Las últimas semanas en Puerto Rico el debate por las Leyes 22 (incentivar el traslado de individuos inversionistas), 20 (fomentar la exportación de servicios) y los Airbnb se intensificó en los medios de comunicación a nivel local e internacional. La situación ha provocado que se compare con el modelo de gentrificación o el “nuevo paraíso fiscal” y que se denomine a Puerto Rico como el “Crypto Rico”, “Golden Rush” o como el National Geographic Magazine lo llamó en 1924, “Porto Rico, The Gate of Riches”.

Municipios costeros como Rincón, Isabela, Río Grande, Vieques y otros han estado en el ojo público por el intenso movimiento de capital ante el auge del modelo de alquiler, nuevas construcciones de vivienda y hoteles en lugares privilegiados. Algunos sectores se oponen a estas prácticas por el impacto ecológico ambiental y por el rápido desplazamiento de pequeños y medianos comerciantes y residentes que viene provocando dichas leyes a tan corto tiempo. Sin embargo, otros sectores ven el fenómeno como necesario para el crecimiento económico, y para otros, significa que nos están sacando poco a poco de isla. Y por lo tal, me pregunto: ¿Puerto Rico en venta? Aunque no parezca, la respuesta es simple. Siempre lo ha estado. Mi respuesta se debe a que el fenómeno que estamos experimentando no es nuevo. Lo distinto, es el contexto, protagonistas y los enclaves económicos sociales que se manifiestan en el archipiélago borincano. La estrategia, es la misma que se aplica a los países dependientes o con administraciones coloniales que carecen de voluntad y de estrategias para el desarrollo económico de un país. Se incentiva al capital extranjero ofreciendo ventajas o exenciones contributivas competitivas para el beneficio de los inversionistas, logrando mover sus ganancias por muy pocos impuestos o aportación al país de su establecimiento. Ese es el caso de toda la historia económica de Puerto Rico. Debo apoyar mi respuesta acudiendo a la disciplina de la historia, que es la aliada y mejor herramienta para refrescar la memoria colectiva. Consultémosla brevemente. Desde los primeros días de la colonización en el siglo XVI nuestros aborígenes fueron desposeídos de sus tierras, recursos naturales y centros económicos. Durante casi tres siglos Puerto Rico (al igual que el resto del Caribe) se convirtió en productor de materia prima para el consumo y el mantenimiento de los estilos de vidas de la élite social en Europa. Nuestras ganancias: ninguna. Pobreza, falta de recursos, racismo, explotación y otros, fue lo que generó ese modelo.

En 1815 con la Real Cédula de Gracias se incentivó con otorgación de extensas tierras a todos extranjeros aliados de España a instalarse en la isla con sus empresas agrícolas y sus esclavos. ¿El resultado? Arribaron centenas de inversionistas europeos y fundaron ingenios de caña de azúcar en las mejores tierras costera del país dejando a muchos puertorriqueños en un estado de pobreza.

A dos semanas de la invasión estadounidense en julio de 1898, arribaron decenas de empresarios y banqueros interesados en conocer la disponibilidad de terrenos y de las ventajas comerciales e industriales que la isla podía ofrecerles. Ese grupo fue el primero de miles que llegaron durante la primera década del siglo XX en búsqueda de hacer riquezas en suelos tropicales favorecidos por la devaluación de la moneda española e imposición de dólar; y por leyes y códigos de rentas internas que aprobaron en ese momento. ¿Qué pasó? Las mejores tierras fueron adquiridas por corporaciones extranjeras y por latifundistas locales, que operaban y dominaban la industria de la caña y tenían enclaves económicos con la banca y los partidos políticos.

En el contexto de la industrialización con la Operación Manos la Obra, Puerto Rico se promovió como la “Vitrina del Caribe”. No era para más, era el periodo de la Segunda Posguerra y el desarrollo de la Guerra Fría. La isla se ubicaba como bastión estratégico para los objetivos militares de los Estados Unidos. A partir del 1947 la isla se convirtió en destino atractivo con la Ley de Incentivos Industriales para empresas estadounidenses e internacionales al iniciar la promoción del sistema de incentivos contributivos federales sobre los ingresos y la propiedad. Nuestras ganancias: ¡muy pocas!, pero si un significativo impacto ambiental y en la salud de los ciudadanos, principalmente en la zona metropolitana y zona sur del país.

En 1976 se firmó la Sección 936 (Código de Rentas Internas) que determinó los estatutos contributivos federales para las corporaciones de los Estados Unidos que se establecían en las “posesiones de los Estados Unidos”. A partir de entonces miles de fábricas, farmacéuticas y empresas de tecnologías se establecieron en búsqueda de los beneficios que recibían bajo las 936. Llama la atención que uno de los beneficios de las exenciones contributivas para estas industrias era que sus empresas podían repatriar el 90% de sus ganancias. ¿El resultado? En 1996 el presidente Bill Clinton derogó la sección 936, permitiendo 10 años de gracia para aquellas empresas que quisieran permanecer con sus operaciones en la isla dejando paulatinamente sin empleo a miles de ciudadanos, centenas de estructuras abandonas y ningún desarrollo económico.

Analizando este breve recorrido histórico sobre los modelos de “invitación para la inversión” juzgue usted bien si Puerto Rico ha estado en venta o no; sin embargo, sospecho que desde hace mucho tiempo tanto extranjeros como locales no quieren a los puertorriqueños en la Isla y un ejemplo de ello es la controversial frase de un director de publicidad del gobierno: “I saw the future, Its so wonderful, There are no puertorricans”. Aunque el contexto es diferente, el reto y desafío sigue siendo el mismo.

Lamentablemente en nuestra historia ante la falta de un plan “real” para el desarrollo económico se ha optado por la estimulación a través de exenciones contributivas a corporaciones e individuos del extranjero como la única vía para el crecimiento del país o de ciertas zonas. Los resultados de las leyes 22, 20 y demás practicas actuales estarán por verse, no obstante, sospecho que no será muy distinto a lo que ha ocurrido en el pasado. Aunque espero equivocarme y que la historia como disciplina, en esta ocasión nos falle.

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