sandy y el Koufax lo aceptó de su padrastro judío.
Pichó siempre con los Dodgers desde Brooklyn hasta Los Ángeles. Allá en California también fueron a parar los Gigantes de New York cuyos peloteros provenían de Manhattan, y como para continuar la rivalidad de los dos equipos.
A pesar de la abolición de la esclavitud por decreto del presidente Lincoln en 1863, el racismo siguió igual que el personaje del whisky y aunque Jackie Robinson se hacía de los oídos gordos, de los insultos de muchos fanáticos y jugando en el mismo team que Koufax, todavía para 1961, el sexto de este en las mayores, era ya insoportable.
Un buen día en ese año, Tommy Davis, su hermano Willie y John Roseboro, con la cara de queche que tenía, decidieron, durante el entrenamiento en el Holman Stadium, ver a Peter O’Malley de la cúpula de los Dodgers.
-Queremos que esta vaina cambie. Dijeron, refiriéndose a los baños segregados.
O’Malley, que ya había vivido la experiencia de Jackie y Roy Campanella, ordenó eliminar los letreros “White men” y “White women” para dejar simplemente “MEN” y “WOMEN”, o baños para todos. El mismo Tommy trajo desde los bleachers negros a los fanáticos para que se sentaran detrás del home. Y así, ha ocurrido desde entonces aunque no se haya eliminado el odioso racismo.
De hecho, el mejor amigo de Koufax lo fue el número 30, Maury Wills que robaba bases con la velocidad del viento.
Ese mismo año de 1961, el 3 de junio y ante 51,853 fanáticos, Koufax le ganó el primer duelo contra Juan Marichal por 4 a 3 en el Memorial Coliseum. Era el primero de sus seis últimos años en el que se convirtió en un gran deportista y excelente lanzador cuya magia llevó a Los Dodgers a cuatro series “mundiales”. Por supuesto que él contaba con un trabuco de equipo del que también se destacó Don Drysdale. John Roseboro de quécher, Norm Larker en la primera, Charlie Neal de segunda, Maury Wills en el siore, Daryl Spencer en la tercera, Wally Monn en el left, Willie Davis en el Center, Frank Howard en el right. También contaban con Tommy Davis, Ron Perranoski, Johnny Podres, Bob Aspromonte, Gil Hodges, Duke Snider y otros.
Los Dodgers de Koufax fueron a serie mundial en el 1955 y le ganaron a los Yankees, pero estos le ganaron la serie del 56 cuando ambos todavía estaban en New York. Volvieron en el 59 contra los medias Blancas y ganaron. Volvieron a ganar en el 63 y 65. En la última, en que Koufax estuvo contra Boltimore, este obtuvo la victoria y de hecho el último juego de Sandy lo perdió contra los Orioles como lo señalan las estadísticas.
En el año 1962, el 30 de junio, lanzó el primero de sus cuatro juegos sin hit ni carrera. De los tres restantes, en el 63 contra los Gigantes, en el 64 contra los Phillies y el del 9 de septiembre del 64 contra los Cubs. Este fue el juego perfecto porque según los parámetros retiró a los 27 jugadores de Chicago sin dar bases por bola. Ni el trabuco de Ernie Bank pudo darle un hit.
A Marichal lo enfrentó tres veces más. El segundo encuentro ocurrió el 11 de mayo de 1963 en el Dodger Stadium. Fue su segundo juego sin hit. El 24 mayo del mismo año frente a 40,676 fanáticos, Koufax perdió en el Candlestick Park de San Francisco. En ese juego Felipe Alou le sonó un estacazo que cayó en el mar.
El último encuentro ha sido el más recordado por la pelea famosa de Marichal y el quécher Roseboro, Rosie. Esa pelea puso en mala a Marichal para ser elegido al premio Cy Young que nunca obtuvo, mientras que Koufax coleccionó tres en su corta carrera.
En el libro “Sandy Koufax, a lefty’s legacy” de la periodista Jane Leavy, un best seller, se narran todos los obstáculos que vivió Sandy, empezando por la animadversión del gerente Alston, y que tuvo a punto de desalentar al flaco newyorkino y a eso se le agregó el bajo resultado de sus primeros esfuerzos. En 1955, su primer año, ganó 2 y perdió 2. En el 56 gano 2 y perdió 4. En el 57 ganó 5 y perdió 4. En el 58 11 y 11, en el 59 quedó 8 y 6 y en el 60 fue de 8 y 13.
Solo en el 1961, con resultado de 18 y 13 empezó a demostrar lo que fue. Según Maury Wills y en el libro de la señora Leavy, este da a entender que Koufax, después de uno de esos maltratos que iban desde desconsiderarlo en el plano deportivo, hasta el salario y los bonos, sentenció “I’ll show you”, “van a ver” y se sabe, que más que el sufrimiento de su codo, luego de sus hazañas en el montículo, no les firmó el contrato de 1967 por más que le ofrecieran. Ya él había cumplido con su promeso de “I’ll show you” y se retiró.
La caballerosidad y elegancia de Koufax le imprimió otro estilo al béisbol por lo que se sigue hablando de la época de oro de ese deporte que todavía no había sido invadido por los esteroides, una verdadera plaga que lo convirtió en un espectáculo de gladiadores panzudos y héroes ficticios. Es la misma época de oro de Tomás Troncoso cuando el jugador era un atleta y el narrador un profesional del micrófono.
Sin querer quitarle en mínimo mérito a Koufax, y cuestionando los parámetros que determinan lo perfecto de un juego, debería ser uno en que el picher ponche los 27 jugadores con tres strikes, lo que nadie ha hecho ni hará. Y si lo hace, el bateador abanicando, mucho mejor.