El gran pintor francés expuso en 1872 su icónica tela “Impresión, sol naciente” que les dio el nombre a los que lo emularon y originaron una nueva escuela
Aunque Monet estudió arte y conocía todas las técnicas de los maestros de su época, decidió dejar sus pinturas sin el retoque final de degradados y detalles tal y como lo hacía Louis-David o Ingres y miles de pintores rusos. Parecían más bien bocetos.
Con tan solo 14 años, o 15, o 16, Monet ya vivía del arte con sus “portraits-charges”, retratos cargados, como se le decía a la caricatura, en traducciones pésimas, las que hacía en un dos por tres a 10 francos y, en la medida que aumentaba la demanda, llegó a cobrar 20. Esos dibujos lineales, simples pero con la certeza del parentesco que es lo único que el orgullo y la vanidad de los clientes exigían, se exhibían en la vitrina de un comercio de un amigo. Y él no fallaba. Por eso cuando se decide a pintar paisajes “no los termina” como si los hiciera en caricatura, que ya era sinónimo de deformidad.
En el 1872 expuso “Impresión, sol naciente” que les dio el nombre a los que lo emularon y se llevaron de su teoría de romper con el academicismo.
Los impresionistas dan la impresión de la perfección, pero solo cuando vemos los cuadros de lejos, para no ver las gruesas pinceladas o el rastro de la espátula, o los pegotes, cosa que ya habían hecho Whistler y Turner.
En realidad ya Goya había trabajado así cuando pintó la cúpula de la Iglesia San Antonio de Padua, solo que nadie se podía dar cuenta de “lo inacabado” de sus trazos por la altura distante del público. Además que Goya no se iba a pasar una eternidad sobando colores con el pescuezo al revés.
Tanto Velázquez, como el propio Delacroix, daban pincelazos precisos bastante impresionistas, los que le sirvieron a Sorolla, Sargent, Corot y tantos otros.
No se puede desconectar a los rusos de esta experiencia puesto que la propia Catalina se quedaba en París en época de las exposiciones del Salon d’Autumn para comprar todo lo que existe hoy en el Hermitage y otros museos importantes de la Rusia que fue de los tzares.
También todas las exposiciones de los “refusés” o rechazados, fueron admiradas y muchos cuadros comprados fueron llevados a Rusia… sin el consejo de Rasputín que estaba en sus maquiavelidades.
Desde el 1874 Paul Durand-Rouel, como marchand, se ocupó de vender a estos nuevos pintores locos. Renoir, Degas, Sisley, Berthe Morisot, Mary Cassat, Eva Gonzales, Caillebot, Pisarro.
La idea central del movimiento fue pintar al aire libre paisajes y escenas cotidianas.
Solo la I Guerra Mundial paralizó ese ánimo creativo cuando la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría, Italia) se enfrentó a la Triple Entente (Reino Unido, Francia, Rusia).
Claude Monet ya había pintado, en Inglaterra, los puertos de Londres y sus series de la Catedral de Rouen, la Estación Saint-Lazare, los álamos, los acantilados de Normandía y los almiares, los puentes del jardín japonés previo a su gran obra final.
Con el Tratado de Versalles y el empuje del Primer Ministro francés, Georges Clemençeau, se terminó la guerra.
La amistad de Clemençeau y Monet alentó su última producción para la que el pintor se construyó un taller especial, muy grande. Su serie de nenúfares fue donada al Estado francés y hoy se puede ver en el Museo de la Orangerie, en el jardin de las Tullerías, especialmente construido para alojarla.
Muy pocos pintores valoraron la caricatura como para ponerla en el centro de su producción y lograron imponer una reputación de calidad y creatividad artística incuestionable. Fue el caso de Otto Dix, George Grosz, Phillip Burke, Chaïm Soutine, Modigliani, Botero, José Luis Cuevas y el propio Picasso. El retrato de Marguerite Walter al igual que el de Gertrude Stein y su autrorretrato confirman esa teoría.
Aquí, Yoryi fue más caricaturista que pintor. Oviedo y Teté Marella fueron excelentes caricaturistas que el medio no entendió, ni podía entender. Y a ellos no se le podía mencionar “esa vaina ni puel diablo”.
La vida de Monet transcurrió desde 1940 al 1926, por tanto vivió épocas de revueltas, revoluciones sociales ( La Comuna de París de 1948, la Revolución de 1870, la I Guerra Mundial) y tecnológicas, el tren de vapor, la bicicleta, el automovil, el teléfono…
Con 49 años presenció el proceso de construcción de la Torre Eiffel y las celebraciones de las exposiciones universales que acaparaban toda la atención.
Pareciera que las nenúfares son pinturas abstractas, pero fijándonos bien, descubrimos una maravillosa obra de la inteligencia humana, de la creación de quien tiene talento, estudio y pasión, justo de lo que carecen los “famosos” usurpadores contemporáneos.
Las caricaturas siguieron en Paris de la mano de Daumier, Charles Philipon, Cham, Cajat, el propio Nadar (el fotógrafo) y muchísimos más.
Aunque Monet vivió en diferentes lugares como fue en Angenteuil, solo se conoce la casona de Giverny que su hijo Michel donó al Estado para hacer un Museo que recrean su vida y su legado artístico, como debe ser.