Antes de la proclamación de nuestra independencia, no existía un sistema organizado de salud. Las tropas de ocupación controlaban muchos de los servicios sanitarios, y la principal preocupación eran las epidemias, que como la viruela o el cólera amenazaban a la población. Sin embargo en la Constitución del 6 de noviembre del 1844, ya se crean las bases de la organización sanitaria de la recién proclamada República.
En esos momentos la mayor responsabilidad sanitaria recaía en los municipios, que dependían de la Secretaría de Interior y Policía. La ley de ayuntamientos del 1845, en su artículo 13, obligaba y facultaba a los ayuntamientos a “ejercer la policía de sanidad y limpieza”, “la vigilancia en los mercados y almacenes de depósito de víveres y de abastecimiento de la común” y les encargaba de “la vigilancia, propagación y conservación del fluido vacuno, como asimismo tomar todas las medidas de precaución contra las epidemias”.
De igual modo, se encargaba a la policía la vigilancia de los enfermos, particularmente los leprosos, que deberían ser llevados al Hospital de San Lázaro. Asimismo, la Policía debía evitar que un cadáver permaneciera más de 30 horas sin enterrar, así como impedir la quema de basura en la ciudad.
En el 1843, se inició en diciembre una epidemia de viruelas en la ciudad de Santo Domingo, por lo que el 27 de ese mes, se estableció una casa de aislamiento fuera de los muros de la ciudad.
El sitio escogido era una casa llamada la Generala, cerca del sector de San Carlos, lo que motivó protestas en esa comunidad. No había vacuna disponible en Puerto Príncipe, por lo que tuvo que ser pedida a Curazao, desde donde la trajo un señor de nombre David León en mayo del 1844.
Por lo que la situación sanitaria en nuestra ciudad al momento de la proclamación de la independencia era delicada, pero el trabajo de médicos como el Dr. Juan Bernal, director del Hospital Militar y otros galenos como los Dres. José María Caminero, Andrés López Medrano y los hermanos Manuel y Wenceslao Guerrero, evitó una propagación mayor de enfermedades.
En otro trabajo publicado en esta columna nos referíamos a los médicos que participaron en las luchas de independencia. De acuerdo a un escrito del Dr. Guido Despradel, se vacunaba los sábados en el local del Tribunal Civil, pero había gran resistencia de los padres a vacunar sus hijos, por lo que el comisario Samuel Espinosa, debía ir de casa en casa, estimulando a los padres a la vacunación.
En 1846 el presidente Pedro Santana promulgó el reglamento del Hospital Militar de Santo Domingo, que daba pasos concretos en la organización del sistema de salud.
En esa ley, se establecían los roles que asumirían los distintos médicos en caso de epidemias o enfermedades “insólitas”. En ese mismo reglamento, se establecía la responsabilidad del Juro Médico de ese Hospital, para regular los despachos de medicamentos, la autorización para ejercer de los aspirantes a las distintas profesiones de la salud, y se obligaba al médico en jefe a realizar autopsias a los fallecidos durante las epidemias.
Otro dato relevante es que desde el inicio de la joven República se consideró necesaria la enseñanza de la Medicina, que se llevó a cabo en muy precarias condiciones en el Hospital Militar, bajo la responsabilidad de los Dres. Canó Rosseau, Rotellini y Fazoni, desde el 1844 al 1852, año en que se inauguró el Colegio Nacional San Buenventura.
Como vemos los escasos servicios sanitarios y la organización sanitaria eran francamente deficientes en estos primeros años de nuestra República.