Frente al Hotel Inglaterra, en La Habana, y detrás del Parque Central, está el Museo Nacional de Bellas Artes que muy pocos ven, ni se dan cuenta, embelesados viendo los Chevrolets, Impalas, Buick, Fords de los años batistianos, como si fueran de caja. Entretenidos también, por el Paseo de San Rafael que le hace competencia, ahora, al Boulevard La Rambla.
Pero el que llegó al Museo, encuentra la puerta 1900, que nos lleva a Barcelona. Aquí, la colección de pinturas de Sorolla es asombrosa. Para pasar por el túnel del tiempo, hay que pedirle el santo y seña a La Flora, un retrato, de los más de cien, que Ramón Casas I Carbó pintó con Julia Peraire, como modelo.
El que se pasea por Barcelona, después de pasar el túnel, deambula las calles empedradas y con tranvías que se abordan como si subiéramos a un tíovivo o si nos metiéramos de cabeza en la fotografía de Francesc Catala-Roca.
Nos cansaremos de buscar en vano, en el barrio gótico, el Cementerio de los Libros Olvidados de Ruiz Zafón y su librería Sempere. Y, al final, la caminata nos lleva hasta el Edificio Martí en la calle Montsió 3. En la primera planta se nos enreda el pensamiento tratando inútilmente de traducir aquella confusión porque el bar que tenemos delante, no es “Le Chat Noir” de París. No, este es “Els Quatre Gats” donde todos beben, celebran y ríen en catalán.
Al fondo del bar, de blanco, incluyendo el delantal de barman, Pere Romeu, como si fuese una fotocopia de Camilo Cienfuegos, atiende a las damas y caballeros mientras que Ramón Casas conversa con un jovencito de 19 años que desborda en alegría por esta inauguración de su primera exposición, unos 150 retratos al carboncillo o lápiz y acuarela, pegados en los muros, sin enmarcar, alrededor de una pintura grande que muestra al propio Ramón, delante y Romeu, detrás, montados en una bicicleta tándem de la autoría del primero.
La muestra informal presenta “El último momento” , único óleo del joven Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso, conocido por el primero y último de la lista: Pablo Picasso y que debió ser Santoral Picasso para satisfacer el fanatismo religioso de los padres.
El edificio apenas tenía tres años de inaugurado y en el cabaret de la propiedad del pintor, nunca faltaron el arquitecto José Puig y Antoni Gaudí, Santiago Rusiñol para cualquier inauguración de exposición o simplemente para tomarse un trago, un café o fumarse un cigarro cubano y leer la revistas de arte FORMA, PIL & PLOMA y la QUATRE GATS que llegó a 75 números, de la autoría del propio Casas. La tatarabuela de Rosa Julia Vargas hubiese llevado un ejemplar de Mythos para enriquecer la colección.
Pero eso no se queda ahí, porque Casas entretenía a sus clientes con unas exquisitas caricaturas que hacían reír hasta a Sorolla y demás víctimas de las “burlas” de aquellos bocetos atrevidos.
Lo que nadie sabía era en qué momento Ramón pintaba, porque se la pasaba en bacanería bohemia con sus amigos o ilustrando revistas y haciendo carteles como los que hacía Lautrec y Alphons Mucha “que la vida no es para joderse guardando dinero”.
La maestría de Ramón en sus pinturas le dio fama y dinero por pila, pero lo que más le dio fue la alegría cuando un día de 1905 se le apareció una jovencita de ojos claros como los de un gato negro y sonrisa tímida, vendiendo billetes de lotería.
Ella fue, ese día, la que se sacó el mayor de los premios cuando Ramón le pidió que fuese su modelo.
Julia Peraire Ricarte posó en tantos cuadros de Casas que se le conocía al vuelo, fuera en la Maison Dorée, como en el propio cabaret de los 4 gatos, hasta que un día ella decidió salir de uno de aquellos retratos y acompañar al pintor, como cuando Galatea, la esculpida, que abrazó a Pigmalion el escultor, en una obra de Jean-Leon Gerome.
Con 25 años, en 1922, y él 56, se unieron en una eternidad que duró hasta 1932.
En 1908 Ramón había viajado a Cuba y Estados Unidos donde retrató personalidades de la alta sociedad gracias a su amigo-mecenas Deering, un gringo amante de la buena pintura y del dinero.
En 1924 retornó a Estados Unidos para aumentar su colección y donde “les obres que van convertir Casas en el pintor del modernisme”, a pesar de que muchos ya lo calificaban de “pintor mundano” con Boldini, Sargent y tantos que no le hicieron caso, por suerte, al facilismo del arte abstracto de moda y por desgracia, en aquellos años.
Quizás lo lúdico del cuadro en que él mismo aparece junto a su amigo Romeu en bicicleta, haya sido, junto a la calidad y limpieza, la razón para que Ramón sea conocido y recordado.
Todos los retratos de Julia son obras maestras pero, al igual que la Mona Lisa, son los dos monos lisos en bicicleta, los que se destacan de su obra universal.
Para regresar de ese viaje hay que ir al Louvre donde la ventana de Chasseriau nos trae de nuevo hasta aquí, o más bien, hasta El Limón de Samaná, para ser más preciso, y cinco años antes de que Pedro Santana anexara el país a España.